El libro que es la fuente principal de esta historia de la Iglesia es:
HISTORIA DE LA IGLESIA CRISTIANA
Autor: JESSE LYMAN HURLBUT
Editorial: VIDA
No dejes de ver los documentales " Reforma Protestante y La Contrareforma"
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Generalmente la historia de la Iglesia de Cristo como toda la historia humana no es totalmente objetiva. Siempre llevara una carga del criterio del historiador. Plasmando en ella su juicio, criticas, opiniones u inclinaciones políticas.
En ella también serán manifestados sus principios y/o valores y en el caso que nos ocupa como es el de la Iglesia Cristiana sus creencias más íntimas. De tal forma que un escritor cuya fe sea asentada sobre la Iglesia Católica Apostólica y Romana seguramente no será muy objetivo al tratar la reforma protestante o la vida de alguno de sus precursores como Martín Lutero, Juan Calvino, John Huss, Jerónimo Savonarola y otros.
Y que diremos si el escritor es un radical cristiano de los llamados protestantes, Hermanos Separados o evangélicos, seguramente no hará una apología de la historia del papado o de Francisco de Asís, Agustín, Ignacio de Loyola y otros santos adorados por la Iglesia católica.
Ya en los extremos podemos pensar que el escritor sea un recalcitrante ateo cuyo propósito sea escribir tácitamente y de forma objetiva la historia de la Iglesia. Es muy probable que se enfoque en los acontecimientos políticos, económicos y sociales, no dejando muy bien parados a los personajes históricos de una u otra tendencia de credo.
Por tal motivo considero de vital importancia externar mis inclinaciones ideológicas y mi credo. Pues aunque esta será solo una breve historia de la iglesia el lector debe conocer el criterio de quien escribe.
Soy cristiano evangélico de denominación pentecostal y me congrego en la Iglesia Buenas Nuevas perteneciente a Asambleas de DIOS.
Algunos eruditos e historiadores dividen la historia de la humanidad en tres periodos a saber:
Historia Antigua que abarca las grandes culturas de la humanidad y cuna del de la cultura.
- Egipto
- Asiria
- Babilonia
- China
- Persia
- Grecia
- Roma
Todas estas forman el conglomerado más importante de la cultura de la humanidad. Algunas culturas aun existen aunque con muchas adecuaciones a la época pero conservando un alto porcentaje de su ancestral cultura.
Como es el caso de Egipto que incluso ha conservado el nombre original.
Babilonia hoy el moderno Irak que ha sufrido cambios poderosos a raíz de la guerra que derroco a Sadam Husein y aposento la presencia norteamericana en ese territorio.
China que además conserva gran numero de sus antiguas tradiciones.
Grecia que en el pasado fuera la cuna de la cultura occidental y que hoy es solo una reminiscencia de la grandeza del pasado. Y Roma o Italia que se limita a un territorio reducido comparado con el que conquisto a través de la historia.
Todas grandes culturas, todas ella poderosas y todas dejaron una profunda huella en su pasado y una gran enseñanza en este presente.
Edad Media Que abarca desde la caída del imperio romano hasta el descubrimiento de América pasando por el desarrollo de la economía en estadios como el feudo y más adelante los gremios. Que llevaron a la sociedad a ir aceptando en la riqueza y el poder a otra clase social que era el comerciante.
Edad Moderna Que es considerada desde el siglo XV hasta el presente Siglo XXI. Siendo el siglo XV a partir del Renacimiento, pasando por la caída de Constantinopla las cruzadas y las grandes conquistas marinas.
Del mismo modo la Historia de la Iglesia de Cristo lleva un paralelo con la Historia secular y se divide también en tres periodos a saber:
- Periodo del Imperio Romano, Tiempo de persecuciones pasando por los grandes mártires y los llamados padres de la Iglesia y la cristianización del Imperio Romano.
- Edad Media, Época del surgimiento y poderío del papado, aparición de la Inquisición , el Monaquismo, Mahometismo y las llamadas cruzadas en defensa de Tierra Santa.
- Periodo Moderno, Presidida por la Reforma Protestante, Gran crecimiento de la Iglesia llamada Protestante, Circulación amplia de la Biblia, libertad creciente de los gobiernos civiles del poder eclesiástico, las misiones mundiales, la reforma social, el embate del Espíritu Santo en los avivamientos.
La cumbre que marca el punto de partida de la Iglesia de Cristo es el Monte de los Olivos, no muy lejos del muro oriental de Jerusalén. Aquí Jesucristo, cerca del año 30 d.C., después de resucitar de la tumba en el huerto, dio sus últimos mandamientos y luego ascendió a su trono celestial. Una pequeña compañía de judíos creyentes en su Señor ascendido como Mesías-Rey de Israel, se detiene por algún tiempo en Jerusalén, sin pensar para nada al principio en una iglesia fuera de los límites del judaísmo. Sin embargo, poco a poco ensanchan sus conceptos y ministerio hasta que la visión incluyó llevar a todo el mundo a los pies de Cristo. Bajo la dirección de San Pedro, San Pablo y sus sucesores inmediatos, la iglesia se estableció en el marco de dos generaciones en casi todos los países desde el Éufrates hasta el Tíber y desde el Mar Negro hasta el Nilo. El primer período termina con la muerte de San Juan, el último de los doce apóstoles sobre la tierra. Según se dice, su fallecimiento ocurrió alrededor del año 100 d.C. A esta época la llamamos "Período de la Edad Apostólica".
Durante el tiempo que siguió a la Edad Apostólica, período que abarcó más de doscientos años, la iglesia estuvo bajo la espada de la persecución. Fue así que durante todo el siglo segundo, el siglo tercero y parte del siglo cuarto, el más poderoso imperio de la tierra ejerció todo su poder para destruir lo que llamaban "la superstición cristiana". Durante siete generaciones, un noble ejército de mártires, por centenares de millares, alcanzó su corona bajo los rigores del hacha, las fieras en la arena y la ardiente hoguera. Con todo, en medio de la más implacable persecución, los seguidores de Cristo crecieron en número hasta que comprendían, en público o en privado, casi la mitad de la población del Imperio Romano. Por último, un emperador cristiano ascendió al trono y mediante su edicto contuvo la oleada de matanzas. Es evidente que los cristianos, por tanto tiempo oprimidos, al parecer de un solo salto pasaron de la prisión al trono. Esto se debió a que la iglesia perseguida llegó a ser la iglesia imperial. La cruz ocupó el lugar del águila como estandarte de la nación y convirtieron al cristianismo en religión del Imperio Romano. Una capital cristiana, Constantinopla, se levantó y desplazó a la antigua Roma. Sin embargo, cuando Roma dejó de ser pagana, empezó a levantarse como la capital de la iglesia. Las hordas bárbaras abatieron al Imperio Romano Occidental, pero a estos conquistadores los conquistó la iglesia y fundaron en Europa, no ya naciones paganas, sino cristianas. Con la caída del Imperio Romano Occidental empieza el período de mil años conocido como la Edad Media. En sus inicios Europa se encontraba en un caos. Un continente de tribus que no lo restringía ningún poder central. Sin embargo, luego se organiza gradualmente en reinos. Vemos al obispo romano, como papa, haciendo esfuerzos por dominar no solo la iglesia, sino también al mundo. Asimismo, la religión y el imperio de Mahoma tratan de conquistar todos los países del cristianismo primitivo. Vemos, también, el establecimiento del Santo Imperio Romano y a sus emperadores guerreando con los papas. Observamos el movimiento romántico de las cruzadas en el vano esfuerzo por arrebatar Tierra Santa de sus dueños musulmanes. El despertamiento de la Europa con la promesa de una próxima reforma en la nueva era. Así como el final de la historia antigua con la caída de Roma y la historia medieval con la caída de Constantinopla. De lo cual ya hablamos antes.
Después del siglo quince, durante el cual despertó Europa, dio inicio el siglo dieciséis con la reforma de la iglesia. En esta etapa vemos a Martín Lutero clavando su declaración sobre la puerta de la catedral, haciendo su defensa ante el emperador y los nobles de Alemania y rompiendo los grillos de la conciencia de los hombres. Vemos a la iglesia de Roma dividida en dos debido a los pueblos de la Europa septentrional, quienes fundan sus propias iglesias nacionales de un carácter más puro. Sin embargo, también vemos el surgimiento de una Contrarreforma que comenzó en los países católicos y que frena el progreso de la Reforma. Finalmente, después de los terrores de una guerra civil de treinta años en Alemania, por la paz de Westfalia de 1648 se trazan permanentemente las líneas entre las naciones catolicorromanas y las naciones protestantes.
La iglesia de Cristo comenzó su historia como un movimiento mundial el día de Pentecostés, a fines de la primavera del año 30 d.C.: cincuenta días después de la resurrección de nuestro Señor y diez días después de su ascensión. Durante el ministerio de Jesús, sus discípulos creyeron que él era el tan esperado Mesías de Israel, el Cristo. Estas dos palabras son idénticas; "Mesías", palabra hebrea, y "Cristo", palabra griega. Ambas significan "El Ungido", el "Príncipe del reino celestial". Sin embargo, aunque Jesús aceptó este título de sus seguidores inmediatos, les prohibió que proclamasen esta verdad al pueblo en general hasta que resucitase de entre los muertos. Durante los cuarenta días que siguieron a su resurrección les mandó, antes de que comenzaran a predicar su evangelio, que esperasen el bautismo del Espíritu Santo. Después de recibirlo serían sus testigos por todo el mundo.
En la mañana del día de Pentecostés, mientras los seguidores de Jesús (ciento veinte en número) estaban congregados orando, el Espíritu Santo vino sobre ellos de una manera maravillosa. Tan vívida fue la manifestación que vieron descender lenguas de fuego de lo alto que se asentaron sobre la cabeza de cada uno de los presentes. El efecto de este hecho fue triple: iluminó sus mentes, les dio un nuevo concepto del Reino de Dios, que no era un imperio político, sino un reino espiritual donde el Señor ascendido, aunque invisible, gobernaba activamente a todos los que le aceptaron por la fe y les dio poder al impartir a cada miembro un fervor de espíritu y un poder de expresión de modo que su testimonio era convincente para quienes lo escuchaban. Desde aquel día, este Espíritu divino ha morado en la iglesia como una presencia permanente, no en su organización ni maquinaria, sino como posesión de cada verdadero creyente conforme a la fe y consagración de cada uno. Desde el día en que se derramó el Espíritu Santo, el natalicio de la iglesia cristiana, a la confraternidad de los primeros años se le ha llamado "la iglesia Pentecostal.
La iglesia cristiana en toda época ya sea pasada, presente o futura, ha consistido y consiste en todos los que creen en Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios, que le aceptan como Salvador personal de su pecado y que le obedecen como a Cristo, el Príncipe del Reino de Dios sobre la tierra. La iglesia de Cristo comenzó su historia como un movimiento mundial el día de Pentecostés, a fines de la primavera del año 30 d.C.: cincuenta días después de la resurrección de nuestro Señor y diez días después de su ascensión. Durante el ministerio de Jesús, sus discípulos creyeron que él era el tan esperado Mesías de Israel, el Cristo. Estas dos palabras son idénticas; "Mesías", palabra hebrea, y "Cristo", palabra griega. Ambas significan "El Ungido", el "Príncipe del reino celestial". Sin embargo, aunque Jesús aceptó este título de sus seguidores inmediatos, les prohibió que proclamasen esta verdad al pueblo en general hasta que resucitase de entre los muertos. Durante los cuarenta días que siguieron a su resurrección les mandó, antes de que comenzaran a predicar su evangelio, que esperasen el bautismo del Espíritu Santo. Después de recibirlo serían sus testigos por todo el mundo.
En la mañana del día de Pentecostés, mientras los seguidores de Jesús (ciento veinte en número) estaban congregados orando, el Espíritu Santo vino sobre ellos de una manera maravillosa. Tan vívida fue la manifestación que vieron descender lenguas de fuego de lo alto que se asentaron sobre la cabeza de cada uno de los presentes. El efecto de este hecho fue triple: iluminó sus mentes, les dio un nuevo concepto del Reino de Dios, que no era un imperio político, sino un reino espiritual donde el Señor ascendido, aunque invisible, gobernaba activamente a todos los que le aceptaron por la fe y les dio poder al impartir a cada miembro un fervor de espíritu y un poder de expresión de modo que su testimonio era convincente para quienes lo escuchaban. Desde aquel día, este Espíritu divino ha morado en la iglesia como una presencia permanente, no en su organización ni maquinaria, sino como posesión de cada verdadero creyente conforme a la fe y consagración de cada uno. Desde el día en que se derramó el Espíritu Santo, el natalicio de la iglesia cristiana, a la confraternidad de los primeros años se le ha llamado "la iglesia pentecostal". La iglesia empezó en la ciudad de Jerusalén y es evidente que se limitó a aquella ciudad y a sus alrededores durante los primeros años de su historia. Por todo el país, y sobre todo en la provincia septentrional de Galilea, había grupos de personas que creían en Jesús como el Mesías-Rey. Sin embargo, no nos ha llegado ninguna constancia de su organización ni reconocimiento como ramas de la iglesia. Las sedes generales de la iglesia en esa época primitiva eran el aposento alto en el monte de Sion y el pórtico de Salomón en el templo.
Todos los miembros de la iglesia pentecostal eran judíos y, hasta donde podemos percibir, ninguno de los miembros, ni aun los de la compañía apostólica, soñaban al principio que los gentiles podrían admitirse como miembros. Quizá imaginaron que el mundo gentil algún día se convirtiera en judío y después aceptara a Jesús como el Cristo. Los judíos de esa época eran de tres clases y todas estaban representadas en la iglesia de Jerusalén. Los hebreos eran los que sus antecesores habían habitado por varias generaciones en Palestina y eran de pura raza israelita. Al idioma que tenían se le llamaba "la lengua hebrea", que en el curso de los siglos había cambiado del hebreo clásico del Antiguo Testamento a lo que se le ha llamado un dialecto arameo o sirio-caldeo. Las Escrituras se leían en las sinagogas en el hebreo antiguo, pero un intérprete las traducía, frase por frase, en el lenguaje popular. Los judíos-griegos o helenistas eran judíos descendientes de la "dispersión". Es decir, judíos cuyo hogar o cuyos antecesores estaban en tierras extranjeras. Muchos de estos se establecieron en Jerusalén o en Judea y se constituyeron sinagogas para sus diversas nacionalidades. Después que Alejandro Magno conquistó el Oriente, el idioma griego se convirtió en la lengua principal de todos los países al este del mar Adriático y, hasta cierto punto, aun en Roma y por toda Italia. Debido a esto, a los judíos de ascendencia extranjera se les llamaban "griegos" o "helenistas", puesto que la palabra "heleno" significa "griego". Los helenistas, como pueblo, especialmente fuera de Palestina, eran la rama de la raza judía más numerosa, rica, inteligente y liberal. Los prosélitos eran personas de sangre extranjera que, después de renunciar al paganismo, abrazaban la ley judaica y entraban en la iglesia judía recibiendo el rito de la circuncisión. Aunque eran una minoría entre los judíos, se hallaban en muchas de las sinagogas por todas las ciudades del Imperio Romano y gozaban de todos los privilegios de los judíos. Los prosélitos deben distinguirse de "los devotos" o "temerosos de Dios", que eran gentiles que dejaron de adorar ídolos y asistían a la sinagoga. Sin embargo, no se circuncidaban, ni se proponían observar los minuciosos requisitos de las reglas judaicas. Por tanto, no se contaban entre los judíos aunque estos se mostraban amigables con ellos.
Al principio, la teología o creencia de la iglesia era simple. La doctrina sistemática la desarrolló Pablo más tarde. Sin embargo, podemos ver en los discursos de Pedro tres doctrinas que resaltan de un modo prominente y que se consideran esenciales.
La primera y la mayor era el carácter mesiánico de Jesús. Es decir, que Jesús de Nazaret era el Mesías, el Cristo que por largo tiempo esperó Israel, que reinaba ahora en el reino invisible en los cielos. A quien cada miembro de la iglesia debía demostrar lealtad personal, reverencia y obediencia. Otra doctrina esencial era la resurrección de Jesús. En otras palabras, que Jesús había sido crucificado, había resucitado de los muertos y ahora vivía, como la cabeza de su Iglesia, para no morir jamás. La tercera de estas doctrinas cardinales era la Segunda Venida de Jesús. Es decir, que aquel que ascendió a los cielos, a su debido tiempo volvería a la tierra y reinaría sobre su Iglesia. Aunque Jesús había dicho a sus discípulos que del tiempo de su regreso a la tierra ni hombre, ni ángel, ni aun el Hijo mismo nada sabían, sino solamente el Padre. Con todo, la expectación era general de que su venida ocurriría pronto, aun en aquella generación. El arma de la iglesia, por cuyo medio habría de llevar al mundo a los pies de Cristo, era el testimonio de sus miembros.
Una lectura cuidadosa de la historia muestra que todos los apóstoles y la iglesia testificaban del evangelio. Cuando la iglesia tenía ciento veinte miembros, y el Espíritu descendió sobre ellos, todos se convirtieron en predicadores de la Palabra. A medida que el número se multiplicaba, aumentaban los testigos. Pues cada miembro hablaba como un mensajero de Cristo sin haber distinción entre clérigos y laicos. A finales de este período encontramos a Esteban elevándose a tal eminencia como predicador, que aun los apóstoles son menos prominentes. Este testimonio universal influyó con poder en el rápido crecimiento de la iglesia. Al principio de este grandioso esfuerzo, este puñado de gente sencilla necesitaba ayuda sobrenatural pues se proponía, sin armas ni prestigio social, transformar una nación, a pesar que tenía que afrontar los poderes de la iglesia nacional y del estado. Esta ayuda apareció en forma de grandes obras o maravillas. A los milagros apostólicos se les han designado como "las campanas que llaman al pueblo a la adoración". Leemos acerca de una obra de sanidad efectuada en la puerta del templo llamada la Hermosa, a esto le sigue de inmediato una multitud que escucha a Pedro y se rinde a Cristo. Tenemos asimismo el relato de un milagro de juicio, la muerte repentina de Ananías y Safira después que Pedro los reprendiera. Este juicio constituyó una amonestación contra el egoísmo y la falsedad. Leemos del efluvio de poder divino en la curación de muchos enfermos. Este poder no se limitaba a Pedro ni a los apóstoles. También se menciona que Esteban realizó "prodigios y milagros". Estas obras poderosas llamaron la atención, motivaron la investigación y abrieron los corazones de las multitudes a la fe de Cristo.
(35-50 d.C.) solo 15 años que son de suma importancia y determinantes en la historia de la Iglesia pues en ese pequeño periodo de tiempo se decidió si el cristianismo debía permanecer como una oscura secta judía o debía llegar a ser una iglesia cuyas puertas estuvieran abiertas para todo el mundo.
Al principio el evangelio estaba limitado a la ciudad de Jerusalén y las aldeas a su alrededor. Cada miembro era israelita ya sea por nacimiento o por adopción.
Al finalizar, la iglesia estaba muy bien establecida en Siria y Asia Menor y comenzaba a extenderse hacia Europa. Además, sus miembros ya no eran exclusivamente judíos, sino que predominaban los gentiles.
El idioma que se usaba en sus asambleas en Palestina era el hebreo o arameo. Sin embargo, entre su gente, el griego se hablaba en un área mucho mayor.
Veamos ahora las sucesivas etapas de este movimiento en expansión.
En la iglesia de Jerusalén surgió una queja en el sentido de que en la distribución de fondos para los pobres, se descuidaban a las familias de los judíos griegos o helenistas. Los apóstoles convocaron a la iglesia en asamblea y propusieron que se eligiera una comisión de siete hombres para este servicio. Este plan se adoptó y, de los siete hombres escogidos, el primero que se nombró fue Esteban, "un hombre lleno de fe y del Espíritu Santo". Aun cuando se escogió para un trabajo secular, Esteban pronto llamó la atención como predicador. De la acusación en su contra cuando las autoridades judías lo arrestaron y del contenido de su mensaje en su enjuiciamiento, es evidente que Esteban proclamó a Jesús como Salvador, no solo a los judíos, sino también a los gentiles de toda nación. Esteban fue el primero en la iglesia en tener la visión de un evangelio para todo el mundo y fue eso lo que le llevó al martirio.
El Libro de Hechos de los Apóstoles en sus capítulos 6 y 7 nos narra este hecho histórico:
"En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe. Y Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo. Entonces se levantaron unos de la sinagoga llamada de los libertos, y de los de Cirene, de Alejandría, de Cilicia y de Asia, disputando con Esteban. Pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos para que dijesen que le habían oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios. Y soliviantaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas; y arremetiendo, le arrebataron, y le trajeron al concilio. Y pusieron testigos falsos que decían: Este hombre no cesa de hablar palabras blasfemas contra este lugar santo y contra la ley; pues le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret destruirá este lugar, y cambiará las costumbres que nos dio Moisés. Entonces todos los que estaban sentados en el concilio, al fijar los ojos en él, vieron su rostro como el rostro de un ángel. "
"El sumo sacerdote dijo entonces: ¿Es esto así? Y él dijo: Varones hermanos y padres, oíd: ¿Qué casa me edificaréis? dice el Señor; ¿O cuál es el lugar de mi reposo? ¿No hizo mi mano todas estas cosas? ¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis. Oyendo estas cosas, se enfurecían en sus corazones, y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios. Entonces ellos, dando grandes voces, se taparon los oídos, y arremetieron a una contra él. Y echándole fuera de la ciudad, le apedrearon; y los testigos pusieron sus ropas a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.
NOTA: el segundo Párrafo de la cita corresponde al capitulo 7 sin embargo omití los versículos del 1 al 48 debido a que Esteban hace toda una remembranza por todo el Antiguo Testamento para llegar al final aquí citado a partir del capitulo 48 (Recomiendo siempre leer los capítulos completos)
Entre los que escucharon a Esteban y se enojaron por sus palabras, del todo repugnantes a la mentalidad judía, estaba un joven de Tarso, de la costa del Asia Menor, llamado Saulo. Se educó en Jerusalén bajo el gran Gamaliel, quien era un rabí o maestro acreditado de la ley judaica. Saulo tomó parte en el asesinato de Esteban. De modo que, inmediatamente después de la muerte de este último, llegó a ser el jefe de una terrible persecución de los discípulos de Cristo. Arrestaba, ataba y azotaba tanto a hombres como a mujeres. En ese tiempo, la iglesia de Jerusalén se disolvió y sus miembros se esparcieron a otros lugares. Sin embargo, a dondequiera que iban, Samaria, Damasco o aun tan lejos como Antioquía de Siria, se constituían en predicadores del evangelio y establecían iglesias. De este modo, el fiero odio de Saulo se constituyó en un factor benéfico para la propagación de la iglesia.
En la lista de los siete hombres asociados con Esteban en la administración de los fondos para los pobres encontramos el nombre de Felipe, que debe distinguirse del otro Felipe, uno de los apóstoles. Después de la muerte de Esteban, Felipe encontró refugio entre los samaritanos, una gente mestiza, que, no era judía ni gentil, pero que los judíos despreciaban. El hecho de que Felipe empezara a predicar a los samaritanos demuestra que se había liberado de sus prejuicios judíos. Felipe estableció una iglesia en Samaria que los apóstoles Pedro y Juan reconocieron debidamente. Esta fue la primera iglesia fuera del seno del judaísmo. Con todo, no era en sí una iglesia de miembros gentiles.
Después de esto, Felipe predicó y fundó iglesias en las ciudades costaneras de Gaza, Jope y Cesarea. Estas ciudades eran gentiles, pero contaban con una gran población judía. Aquí el evangelio tendría necesariamente que entrar en contacto con el mundo pagano. En sus viajes relacionados con la supervisión de la iglesia, Pedro llegó a Jope, ciudad situada en el litoral. Aquí resucitó a Tabita, o Dorcas, y permaneció por algún tiempo con otro Simón, que era curtidor. Al hospedarse en casa de un curtidor, Pedro demostraba que ya se había emancipado de las estrictas reglas de costumbres judaicas, pues los hombres de esa ocupación eran ceremonialmente "inmundos". El apóstol tuvo aquí una visión de un gran lienzo que descendía, el cual contenía toda clase de animales. Durante esa visión, Pedro oyó una voz: "Lo que Dios limpió, no lo llames tú común." Inmediatamente después llegaron mensajeros de Cesarea, cuarenta y ocho kilómetros al norte, pidiendo a Pedro que fuese a instruir a Cornelio, un devoto oficial romano. Pedro fue a Cesarea bajo la dirección del Espíritu, predicó el evangelio a Cornelio y a sus amigos y los recibió en la iglesia por el bautismo. El Espíritu de Dios testificó su aprobación divina por un derramamiento semejante al del día de Pentecostés. De esta manera se recibió la autorización divina para predicar el evangelio a los gentiles y aceptarlos en la iglesia.
En esta época, quizás un poco antes de que Pedro visitase Cesarea, a Saulo, el perseguidor, lo sorprendió una visión del Jesús ascendido cuando iba rumbo a Damasco. El que antes fuera el antagonista más terrible del evangelio, ahora se convertía en su más poderoso defensor. Su oposición fue especialmente severa en contra de la doctrina que eliminaba las barreras entre judíos y gentiles. Sin embargo, cuando se convirtió, Saulo adoptó de inmediato las ideas de Esteban. Incluso, superó a este en llevar hacia adelante el movimiento de una iglesia cuyas puertas estaban abiertas para todos los hombres, ya fuesen judíos o gentiles. En toda la historia del cristianismo ninguna conversión a Cristo trajo consigo resultados tan importantes al mundo entero como la de Saulo. Después de ser perseguidor, se transformó en el apóstol Pablo.
En la persecución que empezó con la muerte de Esteban, la iglesia en Jerusalén se esparció por todas partes. Algunos de sus miembros escaparon a Damasco, otros huyeron cuarenta y ocho kilómetros hasta Antioquía, la capital de Siria, de cuya gran provincia Palestina formaba parte. En Antioquía estos fugitivos iban a las sinagogas judías y allí daban su testimonio de Jesús como el Mesías. En cada sinagoga había un lugar separado para los adoradores gentiles. Muchos de estos escucharon el evangelio en Antioquía y abrazaron la fe de Cristo. De modo que en esa ciudad se desarrolló una iglesia donde judíos y gentiles adoraban juntos disfrutando de los mismos privilegios. Cuando las noticias de esta situación llegaron a Jerusalén, la iglesia madre se alarmó y envió un representante para examinar esta relación con los gentiles. Por fortuna, la elección del delegado recayó en Bernabé, hombre de ideas liberales, gran corazón y generoso. Fue a Antioquía y, en lugar de condenar a la iglesia por su liberalidad, se regocijó con ella. Aprobó el movimiento y permaneció en Antioquía para participar en el mismo. Antes, ya Bernabé había demostrado su confianza en Saulo. Ahora fue al hogar de Saulo en Tarso, como a ciento sesenta y un kilómetros de Antioquía, en su mayor parte por agua, le trajo consigo a Antioquía y le hizo su compañero en la obra del evangelio. La iglesia en Antioquía se elevó a tal prominencia que fue allí donde por vez primera a los seguidores de Cristo se les llamó "cristianos". Este nombre no se los dieron los judíos, sino los griegos, y solo aparece tres veces en el Nuevo Testamento.
En tiempo de hambre, los discípulos en Antioquía enviaron ayuda a los santos pobres en Judea, y sus líderes y maestros eran personas eminentes en la iglesia primitiva.
Hasta entonces los miembros gentiles de la iglesia eran solo los que pedían su admisión. Pero ahora, bajo la dirección del Espíritu Santo y por el nombramiento de los ancianos, los dos líderes más prominentes en la iglesia de Antioquía salieron en una misión evangelizadora a otras tierras.
Procuraban alcanzar tanto a judíos como a gentiles con el evangelio. Al leer la historia de este primer viaje misionero, notamos que ciertas características en el esfuerzo llegaron a ser típicas en las siguientes empresas del apóstol Pablo. Se emprendió por dos obreros. Al principio se les menciona como "Bernabé y Saulo", luego se trata de "Pablo y Bernabé". Al final, "Pablo y su compañía", mostrando a Pablo como el líder espiritual. En cuanto al cambio de Saulo se puede decir lo siguiente: se acostumbraba que un judío tuviese dos nombres, uno israelita, el otro se usaba cuando la persona andaba entre los gentiles.
Los dos misioneros llevaron consigo como ayudante a un hombre más joven, Juan Marcos, aunque este los abandonó a mediados del viaje. Escogieron como sus principales campos de labor las ciudades grandes. Visitaron Salamina y Pafo, en la isla de Chipre; Antioquía e Iconio, en Pisidia; y Listra y Derbe en Licaonia. Siempre que era posible, empezaban su obra predicando en la sinagoga porque allí todo judío tenía derecho de hablar. En especial, un rabí acreditado como Pablo, quien venía de la famosa escuela de Gamaliel, era siempre bien recibido. Además, a través de la sinagoga anunciaban el evangelio no solo a los judíos devotos, sino también a los gentiles temerosos de Dios. En Derbe, la última ciudad que visitaron, estaban muy cerca de Antioquía, donde comenzaron. Sin embargo, en lugar de pasar por las puertas de Cilicia y regresar a Antioquía, tomaron hacia el oeste y volvieron por el camino recorrido. Visitaron de nuevo las iglesias que fundaron en su viaje hacia el exterior y nombraron sobre ellas ancianos según el plan de la sinagoga. En todos los viajes que más tarde hiciera el apóstol Pablo, descubriremos que estos métodos de trabajo se mantuvieron.
En toda sociedad o grupo organizado, siempre hay dos clases re-presentadas: los conservadores, que miran hacia el pasado; y los progresistas, que miran hacia el futuro. El elemento ultra judío en la iglesia sostenía que no podía haber salvación fuera de Israel. De aquí que todos los discípulos gentiles debían circuncidarse y observar las reglas judaicas. Los maestros progresistas, encabezados por Pablo y Bernabé, declaraban que el evangelio era para judíos y gentiles bajo las mismas bases de fe en Cristo, sin tomar en cuenta la ley judaica. Entre estos dos grupos surgió una controversia que amenazó una división en la iglesia. Finalmente se celebró un concilio en Jerusalén para considerar la cuestión del estado de los miembros gentiles y establecer una regla para la iglesia. Es digno de notarse que en este concilio no solo estuvieron representados los apóstoles, sino los ancianos y "toda la iglesia". Pablo y Bernabé, con Pedro y Santiago, el hermano del Señor, participaron en el debate. La conclusión a que llegaron fue que la ley solo ataba a los judíos y no a los gentiles creyentes en Cristo. Con esta resolución se terminó el período de transición de una iglesia cristiana judía a una iglesia para toda raza y país. Por lo tanto, el evangelio podía ahora seguir adelante en su constante expansión.
Por la decisión del Concilio en Jerusalén, la iglesia quedó libre para iniciar una obra mayor destinada a llevar a toda la gente, de toda raza y de todo país, al reino de Jesucristo.
Se esperaba que los miembros judíos de la iglesia continuasen en su obediencia a la ley judaica, aunque las reglas se interpretaban ampliamente por tales líderes como Pablo. Sin embargo, los gentiles podían entrar al redil cristiano mediante una fe sencilla en Cristo y una vida recta, sin someterse a requisitos legales.
Para nuestra información de los sucesos que siguieron en los próximos veinte años después del Concilio de Jerusalén, dependemos del libro de los Hechos, las cartas del apóstol Pablo y del primer versículo de la Primera Epístola de Pedro, que a lo mejor se refiere a países visitados por este apóstol. A estas fuentes de información pueden agregarse algunas tradiciones, que al parecer son auténticas, del período que vino a continuación de la época apostólica. El campo de la iglesia es ahora todo el Imperio Romano, que consistía de todas las provincias al margen del Mar Mediterráneo y también algunas tierras fuera de sus fronteras, en especial hacia el este. Veremos que sus miembros gentiles seguían aumentando y los miembros judíos disminuyendo. A medida que el evangelio ganaba adeptos en el mundo pagano, los judíos se alejaban de él y su odio se hacia cada vez más amargo. Durante esta época, casi en todas partes eran los judíos los que instigaban persecuciones en contra de los cristianos.
Durante aquellos años, tres líderes se destacan con prominencia en la iglesia. El principal es San Pablo, el viajero incansable, el obrero indómito, el fundador de iglesias y eminente teólogo. Después de San Pablo, San Pedro, cuyo nombre apenas aparece en los registros, pero que Pablo lo reconoció como una de las “columnas”. La tradición nos cuenta que el apóstol Pedro estuvo por algún tiempo en Roma, encabezó la iglesia en esa ciudad y murió allí como mártir alrededor del año 67 d.C. El tercero de los nombres grandes de este período es el de Santiago, un hermano más joven de nuestro Señor y cabeza de la iglesia en Jerusalén. Era un fiel conservador de las costumbres judías y se le reconoce como líder entre los cristianos judíos. Sin embargo, no llegaba al extremo de oponerse a que el evangelio se predicase a los gentiles. Este apóstol escribió la Epístola de Santiago. Lo asesinaron en el templo alrededor del año 62 d.C. Así es que los tres líderes de este período, además de otros muchos menos destacados, dieron la vida como mártires de la fe.
La historia de estos años según aparecen en los últimos trece capítulos del libro de los Hechos solo informan de la obra del apóstol Pablo. Sin embargo, es de suponer que existieran muchos otros misioneros porque poco después del final de esta época, se mencionan iglesias en países que Pablo nunca visitó.
El primer viaje de Pablo por alguna de las provincias interiores de Asia Menor ya se ha mencionado. Después del Concilio de Jerusalén, Pablo emprendió un segundo viaje misionero. Con Silas o Silvano de compañero, salió de Antioquía de Siria, visitó por tercera vez las iglesias en el continente fundadas en su primer viaje, llegó a la costa del mar Egeo, a Troas, el sitio de la antigua Troya, y luego se embarcó rumbo a Europa, llevando el evangelio a ese continente. En la provincia de Macedonia, Pablo y Silas establecieron iglesias en Filipos, Tesalónica y Berea. Fundaron una pequeña grey en la ciudad de la cultura, Atenas, y una fuerte congregación en Corinto, la metrópoli comercial de Grecia. Desde Corinto Pablo escribió dos cartas a la iglesia de Tesalónica, siendo estas sus primeras epístolas. Luego navegó hacia el este a través del mar Egeo para hacer una breve visita a Éfeso, en Asia Menor. Después fue por el Mediterráneo a Cesárea y llegó a saludar a la iglesia madre en Jerusalén. Luego, regresó a su punto de partida en Antioquía de Siria. En sus viajes de tres años, por tierra y mar, abarcó más de tres mil doscientos diecinueve kilómetros. Fundó iglesias en siete ciudades importantes y abrió, por así decirlo, el continente imperial de Europa para la predicación del evangelio.
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Después de un breve período de descanso, Pablo empezó su tercer viaje misionero. Una vez más partió de Antioquía, pero destinado a terminar en Jerusalén como preso en manos del gobierno romano. Al principio su único compañero fue Timoteo, quien se le unió en su segundo viaje y quien permaneció hasta el fin como su fiel ayudante e “hijo en el evangelio”. Sin embargo, un buen número de compañeros estuvieron con él antes del final de este viaje. Para comenzar, visitó las iglesias en Siria y Cilicia. Aquí, sin dudas, incluyó su lugar de naci-miento, Tarso. Luego pasó por su antigua ruta y visitó por cuarta vez las iglesias de su primer viaje. No obstante, después de cruzar la provincia de Frigia, en vez de volver hacia el norte a Troas; fue rumbo al sur a Éfeso, la metrópoli de Asia Menor. Aquí permaneció por más de dos años, la temporada más larga que residió en un mismo lugar durante todos sus viajes. Su ministerio tuvo gran éxito. El resultado no solo se manifestó en la iglesia de Éfeso, sino también en la propagación del evangelio por toda la provincia. Pablo fundó, directa o indirectamente, “las siete iglesias de Asia”. De acuerdo a su método de volver a visitar las iglesias, de Éfeso navegó a Macedonia, visitó a los discípulos en Filipos, Tesalónica y Berea, también a los que estaban en Grecia. Al regresar, emprendió el viaje por la misma ruta para hacer una visita final a aquellas iglesias. Después navegó a Troas y de allí pasó por la costa de Asia Menor. En Mileto, el puerto de Éfeso, pidió que buscaran a los ancianos de esta iglesia y les dio un conmovedor discurso de despedida. Luego emprendió de nuevo su viaje a Cesárea y subió hacia Jerusalén. En esta ciudad terminó su tercer viaje misionero porque, mientras adoraba en el templo, el populacho judío lo atacó. Los soldados romanos lo rescataron y, para su propia seguridad, lo llevaron a la fortaleza llamada Antonia. El tercer viaje misionero fue tan largo como el segundo, excepto los cuatrocientos ochenta y tres kilómetros entre Jerusalén y Antioquía. Sus resultados más sobre-salientes fueron la imponente iglesia de Éfeso y dos de sus epístolas más importantes. Una de estas fue a la iglesia de Roma en la que exponía los principios del evangelio según los predicaba él mismo. La otra fue a los Gálatas, dirigida a las iglesias de su primer viaje, donde los maestros judaizantes habían pervertido a muchos de los discípulos.
Después de su arresto, Pablo permaneció más de cinco años en la prisión: por poco tiempo en Jerusalén, luego tres años en Cesárea y, al menos, dos años en Roma. Podemos considerar este peligroso viaje de Cesárea a Roma como el cuarto viaje de San Pablo porque, aun en cadenas, Pablo era un misionero que hacía uso de toda oportunidad para predicar el evangelio de Cristo. La causa inmediata del viaje fue su petición, en calidad de ciudadano romano, de que el emperador de Roma lo juzgara. Sus compañeros fueron Lucas y Aristarco, que pudieron haber navegado como sus sirvientes o ayudantes. También iba a bordo un grupo de criminales convictos que los llevaban para Roma a fin de que murieran en los juegos de gladiadores, además de los soldados que los guardaban y la tripulación de la nave. Podemos estar seguros de que en esa larga y peligrosa travesía, todos estos compañeros de viaje del apóstol escucharon el evangelio. Así como en Sidón, Mira y Creta, donde la nave se detuvo, Pablo pudo proclamar a Cristo. Sabemos que convirtió a muchos en la isla de Melita (Malta), donde después de la tormenta se detuvieron tres meses. Al fin Pablo llega a Roma, la ciudad que por muchos años fue la meta de sus esperanzas. Aunque se trataba de un preso en espera del proceso, tenía una casa alquilada donde vivía encadenado a un soldado. Su primer esfuerzo fue, como siempre, alcanzar a los judíos. Por lo tanto, celebró una reunión durante todo un día con ellos. Sin embargo, al comprobar que solo unos pocos estaban dispuestos a aceptar el evangelio, se volvió a los gentiles. Por espacio de dos años su casa fue una iglesia en la que muchos encontraron a Cristo, en especial entre los soldados de la guardia del Pretorio. Sin embargo, su obra mayor en Roma fue escribir cuatro epístolas que se cuentan entre los tesoros de la iglesia: Efesios, Filipenses, Colosenses y Filemón. Hay buena razón para creer que después de estar dos años en la prisión, Pablo fue absuelto y puesto en libertad. Bien podemos considerar los tres o cuatro años de libertad de Pablo como la continuación de su cuarto viaje misionero. Encontramos alusiones o esperanzas de hacer visitas a Colosas y Mileto. Si estaba tan cerca de Éfeso, como lo estaban estos dos lugares, casi podemos estar seguros de que visitó esa ciudad. También visitó la isla de Creta, donde dejó a Tito a cargo de las iglesias; y Nicópolis en el mar Adriático, al norte de Grecia. La tradición declara que en este lugar lo arrestaron y enviaron de nuevo a Roma donde, en el año 68 d.C., sufrió el martirio. A este período pueden pertenecer tres epístolas: Primera de Timoteo, Tito y Segunda de Timoteo, su última carta, escrita desde su prisión en Roma.
En el año 64 d.C., un gran incendio destruyó gran parte de la ciudad de Roma. Se ha dicho que el fuego lo inició Nerón, el peor de todos los emperadores romanos, pero esto se discute. Es cierto que la opinión pública acusó a Nerón de este crimen. A fin de librarse, Nerón declaró que habían sido los cristianos los que incendiaron la ciudad. De esta manera dio comienzo a una terrible persecución. Torturaron y mataron a miles, entre ellos San Pedro, a quien crucificaron en el año 67 d.C., y San Pablo que murió decapitado en el año 68 d.C. Estas fechas no son muy seguras; los apóstoles pueden haber sufrido el martirio uno o dos años antes. Es una de las “venganzas de la historia” que en aquellos jardines de Nerón, donde quemaron a multitudes de cristianos como “antorchas vivas” mientras el emperador paseaba en su carruaje, son ahora el asiento del palacio del Vaticano, el hogar del pontífice catolico romano y del templo de San Pedro, el edificio más grande de la fe catolico romana. Cuando se celebró el concilio de Jerusalén, SO d.C., ningún libro del Nuevo Testamento se había escrito y la iglesia dependía, para su conocimiento de la vida y enseñanzas del Salvador, de las memorias de los primeros discípulos. Sin embargo, antes de finalizar este período, 68 d.C., una gran parte del Nuevo Testamento estaba en circulación, incluyendo los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, las epístolas de San Pablo y Santiago, Primera de Pedro y tal vez Segunda de Pedro.
A la última generación del primer siglo, del 68 al 100 d.C, la llamamos "la edad sombría", en parte porque las tinieblas de la persecución estaban sobre la iglesia. Pero en especial porque, de todos los períodos de la historia, es del que menos sabemos. Ya no tenemos la clara luz del libro de Hechos para que nos guíe, ni ningún autor de esta época ha llenado el vacío en la historia. Nos gustaría leer acerca de la obra ulterior de los ayudantes de Pablo, tales como Timoteo, Apolos y Tito. Sin embargo, todos estos y los demás amigos de Pablo, al morir este, quedan fuera del registro. Después de la muerte de San Pablo, y durante cincuenta años, sobre la Iglesia pende una cortina a través de la cual en vano nos esforzamos por mirar. Cuando al final se levanta alrededor del año 120 d.C, con los registros de los padres primitivos de la iglesia, encontramos una iglesia muy diferente en muchos aspectos a la de los días de San Pedro y San Pablo.
La caída de Jerusalén en el año 70 d.C trajo un gran cambio en la relación de cristianos y judíos. Entre las muchas provincias bajo el do-minio de Roma, el único país descontento y desleal era Judea. Los judíos, al interpretar sus escritos proféticos, creían que estaban destinados a conquistar y gobernar al mundo. Al tener esa confiada esperanza, se sometían de mala gana al yugo de los emperadores romanos. Debe admitirse también que muchos de los procuradores o gobernadores romanos fracasaban por completo en comprender el carácter judío y eran innecesariamente ásperos en su trato. Alrededor de 66 d.C., los judíos se levantaron en abierta rebelión. Nunca tuvieron esperanza de vencer.
Pues, ¿qué podía hacer una de las provincias más pequeñas, cuyos hombres no estaban preparados para la guerra, en contra de un imperio de ciento veinte millones de personas con un cuarto de millón de soldados disciplinados y expertos? Además, los judíos mismos estaban divididos en grupos que peleaban y se mataban entre sí tan fieramente como con su enemigo común, Roma.
Vespasiano, el principal general romano, condujo un gran ejército a Palestina. Pero Roma lo llamó para que ocupara el trono imperial y dejó la dirección de la guerra a su hijo Tito. Después de un terrible sitio, que se hacía más terrible por el hambre y la lucha civil dentro de los muros, tomaron y destruyeron la ciudad. Mataron a incontables millares de judíos y esclavizaron a otros muchos miles.
El Coliseo de Roma se construyó mediante el trabajo forzado de los judíos cautivos. Incluso, multitudes de ellos murieron debido al intenso trabajo.
La nación judía, después de una existencia de trece siglos, fue destruida. Su restauración se produjo el 15 de mayo de 1948. Al caer Jerusalén perecieron pocos cristianos o quizás ninguno. De las declaraciones proféticas de Cristo, los cristianos recibieron amonestación, escaparon de la desdichada ciudad y encontraron refugio en Pella, en el valle del Jordán. Pero el gran efecto sobre la iglesia de esta destrucción fue que puso fin para siempre a toda relación entre el judaísmo y el cristianismo. Hasta este momento, el gobierno romano y el pueblo en general consideraba a la iglesia como una rama de la religión judaica. Sin embargo, de ahí en adelante los judíos y los cristianos se separaron.
Una pequeña sección de judíos cristianos perseveró durante dos siglos, pero en número siempre menor. Se trataba de los ebionitas, un pueblo que la iglesia en general apenas lo reconocía y que los de su raza lo despreciaba por considerarlo apóstata.
Alrededor de 90 d.C., el cruel e indigno emperador Domiciano empezó una segunda persecución imperial de cristianos. Asesinó a miles de creyentes, sobre todo en Roma e Italia. Sin embargo, esta persecución, como la de Nerón, fue esporádica y local, no se extendió por todo el imperio. En este tiempo, a San Juan, el último de los apóstoles y quien viviera en Éfeso, lo prendieron y lo llevaron a la isla de Patmos, en el mar Egeo. Fue allí donde recibió la revelación que aparece en el último libro del Nuevo Testamento. Muchos eruditos, sin embargo, señalan que esta obra se escribió antes, alrededor de 69 d.C., poco después de la muerte de Nerón.
Es probable que Juan muriera en Éfeso aproximadamente en 100 d. C. Durante esta época se escribieron los últimos libros del Nuevo Testamento: hebreos, tal vez Segunda de Pedro, las Epístolas y el Evangelio de Juan, Judas y Apocalipsis. Aunque el reconocimiento universal de estos libros como inspirados y canónicos vino más tarde. Es curioso notar el estado del cristianismo a fines del primer siglo, más o menos setenta años después de la ascensión de Cristo. Para esta fecha ya había familias que durante tres generaciones fueron seguidores de Cristo. A principios del siglo segundo se habían fundado iglesias en todos los países y en casi toda ciudad, desde el Tíber al Éufrates, desde el Mar Negro hasta el norte de África.
Algunos creen que se extendía hasta España y Gran Bretaña, en el Occidente. Sus miembros ascendían a muchos millones. La bien conocida carta de Plinio al emperador Trajano, escrita alrededor del año 112 d.C., declara que en las provincias de Asia Menor al margen del Mar Negro, los templos de los dioses estaban casi abandonados y los cristianos eran en todas partes una multitud. Los miembros eran de todas las clases, desde las categorías más nobles hasta los esclavos, los cuales por todo el imperio sobrepasaban en número a la población libre. Sin embargo, en la iglesia el esclavo se trataba igual que al noble. Un esclavo podía ser obispo, mientras que su amo era un miembro regular. Al final del siglo primero, toda la iglesia aceptó como reglas de fe las doctrinas expuestas por el apóstol Pablo en la epístola a los Romanos. Las enseñanzas de Pedro y Juan en sus epístolas demuestran un acuerdo completo con los conceptos de Pablo. Sin embargo, surgieron opiniones heréticas y comenzaron a formarse sectas, cuyos gérmenes los apóstoles descubrieron y expusieron, si bien su completo desarrollo vino más tarde.
El bautismo por inmersión era en todas partes el rito de iniciación en la iglesia. No obstante, hay mención definida en el año 120 d.C. de que ya el bautismo por aspersión era una costumbre. Por lo general, se observaba el día del Señor, aunque no en forma estricta, como un día absolutamente separado. Mientras que la mayor parte de la iglesia era judía, se observaba el sábado hebreo. Sin embargo, el primer día de la semana lo fue desplazando a medida que aumentaban los gentiles en embargo, señalan que esta obra se escribió antes, alrededor de 69 d.C., poco después de la muerte de Nerón.
Es probable que Juan muriera en Éfeso aproximadamente en 100 d. C. Durante esta época se escribieron los últimos libros del Nuevo Testamento: hebreos, tal vez Segunda de Pedro, las Epístolas y el Evangelio de Juan, Judas y Apocalipsis. Aunque el reconocimiento universal de estos libros como inspirados y canónicos vino más tarde.
Es curioso notar el estado del cristianismo a fines del primer siglo, más o menos setenta años después de la ascensión de Cristo. Para esta fecha ya había familias que durante tres generaciones fueron seguidores de Cristo.
A principios del siglo segundo se habían fundado iglesias en todos los países y en casi toda ciudad, desde el Tíber al Éufrates, desde el Mar Negro hasta el norte de África. Algunos creen que se extendía hasta España y Gran Bretaña, en el Occidente. Sus miembros ascendían a muchos millones. La bien conocida carta de Plinio al emperador Trajano, escrita alrededor del año 112 d.C., declara que en las provincias de Asia Menor al margen del Mar Negro, los templos de los dioses estaban casi abandonados y los cristianos eran en todas partes una multitud. Los miembros eran de todas las clases, desde las categorías más nobles hasta los esclavos, los cuales por todo el imperio sobrepasaban en número a la población libre. Sin embargo, en la iglesia el esclavo se trataba igual que al noble. Un esclavo podía ser obispo, mientras que su amo era un miembro regular.
Al final del siglo primero, toda la iglesia aceptó como reglas de fe las doctrinas expuestas por el apóstol Pablo en la epístola a los Romanos. Las enseñanzas de Pedro y Juan en sus epístolas demuestran un acuerdo completo con los conceptos de Pablo. Sin embargo, surgieron opiniones heréticas y comenzaron a formarse sectas, cuyos gérmenes los apóstoles descubrieron y expusieron, si bien su completo desarrollo vino más tarde.
El bautismo por inmersión era en todas partes el rito de iniciación en la iglesia. No obstante, hay mención definida en el año 120 d.C. de que ya el bautismo por aspersión era una costumbre. Por lo general, se observaba el día del Señor, aunque no en forma estricta, como un día absolutamente separado. Mientras que la mayor parte de la iglesia era judía, se observaba el sábado hebreo. Sin embargo, el primer día de la semana lo fue desplazando a medida que aumentaban los gentiles en la congregación. Vemos que antes de finalizar el ministerio de San Pablo, las iglesias se reunían el primer día de la semana.
En Apocalipsis a ese día se le llama "el día del Señor". La Cena del Señor se observaba universalmente. Esta empezó a manera de un servicio en el hogar, como la Pascua judía, de la cual se originó. Pero entre las iglesias gentiles surgió la costumbre de celebrarse en una reunión de la iglesia. Se trataba de una cena a la que cada miembro traía su parte de provisión. San Pablo reprendió a la iglesia en Corinto por lo que trajo como resultado el abuso de este método de cumplimiento. Quizás debido a la persecución, al final del siglo la cena del Señor era en todas partes un servicio celebrado en el lugar de reunión de los cristianos, pero no en público. En esta celebración, que se tenía como un "misterio", solo se admitían los miembros de la iglesia. Se aprobó y expandió el reconocimiento del domingo de resurrección como aniversario de la resurrección de nuestro Señor, aunque en ese tiempo aun no se celebraba universalmente.
El último sobreviviente de los doce apóstoles fue San Juan, quien moró en Éfeso como hasta el año 100 d.C. No hay datos de que hubiese sucesores en ese oficio. Sin embargo, alrededor del año 120 d.C. se hace mención de "apóstoles" que al parecer eran evangelistas que viajaban entre las iglesias, pero sin autoridad. Es evidente que no se respetaban mucho porque a las iglesias se les recomendaba que no los hospedaran más de tres días. En Hechos y las últimas epístolas, los ancianos (presbíteros) y obispos se mencionan como si los dos títulos se aplicasen indistintamente a las mismas personas. Pero para el final del primer siglo aumentaba la tendencia de elevar a un obispo sobre sus compañeros ancianos, lo cual condujo más tarde al sistema eclesiástico. Los diáconos se mencionan en las últimas cartas de Pablo como oficiales de la iglesia. En la Epístola a los Romanos, escrita 58 d.C., a Febe de Cencrea se le llama "diaconisa". Una referencia en 1 Timoteo puede que se haya hecho para mujeres que desempeñaban ese oficio.
El plan de culto en las asambleas cristianas se derivaba de aquel de las sinagogas judías. Se leían pasajes del Antiguo Testamento y de las cartas apostólicas, así como de los Evangelios. Se cantaban Salmos de la Biblia e himnos cristianos. Las oraciones, diferentes a las de las sinagogas, eran espontáneas. Se dirigían con toda libertad a los miembros y hermanos visitantes.
Al final del servicio, a menudo se participaba de la Cena del Señor.
Al leer las últimas epístolas y el libro de Apocalipsis, encontramos entremezcladas luz y sombras en el relato de las iglesias. Las normas de carácter moral eran elevadas, pero el tono de la vida espiritual era inferior de lo que había sido en los días primitivos apostólicos. Sin embargo, en todas partes la iglesia era fuerte, activa, creciente y se levantaba a dominar en todos los ámbitos del Imperio Romano.
El hecho más relevante en la historia de la iglesia en los siglos segundo y tercero fue la persecución que los emperadores romanos desplegaron contra el cristianismo. Aunque esta situación no fue continua, a menudo duraba varios años y propensa a que en cualquier momento estallara en formas terribles. En el siglo cuarto se prolongó hasta 313 d.C., cuando el edicto de Constantino, el primer emperador cristiano, puso fin a todos los intentos de destruir la iglesia de Cristo. Es sorprendente que durante este período algunos de los mejores y más sabios emperadores eran los más activos en la persecución del cristianismo. Sin embargo, la oposición de algunos de los peores emperadores era mínima o ninguna. Antes de narrar la historia, investiguemos algunos de los motivos que obligaban al gobierno, generalmente justo y que procuraba el bienestar de sus ciudadanos, a intentar por espacio de doscientos años a extirpar un cuerpo tan recto, tan obediente a la ley y tan conveniente como los cristianos. Puede señalarse un buen número de causas para el antagonismo de los emperadores al cristianismo.
El paganismo acogía las nuevas formas y objetos de adoración, mientras que el cristianismo las excluía. Donde los dioses ya se contaban por cientos, aun por miles, un dios más no se destacaba en nada. Cuando la gente de una ciudad o una provincia deseaban desarrollar el comercio o la inmigración, construía templos a los dioses que se adoraban en otros países para que los ciudadanos de esos otros países pudiesen tener un lugar de adoración. Es por eso que en Pompeya encontramos un templo a Isis, una diosa egipcia, construido para fomentar el comercio de Pompeya con Egipto. Esto hacía que los comerciantes egipcios se sintieran como en su propio país. El cristianismo, en cambio, se oponía a toda adoración excepto a la de su propio Dios. Un emperador deseó colocar una estatua de Cristo en el Panteón, un templo de Roma que todavía está en pie, donde seadoraban a todos los dioses importantes. Sin embargo, los cristianos rechazaron la oferta con desprecio. No querían que a su Cristo se le reconociese solo como uno entre muchos dioses.
La adoración al emperador se tenía como una prueba de lealtad. En algún lugar prominente de cada ciudad había una estatua del emperador reinante. Ante dicha imagen se ofrecía incienso como a un dios. Tal parece que en una de las primeras epístolas de Pablo hay una referencia velada a esta forma de idolatría. Los cristianos se negaban a rendir esta adoración, aun cuando era muy sencillo arrojar un poco de incienso sobre el altar.
Debido a que cantaban himnos de alabanza y adoraban a "otro Rey, un tal Jesús", las multitudes los tenían por desleales y conspiradores de una revolución.
De alguna manera, se consideraba a la primera generación de cristianos relacionada con los judíos. A pesar de que estos vivían separados de las costumbres idólatras y ni siquiera comían en las fiestas de los ídolos, el gobierno reconocía al judaísmo como una religión permitida. Esta aparente relación preservó a los cristianos por algún tiempo de la persecución. Sin embargo, después de la destrucción de Jerusalén en el año 70 d.C., el cristianismo quedó solo sin leyes que protegiesen a sus seguidores del odio de sus enemigos.
Las reuniones secretas de los cristianos despertaban sospechas. Se reunían antes de la salida del solo en la noche, a menudo en cuevas o catacumbas subterráneas. Circulaban falsos rumores de ritos lascivos o criminales que se llevaban a cabo entre ellos. Además, el gobierno autocrático del imperio sospechaba de todos los cultos o sociedades secretas, temiendo propósitos desleales. La celebración de la Cena del Señor, de la cual se excluían a los extraños, a menudo era una causa de acusación y persecución.
El cristianismo no hacía distinciones entre los hombres. Tampoco lo hacía entre sus miembros ni en el trabajo que realizaban. Incluso, un esclavo se podía elegir como obispo en la iglesia. Esto era una ignominia para los nobles, los filósofos y las clases gobernantes. A los cristianos se les consideraban como "igualitaristas", anarquistas y trastornadores del orden social. Es decir, enemigos del estado.
Por cierto, a menudo los intereses económicos generaban o estimulaban el espíritu de persecución. A esto se debió que en Éfeso Pablo estuviera en peligro de muerte por el motín que provocó Demetrio el platero. También los gobernantes perseguían a los cristianos bajo la influencia de individuos cuyos intereses financieros se afectaban con el progreso de la iglesia. Por ejemplo, entre estos había sacerdotes y sirvientes laicos de los templos de ídolos, los que hacían imágenes, los escultores, arquitectos de templos y otros que se ganaban la vida mediante la adoración pagana. No era difícil elevar el grito de "Los cristianos a los leones", cuando los hombres veían sus artes o profesiones en peligro, o cuando funcionarios codiciosos deseaban la propiedad de los cristianos ricos.
Durante los siglos segundo y tercero, y sobre todo en los primeros años del siglo cuarto, hasta el año 313 d.C., la religión cristiana estaba prohibida y sus partidarios sufrían proscripción. Sin embargo, la mayor parte del tiempo la espada de la persecución estaba envainada y apenas molestaban a los discípulos en sus observancias religiosas. Pero aun durante estos períodos de aparente calma cabía la posibilidad de un peligro repentino siempre que un gobernante creía conveniente ejecutar los edictos o cuando algún cristiano prominente daba su testimonio abiertamente y con valor. Hubo, sin embargo, varios períodos de corta o larga duración, en los que a través de todo el imperio la iglesia se exponía a la más fiera persecución. Las persecuciones en el primer siglo, por Nerón (68) y Domiciano (90-95), fueron sencillamente explosiones de frenesí y odio, sin ningún motivo excepto la ira de un tirano. Se producían en forma esporádica y no se prolongaban mucho. Sin embargo, desde el año 110 al 313 d.C., la iglesia estuvo sujeta a una serie sistemática e implacable de intentos gubernamentales puestos en práctica a través de todo el imperio para aplastar la fe siempre creciente.
Desde el reinado de Trajano al de Antonino Pío (96-161), el cristianismo no se reconoció, aunque tampoco se persiguió severamente. Bajo los emperadores Nerva, Trajano, Adriano y Antonino Pío, quienes con Marco Aurelio se les conocieron como los "cinco buenos emperadores", no se podía arrestar a ningún cristiano sin una querella definida y comprobada. El espíritu de la época era más bien pasar por alto la religión cristiana. Con todo, cuando se formulaban cargos y los cristianos rehusaban retractarse, los gobernantes se veían obligados, aun en contra de su voluntad a poner en vigor la ley y ordenar su ejecución. Algunos mártires prominentes de la fe durante estos reinados fueron:
Simeón (o Simón; Marcos 6:3), el sucesor de Santiago como cabeza u obispo de la iglesia en Jerusalén. Este también, como aquel, fue un hermano menor de nuestro Señor. Se dice que llegó a una edad avanzada.Lo crucificaron en 107 d.C. por orden del gobernador romano de Palestina, durante el reinado de Trajano.
Ignacio, obispo de Antioquía en Siria, estaba más que dispuesto a ser un mártir. En su camino a Roma escribió cartas a las iglesias esperando no perder el honor de morir por su Señor. Lo arrojaron a las fieras en el anfiteatro romano en 108 ó 110 d.C. Aunque la persecución durante estos reinados fue menos severa de la que se desató sobre la iglesia poco después, hubo muchos mártires además de estos dos hombres distinguidos.
El mejor de los emperadores romanos y uno de los más prominentes escritores de ética fue Marco Aurelio, quien reinó de 161 a 180 d.C. Su estatua ecuestre aún está en pie en el lugar de la antigua capital de Roma. Sin embargo, este buen hombre y recto gobernante, fue un encarnizado perseguidor de los cristianos. Procuró restaurar la antigua sencillez de la vida romana y con ella la religión antigua. Se oponía pues a los cristianos como innovadores. Muchos miles de creyentes en Cristo eran decapitados o devorados por las fieras hambrientas en la arena. Entre la multitud de mártires de estos años, solo mencionaremos dos:
Policarpo, obispo de Esmirna en Asia Menor, murió en 155 d.C. Cuando lo llevaron ante el gobernador y lo instaron a maldecir el nombre de Jesucristo, contestó: "Ochenta y seis años le he servido y todo lo que me ha hecho es bien, ¿cómo podría maldecirle? ¡Mi Señor y Salvador!" Lo quemaron vivo en la hoguera.
Justino Mártir fue un filósofo que continuó enseñando después de aceptar el cristianismo. Se trataba de uno de los hombres más capaces de su época y uno de los principales defensores de la fe. Sus libros, aún existentes, ofrecen mucha valiosa información acerca de la iglesia a mediados del segundo siglo. Su martirio ocurrió en Roma en 166 d.C.
Después de la muerte de Marco Aurelio, 180 d.C., siguió un período de confusión. Los débiles e indignos emperadores se ocupaban tanto de las guerras civiles o de sus propios placeres, que no prestaban mucha atención a los cristianos. Sin embargo, Septimio Severo empezó en 202 d. C. una terrible persecución que duró hasta su muerte en 211 d.C. Severo tenía una naturaleza morbosa y melancólica. Fue muy riguroso en administrar disciplina y procuraba en vano restaurar las decadentes religiones de otros tiempos. En todas partes, la persecución contra la iglesia hacía estragos, pero era más severa en Egipto y en el norte de África. Leonidas, el padre del gran teólogo Orígenes, murió decapitado en Alejandría. En 203 d.C., las fieras hicieron pedazos a Perpetua, una mujer noble de Cartago, y a Felícitas su fiel esclava. Tan cruel era el espíritu del emperador Septimio Severo, que muchos escritores cristianos lo consideraron el anticristo.
Bajo los numerosos emperadores que siguieron en rápida sucesión, la iglesia quedó en el olvido durante cuarenta años. En todo el imperio, el emperador Caracalla (211-217) confirmó la ciudadanía a cada persona que no fuera esclava. Por cierto, un beneficio para los cristianos, pues ya no podían crucificarlos ni arrojarlos a las fieras, a no ser que fuesen esclavos.
Pero, con el reinado de Decio (249-251), se volvió a desatar una terrible persecución. Por fortuna, su reinado fue muy corto y con su fallecimiento cesó por un tiempo el aniquilamiento de cristianos.
Después de la muerte de Decio, siguieron más de cincuenta años de relativa calma, aunque a veces había breves períodos de persecución. En una de esas épocas, en 257 d.C. y bajo Valeriano, murió el célebre Cipriano, obispo de Cartago y uno de los grandes escritores y líderes de la iglesia en ese período, así como el obispo romano Sexto.
La última y más sistemática yterrible de todas las persecuciones fue durante el reinado de Diocleciano y sus sucesores, de 303 a 310 d.C. En una serie de edictos se ordenó: quemar cada ejemplar de la Biblia, derribar las iglesias levantadas por todo el imperio durante el medio siglo de relativa calma, quitar la ciudadanía a quienes no renunciasen a su religión cristiana y dejada sin la protección de la ley. En algunos lugares reunían a los cristianos en sus templos y los incendiaban. Así perecían los creyentes dentro de sus paredes. Se dice que el emperador Diocleciano erigió un monumento con la inscripción: "En honor de la exterminación de la superstición cristiana.".
(Esta declaración, aunque hecha por muchos historiadores, descansa sobre evidencias inciertas y quizá no sea auténtica)
Sin embargo, veinticinco años después el cristianismo se convirtió en la religión oficial del emperador, de la corte y del imperio. Los inmensos Baños de Diocleciano en Roma se construyeron mediante trabajo forzado de esclavos cristianos. Sin embargo, doce siglos después de Diocleciano, Miguel Ángel transformó una parte del edificio en la Iglesia de Santa María Degli Angeli, consagrada en 1561 d.C., que todavía se usa para la adoración catolicorromana. Diocleciano abdicó al trono imperial en 305 d.C., pero sus subordinados y sucesores, Galerio y Constancio, siguieron la persecución durante seis años. Constantino, el hijo de Constancio, como co-emperador y quien para ese tiempo no profesaba ser cristiano, expidió su memorable Edicto de Tolerancia en 313 d.C. Por esta ley se aprobó el cristianismo, su adoración se legalizó y toda persecución cesó para no volverse a renovar mientras duró el Imperio Romano.
Mientras que el hecho sobresaliente en la historia de la iglesia en los siglos segundo y tercero fueron las persecuciones imperiales, se puede decir por otra parte que se producían grandes adelantos en la condición, organización y vida de la comunidad cristiana. Consideraremos ahora algunos de estos.
Ya hemos visto que los escritos del Nuevo Testamento se terminaron poco después del principio del segundo siglo, quizás en 110 d.C. Sin embargo, el establecimiento de estos libros, y solo de estos como el canon o regla de fe con autoridad divina, no fue inmediato. No todos estos libros se aceptaban en todas partes como Escritura inspirada. Algunos de ellos, especialmente hebreos, Santiago, Segunda de Pedro y Apocalipsis, los aceptaron en Oriente, pero por muchos años los rechazaron en Occidente. Por otra parte, algunos libros que hoy no se consideran parte de la Biblia también se aceptaban y leían en el Oriente, tales como el Pastor de Hermas, la Epístola de Bernabé, la Enseñanza de los Doce Apóstoles y el Apocalipsis de Pedro.
Gradual y lentamente los libros del Nuevo Testamento, como hoy los tenemos, alcanzaron la prominencia de Escrituras inspiradas y los demás libros poco a poco perdieron vigencia en las iglesias. Los concilios que se celebraban de tiempo en tiempo no escogieron los libros para formar el canon. Más bien los concilios ratificaron la elección ya hecha por las iglesias. No puede darse ninguna fecha precisa del completo reconocimiento del Nuevo Testamento tal como lo tenemos en la actualidad, pero no puede fijarse antes del año 300 d.C. Cualquiera que lea el volumen de "El Nuevo Testamento Apócrifo", y compare su contenido con nuestro Nuevo Testamento, verá de inmediato por qué estos libros se rechazaron finalmente del canon.
Mientras vivieron los primeros apóstoles, el respeto general hacia ellos como elegidos de Cristo, fundadores de la iglesia y hombres dotados de inspiración divina, los convertían en los indiscutibles líderes y gobernantes de la iglesia, hasta donde era necesario el gobierno. Cuando Lucas escribió Hechos y Pablo escribió a los Filipenses y a TI-moteo, los títulos "obispos" y "ancianos" (presbíteros) se aplicaron libremente a los mismos funcionarios de la iglesia. Sin embargo, sesenta años después, alrededor de 125 d.C., encontramos que los obispos estaban por doquier gobernando la iglesia.
Cada uno mandaba en su propia diócesis con presbíteros y diáconos bajo su autoridad. Como en el año 50 D.C. el Concilio de Jerusalén estaba compuesto de "apóstoles y ancianos", y expresaba la voz de toda la iglesia, tanto de ministros (si acaso los había, lo cual es dudoso) y de laicos. Pero durante el período de persecución, sin duda después de 150 d.C., solo los obispos eran los que celebraban los concilios y dictaban las leyes. La forma episcopal de gobierno llegó a ser dominante y universal. No hay historia de ese tiempo que nos diga los pasos conducentes a este cambio de organización, pero no es difícil encontrar sus causas.
La pérdida de la autoridad apostólica hizo necesario elegir nuevos líderes.
Los grandes fundadores de la iglesia, Pedro, Pablo, Santiago (el hermano del Señor) y Juan, el último de los apóstoles, habían muerto sin dejar hombres de su talla que les sucedieran. Después de morir Pedro y Pablo, y durante cincuenta o sesenta años, la historia de la iglesia está en blanco.
No sabemos qué hicieron hombres como Timoteo, Tito y Apolos. Aunque, una generación después, aparecen nuevos nombres como obispos con autoridad sobre sus diferentes diócesis.
El crecimiento y el alcance que tuvo la iglesia hicieron necesarias la organización y la disciplina. Mientras las iglesias se limitaban a las regiones donde podían recibir visitas ocasionales de los apóstoles, pocas autoridades hacían falta. Sin embargo, cuando la iglesia llegó a ser tan vasta, y aun más que el imperio, llegando hasta Partia y las fronteras de India, abarcando muchos países y razas, se comprendió la necesidad de un líder para las diferentes secciones.
La persecución, un peligro común, unificó a las iglesias y ejerció su influencia hacia la unión y el gobierno. Cuando en cualquier tiempo los poderes del estado se alineaban en contra de la iglesia, se comprendía la necesidad de dirección eficiente. Surgían los líderes para la ocasión. De modo que la necesidad que duró siete generaciones hizo que la forma de gobierno fuese permanente.
El nacimiento de sectas y herejías en la iglesia hizo que fuesen absolutamente necesarios algunos artículos de fe y cierta autoridad para ponerlos en vigor. Veremos en este capítulo algunas de las divisiones doctrinales que amenazaron la existencia misma de la iglesia. También veremos cómo las controversias sobre las mismas despertaron la imperativa demanda de disciplina para enfrentar a los herejes y asegurar la unidad de la fe.
Al inquirir por qué se adoptó esta forma particular de gobierno, es decir, un gobierno de mayor jerarquía antes que uno ejercido por el ministerio en un plano de igualdad, encontramos que la analogía del gobierno imperial proporcionó un plan que con naturalidad se siguió en el desarrollo de la iglesia. El cristianismo no se levantó en una república donde los ciudadanos escogen a los gobernantes, sino en un imperio gobernado por autoridad.
De ahí que, como hacía falta algún gobierno para la iglesia, por dondequiera surgía una forma algo autocrática. Es decir, el gobierno por obispos, a lo cual la iglesia se sometía de voluntad, estando acostumbrada al mismo gobierno en el estado. Sin embargo, es un hecho digno de notarse que, durante todo el período que estamos considerando, ningún obispo reclamó para sí autoridad de carácter universal (autoridad sobre los obispos) como más tarde lo hizo el obispo de Roma.
Otra característica distintiva de este período fue el desarrollo de la doctrina.
En la época apostólica la fe era del corazón, una rendición personal de la voluntad a Cristo como Rey y Señor, una vida de acuerdo con su ejemplo debido a que el Espíritu moraba internamente. Sin embargo, en el periodo que estudiamos ahora, la fe poco a poco llegó a ser mental, una fe del intelecto. Una fe que creía en un sistema de doctrina riguroso e inflexible. Se enfatizaba la sana doctrina, antes que la vida espiritual. Las normas del carácter cristiano eran aun elevadas y la iglesia tenía muchos santos enriquecidos por el Espíritu Santo. No obstante, la doctrina se convertía cada vez más en la prueba del cristianismo. "El credo de los apóstoles", la más antigua y sencilla declaración de fe cristiana, se compuso durante este período.
Surgieron tres grandes escuelas de teología: en Alejandría, en Asia Menor y en el norte de África. Estas escuelas se establecieron para instruir a los que venían de hogares paganos y habían aceptado la fe cristiana, pero pronto se desarrollaron en centros de investigación de las doctrinas de la iglesia. Grandes maestros estaban asociados con estas escuelas.
La escuela en Alejandría se fundó como en 180 d.C., por Panteno, ex filósofo estoico, pero como cristiano era eminente por el fervor de su espíritu y la elocuencia en la enseñanza oral. Solo breves fragmentos de sus escritos sobrevivieron. Le sucedió Clemente de Alejandría (150 a 215 d.C. aproximadamente). Varios de sus libros, casi todos en defensa del cristianismo contra el paganismo, aún existen. Aunque el más grande de la escuela Alejandrina, y el expositor más capaz de todo el período fue Orígenes (185-254 d.C.), quien enseñó y escribió sobre muchos temas, mostrando gran saber y poder intelectual.
La escuela de Asia Menor no radicaba en un solo centro, sino que consistía de un grupo de maestros y escritores de teología. Su gran re-presentante fue Ireneo que "combinó el celo del evangelista con la habilidad del escritor consumado". Sus últimos años los pasó en Galia, Francia, fue obispo y murió como mártir alrededor de 200 d.C.
La escuela del norte de África estaba en Cartago que, por medio de una serie de escritores y teólogos capaces, hizo más que cualquiera de las otras escuelas para darle forma al pensamiento teológico de Europa. Los dos nombres más grandes de esta escuela fueron los del brillante y fervoroso Tertuliano (160-220 d.C.) y el de Cipriano, el más conservador pero hábil obispo que murió como mártir en la persecución bajo Decio (258 d.C.).
Los escritos de estos eruditos cristianos, junto a otros muchos aso-ciados e inspirados por ellos, han sido de un valor inestimable. Se consideran como nuestra fuente de información original sobre la iglesia, su vida, sus doctrinas y su relación al mundo pagano que le rodeó durante los siglos de persecución.
A la par del desarrollo de la doctrina teológica estuvo el nacimiento de las sectas o herejías, como se las llamaban, en la iglesia cristiana. Mientras que la iglesia era judía por sus miembros, y aun después a medida que la regían hombres del tipo judío tales como San Pedro y San Pablo, había solo una leve tendencia hacia el pensamiento abstracto y especulativo. No obstante, cuando la iglesia estuvo compuesta en su mayoría por griegos, y en especial los griegos místicos y tendenciosos de Asia Menor, surgieron toda clase de opiniones y teorías que se desarrollaron con fuerza en la iglesia. Los cristianos de los siglos segundo y tercero no solo lucharon en contra de un mundo pagano y adverso, sino también en contra de herejías y doctrinas corruptas dentro de su propio redil. Consideremos ahora algunas de las sectas más importantes de ese período.
Los gnósticos (del griego, gnosis: "sabiduría") no son fáciles de definir por ser tan variados en sus doctrinas en los diferentes períodos y localidades.
Surgieron en el Asia Menor, ese foco de ideas fantásticas, y eran un injerto del cristianismo sobre el paganismo. Creían que del Dios supremo emanaba un gran número de deidades inferiores, algunas benéficas, otras malignas.
Por medio de estas el mundo se creó con su mezcla de bien y mal.
Consideraban que en Cristo, como una de estas "emanaciones", moró por un tiempo la naturaleza divina. También interpretaban las Escrituras de una manera alegórica, haciendo que cada declaración significara lo que parecía más adecuado al intérprete. Florecieron a través de todo el siglo segundo y desaparecieron con él.
Los ebionitas (de una palabra hebrea que significa "pobre") eran cristianos judíos que insistían que las leyes y costumbres judaicas debían ser observadas. Rechazaban los escritos de San Pablo porque estos reconocían a los gentiles como cristianos. Los judíos los despreciaban como apóstatas y no gozaban de la simpatía de los cristianos gentiles, quienes, después de 70 d.C. constituían mayoría en la iglesia. De manera gradual, los ebionitas comenzaron a disminuir en el siglo segundo.
A los maniqueos, de origen persa, se les llamó así debido a su fundador, Maní, a quien el gobierno persa mató en 276 d.C. Enseñaban que el universo se compone de dos reinos, uno de luz y otro de tinieblas, y que cada uno lucha por el dominio en la naturaleza y en el hombre.
Rechazaban a Jesús, pero creían en un "Cristo celestial". Eran severos en el ascetismo y renunciaban al matrimonio.
Los persiguieron tanto los emperadores paganos, como los cristianos. Agustín, el más grande teólogo de la iglesia, fue maniqueo antes de su conversión.
Los montanistas, así llamados a causa de su fundador, Montano, casi no pueden clasificarse entre las sectas herejes, aunque la iglesia condenó sus enseñanzas. Eran puritanos que reclamaban volver a la sencillez de los cristianos primitivos. Creían en el sacerdocio de todos los verdaderos creyentes y no en las órdenes del ministerio. Observaban una disciplina estricta en la iglesia. Consideraban los dones de profecía como el privilegio de los discípulos y tenían muchos profetas y profetisas entre sus miembros.
Tertuliano, uno de los principales entre los padres primitivos, abrazó sus ideas y escribió en defensa de ellos. En los tiempos modernos, Juan Wesley aprobó a Montano y a la mayoría de sus enseñanzas. Asimismo Harnack, un eminente erudito moderno, también las aprobó.
Acerca de estas sectas, y por lo general denominadas herejías, la dificultad de comprenderlas surge que (excepto los montanistas y aun en este caso en gran medida) sus propios escritos ya no existen. Para formar nuestros conceptos acerca de ellos dependemos de los que escribieron en su contra que sin duda estaban prejuiciados. Su-pongamos, por ejemplo, que los metodistas como denominación y con toda su literatura dejasen de existir y que mil años después los estudiantes procurasen investigar sus enseñanzas de los libros y folletos escritos en el siglo dieciocho en contra de Juan Wesley. A qué conclusiones tan erróneas llegarían y qué cuadro tan falso del metodismo se presentaría.
Procuremos ahora descubrir la condición de la iglesia durante los siglos de persecución, sobre todo en sus finales aproximadamente en 313 d.C.
Uno de los efectos que produjeron las pruebas que pasaron los cristianos de ese período fue una iglesia purificada. Las persecuciones mantenían alejados a todos los que no eran sinceros en su profesión. Nadie se unía a la iglesia por ganancia mundana ni popularidad. Los débiles y de corazón apocado abandonaban la iglesia. Solo los que estaban dispuestos a ser fieles hasta la muerte eran los que se hacían abiertamente seguidores de Cristo. La persecución sacudió a la iglesia separando la cizaña del trigo.
En sentido general, era una iglesia de enseñanza unificada. Era un cuerpo de muchos millones de personas que se extendía por un sinnúmero de países y que incluía a muchas razas que hablaban muchos idiomas. Sin embargo, tenía una misma fe.
Las diferentes sectas se levantaron, florecieron y gradualmente perecieron. Las controversias destacaron la verdad y aun muchas de las herejías dejaron tras sí algunas verdades que enriquecieron el depósito de la iglesia. A pesar de las sectas y cismas, el cristianismo del imperio y de las tierras circunvecinas era uno en su doctrina, su sistema y su espíritu.
Era una iglesia completamente organizada. Hemos visto cómo se desarrolló el sistema de organización de los elementos coordinados en la época apostólica. Ya en el siglo tercero la iglesia estaba en todas partes dividida en diócesis, con obispos que con manos firmes llevaban las riendas del gobierno. La iglesia era un ejército disciplinado, unido bajo dirección capaz. Dentro del Imperio Romano, bien organizado por fuera pero por dentro en decadencia, había otro imperio de abundante vida y poder progresivo: la iglesia cristiana.
Era una iglesia creciente. A pesar de las persecuciones, tal vez hasta cierto punto por causa de estas, la iglesia crecía con una rapidez asombrosa. Al final del período de persecución la iglesia era lo bastante numerosa como para componer la institución más poderosa del imperio. Gibbon, el historiador de este período, calculaba que los cristianos al final de las persecuciones formaban cuando menos la décima parte de la población.
A partir de entonces, muchos escritores han aceptado sus declaraciones.
Sin embargo, recientemente todo el tema se ha investigado con cuidado y la conclusión de los eruditos actuales es que los miembros de la iglesia y sus simpatizantes componían la mitad de los ciento veinte millones bajo el dominio de Roma. Una admirable muestra de evidencia se ha encontrado en las catacumbas de Roma, canteras subterráneas de gran extensión, que durante dos siglos fueron los lugares de escondite, de reunión y sepultura de los cristianos. Por las tumbas de los cristianos, como demuestran las inscripciones y símbolos sobre las mismas, algunos calculan que ascendían a siete millones y ningún explorador calcula menos de dos millones. Cuatro Millones en siete generaciones quizás sería una buena conclusión. Agréguense a estos cuatro millones otros muchos que no recibieron sepultura en las catacumbas y luego considérese lo grande que debe haber sido el número de cristianos en todo el Imperio Romano.
En el período que comenzamos ahora el hecho más notable y también el más poderoso, para bien y para mal, fue la victoria del cristianismo. En 305 d.C, cuando Diocleciano abdicó el trono imperial, la religión cristiana estaba terminantemente prohibida. Su profesión se castigaba con tortura y muerte, y todo el poder del estado se ejercía en contra de la misma. Menos de veinte años después, en 324 d.C, se reconoció al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano y un emperador cristiano ejercía autoridad suprema con una Corte de cristianos profesantes a su derredor.
En un instante, los cristianos pasaron del anfiteatro romano, donde tenían que enfrentarse con los leones, a ocupar un sitio de honor en el trono que regía al mundo.
Poco después de la abdicación de Diocleciano, en 305 d.C, cuatro aspirantes a la corona imperial estaban en guerra. Los dos rivales más poderosos eran Maxencio y Constantino, cuyos ejércitos se enfrentaron en el Puente Milvian, sobre el Tíber, a dieciséis kilómetros de Roma, 312 d.C
Maxencio representaba al elemento pagano perseguidor. Constantino era amistoso con los cristianos aunque en ese tiempo no profesaba ser creyente. Afirmaba haber visto en el cielo una cruz luminosa con el lema: "Hoc Signo Vinces": "Por esta señal conquistarás", que más tarde adoptó como insignia de su ejército. La victoria fue de Constantino y Maxencio se ahogó en el río. Poco después, en 313 d.C., Constantino promulgó su famoso Edicto de Tolerancia que oficialmente puso fin a las persecuciones.
No fue sino hasta 323 d.C. que Constantino llegó a ser supremo emperador y que se entronizó al cristianismo. El carácter de Constantino no era perfecto. Aunque por lo general era justo, a veces era cruel y tirano. Se ha dicho que "la realidad de su cristianismo era mejor que su calidad". Retrasó su bautismo hasta poco antes de su muerte con la idea que prevalecía en su tiempo de que el bautismo lavaba todos los pecados cometidos previamente. Si no fue un gran cristiano, sin duda fue un político sabio, pues tuvo la percepción de unirse con el movimiento que tenía el futuro de su imperio.
De este repentino cambio de relaciones entre el imperio y la iglesia se obtuvieron resultados mundiales y de vasto alcance. Algunos de ellos buenos, otros malos, tanto para la iglesia como para el estado. Podemosver de inmediato que la nueva actitud del gobierno benefició la causa del cristianismo.
De una vez y para siempre cesó toda persecución de cristianos. Durante más de doscientos años, los cristianos nunca se vieron libres de acusación y muerte. Incluso en muchos períodos, como hemos visto, todos habían estado en peligro inminente. Sin embargo, desde la promulgación del Edicto de Constantino en 313 d.C., hasta que terminó el Imperio Romano, la espada de la persecución no solo se envainó, sino que se sepultó.
En todas partes se restauraban y reabrían los edificios de las iglesias. En el período apostólico las reuniones se celebraban en casas particulares y en salones alquilados. Después, durante el tiempo del cese de las persecuciones, empezaron a levantarse edificios para las iglesias. En la última persecución, durante Diocleciano, las autoridades destruyeron muchos de estos edificios y otros los confiscaron. Ahora, todos los que aún estaban en pie se restauraron y las ciudades pagaron a las sociedades por los que derribaron. A partir de este momento, los cristianos tuvieron libertad para construir templos. De ahí que se empezaron a levantar edificios por doquier. En su diseño seguían la forma y tomaban el nombre de la basílica romana o salón de la corte: un rectángulo dividido en pasillos por hileras de pilares, teniendo en un extremo una plataforma semicircular con asiento para los clérigos. Constantino dio el ejemplo de construir grandes templos en Jerusalén, Belén y en su nueva capital, Constantinopla.
Dos generaciones después de Constantino fue que empezaron a aparecer las imágenes en las iglesias. Los cristianos primitivos se horrorizaban con todo lo que pudiese conducir a la idolatría.
Aunque todavía se toleraba la adoración pagana, los sacrificios oficiales cesaron. El hecho de que un cambio tan radical de las costumbres generales, entretejidas con toda celebración social y cívica, pudiese haberse efectuado con tanta rapidez demuestra que las observancias paganas fueron por mucho tiempo un simple formalismo y ya no expresaban la creencia de gente inteligente.
En muchos lugares los templos se consagraron como iglesias. Esto sucedía especialmente en las ciudades; mientras que en los remotos lugares rurales las creencias y la adoración pagana perduraron por generaciones. La palabra "pagano" originalmente significaba "morador del campo". Sin embargo, llegó a significar, y aún significa, un idólatra, uno que no conoce la verdadera adoración.
Por todo el imperio los templos de los dioses se sostuvieron principalmente por el tesoro público. Ahora estas donaciones se concedían a las iglesias y al clero. De forma gradual al principio, pero muy pronto en una forma general y más liberal, los fondos públicos fueron enriqueciendo a la iglesia.
Los obispos, ministros y otros funcionarios del culto cristiano recibían su sostén del estado. Una donación bien recibida por la iglesia, pero al final de dudoso beneficio.
Al clero se le otorgaron muchos privilegios, no todos por ley imperial, sino por costumbre que pronto llegó a ser ley. Ya no se les exigía el cumplimiento de los deberes públicos que eran obligatorios para todos los ciudadanos, pues los eximieron del pago de contribuciones. Todas las acusaciones en su contra se juzgaban ante cortes eclesiásticas. Los ministros de la iglesia pronto llegaron a formar una clase privilegiada en cuanto a la ley del país.
Esto también, aunque fue un beneficio inmediato, desencadenó un mal para el estado y para la iglesia.
El primer día de la semana se proclamó como día de descanso y de adoración. Su observancia pronto llegó a generalizarse en todo el imperio.
En 321 d.C., Constantino prohibió que las cortes se abriesen los domingos, excepto con el propósito de libertar esclavos. También en ese día los soldados tenían la orden de no hacer sus ejercicios militares diarios. Sin embargo, los juegos públicos continuaron el domingo, con la tendencia de hacer de ese día uno de fiesta en vez de santo.
Del reconocimiento del cristianismo como la religión predilecta surgieron algunos buenos resultados para el pueblo y la iglesia. El espíritu de la nueva religión se inculcó en muchas de las ordenanzas que Constantino y sus sucesores inmediatos decretaron.
La crucifixión se abolió. Esta era una forma común de ejecutar los criminales, excepto a los ciudadanos romanos que eran los únicos con derecho a ser decapitados cuando los condenaban a muerte. Sin embargo, pronto Constantino adoptó la cruz, emblema sagrado para los cristianos, como la insignia de su ejército y la prohibió como instrumento de muerte. El infanticidio se frenó y reprimió. En toda la historia anterior de Roma y sus provincias, cualquier niño que su padre no deseaba, se asfixiaba o "abandonaba" a fin de que muriera. Algunas personas hacían un negociode recoger niños abandonados, los criaban y luego los vendían como esclavos. La influencia del cristianismo impartió un carácter sagrado a la vida humana, aun en la de los niños más pequeños, e hizo que el mal del infanticidio desapareciera de todo el imperio.
A través de toda la historia de la república romana y del imperio, hasta que el cristianismo llegó a dominar, más de la mitad de la población era esclava sin la más mínima protección de la ley. Si así lo deseaba, un hombre podía matar a sus esclavos. Durante el dominio de uno de los primeros emperadores, un ciudadano romano rico fue asesinado por uno de sus esclavos y, por ley, los trescientos esclavos de su casa murieron. No tomaronen cuenta su sexo, edad, culpa o inocencia. Pero con la influencia del cristianismo, el trato a los esclavos llegó de inmediato a ser más humano. Se les otorgaron derechos legales que nunca antes tuvieron. Podían acusar a sus amos de trato cruel. La emancipación se aprobó y fomentó. Así, la condición de los esclavos mejoró y la esclavitud poco a poco se abolió.
Los juegos de gladiadores se prohibieron. Esta ley se puso en vigor en la nueva capital de Constantino, donde el Hipódromo nunca se contaminó con hombres que se matasen entre sí para placer de los espectadores. No obstante, los combates siguieron en el anfiteatro romano hasta 404 d.C., cuando el monje Telémaco saltó a la arena y procuró apartar a los gladiadores. Al monje lo asesinaron, pero desde entonces cesó la matanza de los hombres para placer de los espectadores.
Aunque el resultado del triunfo del cristianismo fue muy bueno,inevitablemente la alianza del estado y la iglesia también trajo en su curso muchos males. El cese de la persecución fue una bendición, pero el establecimiento del cristianismo como religión del estado llegó a ser una maldición.
Todos procuraban ser miembros de la iglesia y a casi todos los recibían.
Tanto los buenos como los malos, los que sinceramente buscaban a Dios y los hipócritas que procuraban ganancia personal, se apresuraban a ingresar en la comunión. Hombres mundanos, ambiciosos, sin escrúpulos, buscaban puestos en la iglesia para obtener influencia social y política. El tono moral del cristianismo en el poder era mucho más bajo que el que había distinguido a la misma gente bajo el tiempo de la persecución.
Los servicios de adoración aumentaron en esplendor, pero eran menos espirituales y sinceros que los de tiempos anteriores. Las formas y ceremonias del paganismo gradualmente se fueron infiltrando en la adoración. Algunas de las antiguas fiestas paganas llegaron a ser fiestas de la iglesia concambio de nombre y de adoración. Alrededor de 405 d.C., en los templos comenzaron a aparecer, adorarse y rendirse culto a las imágenes de santos y mártires. La adoración de la virgen María sustituyó a la adoración de Venus y Diana. La Cena del Señor llegó a ser un sacrificio en lugar de un acto recordatorio. El "anciano" evolucionó de predicador a sacerdote.
Debido al poder ejercido por la iglesia, no vemos al cristianismo que transforma al mundo a su ideal, sino al mundo que domina a la iglesia. A la humildad y la santidad de la época primitiva le sucedieron ambición, orgullo y arrogancia entre los miembros de la iglesia. Había aun muchos cristianos de espíritu puro, como Mónica, la madre de Agustín, y ministros fieles tales como Jerónimo y Juan Crisóstomo. Sin embargo, la ola de mundanalidad avanzó indómita sobre muchos de los que profesaban ser discípulos de su humilde Señor.
Si se le hubiese permitido al cristianismo desarrollarse normalmente sin tener el poder del estado, y si este hubiese continuado libre del dictado de la iglesia, ambos hubieran sido mejores estando separados. Sin embargo, la iglesia y el estado llegaron a ser una sola cosa cuando el imperio adoptó al cristianismo como la religión oficial. De esta unión forzada surgieron dos males: uno en las provincias orientales y otros en las occidentales. En Oriente el estado dominaba de tal modo a la iglesia que esta perdió toda su energía y vida. En Occidente, como veremos, la iglesia usurpó poco a poco el poder al estado. Como resultado, no había cristianismo, sino una jerarquía más o menos corrupta que dominaba las naciones europeas y que convirtieron fundamentalmente a la iglesia en una maquinaria política.
Al poco tiempo del reconocimiento del cristianismo como religión del Imperio Romano, una nueva capital se escogió, construyó y estableció como la sede de autoridad. Este acontecimiento trajo resultados importantes para la iglesia y el estado.
Constantino comprendió que Roma estaba íntimamente asociada con la adoración pagana, llena de templos y estatuas, inclinada fuertemente a la adoración antigua, una ciudad dominada por tradiciones paganas. Además, su posición geográfica en medio de una gran llanura la exponía al ataque de los enemigos. En los primeros tiempos de la república, enemigos extranjeros sitiaron la ciudad más de una vez. Posteriormente, en su historia, los ejércitos de las provincias varias veces destronaron y entronaron emperadores. En el sistema de gobierno, organizado por Diocleciano y continuado por Constantino, no había lugar ni siquiera para una sombra de autoridad de parte del senado romano. Los emperadores poseían ahora un poder ilimitado y Constantino deseaba una capital sin las trabas de las tradiciones, en especial bajo los auspicios de la nueva religión.
Constantino demostró gran sabiduría en la elección de su nueva capital. Escogió la ciudad griega de Bizancio, que había existido por mil años, situada en el punto de contacto entre Europa y Asia. Aquí los continentes están separados por dos estrechos, Bósforo al norte y Helesponto (ahora Dardanelos) al sur. Juntos comprenden noventa y seis mil quinientos sesenta y un kilómetros de longitud. Por lo general, menos de un kilómetro de ancho y en ninguna parte más de seis kilómetros de ancho. La ubicación de la ciudad está muy fortificada por la naturaleza. En toda su historia de más de veinticinco siglos, rara vez la han tomado los enemigos, mientras que a su rival, Roma, la han vencido y saqueado muchas veces. Aquí Constantino fijó su capital y planeó la gran ciudad conocida universalmente por muchos años como Constantinopla, "la ciudad de Constantino", pero ahora llamada oficialmente Estambul.
En la nueva capital el emperador y el patriarca (que fue el título que recibió más tarde el obispo de Constantinopla) vivían en armonía. Se honraba y reverenciaba a la iglesia, pero la autoridad del trono la eclipsaba. Por un lado, debido a la presencia y poder del emperador. Por otro lado, debido a la naturaleza sumisa y dócil de su gente, la iglesia en el Imperio Oriental vino a ser fundamentalmente sierva del estado, aunque a veces patriarcas como Juan Crisóstomo afirmaron su independencia. En la nueva capital no había templos para los ídolos, pero pronto se levantaron muchos. Al mayor de estos se le llamó Santa Sofía, "Sagrada Sabiduría". Su construcción se debió a Constantino, pero después de su destrucción por incendio lo reconstruyó el emperador Justiniano (537 d.C.) de un modo tan magnífico, que superó cualquier otro templo de su época.
Permaneció siendo la principal catedral del cristianismo durante once siglos, hasta 1453 d.C., cuando los turcos tomaron la ciudad. Luego en un día la convirtieron en una mezquita y así ha permanecido hasta la actualidad
Después de fundada la nueva capital, vino la división del imperio. Las fronteras eran tan extensas y el peligro de invasión bárbara era tan inminente, que un solo emperador ya no podía proteger sus vastos dominios. Diocleciano comenzó la división de autoridad en 305 d.C. Constantino también nombró emperadores asociados y en 375 d.C. Teodosio completó la separación. Desde el tiempo de Teodosio el mundo romano se dividió en Oriental y Occidental, separados por el mar Adriático.
Al Imperio Oriental se le denominaba griego y al Occidental latino debido al idioma que prevalecía en cada uno de ellos. La división del imperio fue un presagio de la futura división de la iglesia.
Uno de los hechos más notables de la historia fue la rápida transformación de un vasto imperio de la religión pagana a la cristiana. Exteriormente, al principio del siglo cuarto, los antiguos dioses estaban atrincherados en la reverencia del mundo romano. Sin embargo, antes de comenzar el siglo quinto dejaron que los templos se arruinaran o transformaran en iglesias cristianas. Los sacrificios y las libaciones cesaron y, de profesión, el Imperio Romano se hizo cristiano. Veamos ahora cómo el paganismo cayó de su elevado sitial.
Constantino era tolerante, tanto por temperamento como por motivos políticos, aunque era enérgico en su reconocimiento de la religión cristiana. No sancionaba ningún sacrificio a las imágenes que antes se adoraban y puso fin a las ofrendas a la estatua del emperador. Sin embargo, favorecía la tolerancia de toda forma de religión y buscaba la conversión gradual de sus súbditos al cristianismo mediante la evangelización y no por coacción.
Retuvo algunos de los títulos paganos del emperador, como el de pontifex maximus ("sumo pontífice"), un título que desde entonces retuvieron todos los papas. También continuó el sostén de las vírgenes vestales en Roma. Sin embargo, los sucesores de Constantino en el trono fueron intolerantes. La conversión de los paganos avanzaba con bastante rapidez, aun demasiado rápido para el bienestar de la iglesia. Aun así, los primeros emperadores cristianos que sucedieron a Constantino procuraron acelerar el movimiento mediante una serie de leyes opresivas. Todas las donaciones que recibían los templos o los sacerdotes paganos, ya fueran donadas por el estado o por los adoradores mismos, se confiscaron y en casi todo lugar se transfirieron a los templos. Se prohibieron los sacrificios y ritos de adoración y su observancia constituía una ofensa punible. No mucho después del reinado de Constantino, su hijo ordenó la pena de muerte y confiscación de todas las propiedades de los adoradores de ídolos.
El paganismo, una generación antes de su eliminación final, tuvo unos cuantos mártires, aunque muy pocos en contraste con el número de mártires cristianos durante doscientos años. También muchos de los templos se consagraron para la nueva fe. Y después de algunos años se ordenó que se derribaran los que aún estaban en pie, a no ser que se necesitaran para la adoración cristiana. Se decretó una ley para que nadie escribiera ni hablara en contra de la religión cristiana. De modo que todos los libros de sus opositores deberían quemarse. Un resultado de este edicto fue que prácticamente todo nuestro conocimiento de las sectas herejes o anticristianas lo obtenemos de libros escritos en contra de las mismas. La puesta en vigor de estas leyes represivas variaba mucho en las diversas partes del imperio. Sin embargo, su efecto fue que el paganismo quedó exterminado en el curso de tres o cuatro generaciones.
Cuando el largo conflicto del cristianismo con el paganismo estaba terminando en victoria, surgió una nueva lucha, una guerra civil en el campo del pensamiento, una serie de controversias dentro de la iglesia sobre sus doctrinas. Mientras que la iglesia luchaba por su propia existencia en contra de la persecución, permaneció unida, aunque se escuchaban rumores de disensión doctrinal. Pero cuando la iglesia no solo se vio libre de peligros, sino que también dominaba, se levantaron acalorados debates acerca de sus doctrinas que estremecían sus mismos cimientos. Durante este período se llevaron a cabo tres grandes controversias, además de muchas otras de menor importancia. Para decidir estas cuestiones se convocaban concilios de toda la iglesia. En estos concilios solo los obispos tenían voto. El resto de los clérigos y laicos se debían someter a sus decisiones.
La primera controversia surgió sobre la doctrina de la Trinidad, especialmente la relación del Padre y del Hijo. Arrio, un presbítero de
Alejandría, alrededor de 318 d.C. expuso la doctrina de que Cristo, aunque superior a la naturaleza humana, era inferior a Dios y que no era eterno en existencia, sino que tuvo un principio. El opositor principal de esta idea fue Atanasio, también de Alejandría. Afirmaba la unidad del Hijo con el Padre, la deidad de Cristo y su existencia eterna. La controversia se extendió por toda la iglesia y, después que Constantino procuró en vano dar fin a la contienda, convocó un concilio de obispos que se reunieron en Nicea, Bitinia, en 325 d.C. Atanasio, que en ese tiempo solo era diácono, tenía voz pero no voto. A pesar de eso logró que la mayoría del concilio condenase las enseñanzas de Arrio, en el credo Niceno. Sin embargo, Arrio era políticamente poderoso. Muchos de las clases más elevadas, incluso el hijo y sucesor de Constantino, sostenían sus opiniones. Cinco veces enviaron a Atanasio al destierro y vuelto a llamar el mismo número de veces. Cuando un amigo le dijo: "Atanasio, tienes a todo el mundo en contra tuya." A lo que él contestó: "Sea así: Atanasio contra el mundo." (Athanasius contra mundum.) Sus últimos siete años los pasó en paz en Alejandría, donde murió en 373 d.C. Aunque mucho después de su muerte, sus ideas llegaron finalmente a ser supremas en toda la iglesia, tanto en Oriente como en Occidente. Se establecieron de forma definitiva en el Credo de Atanasio, que en una época se creyó que lo había escrito Atanasio, mas posteriormente se descubrió lo contrario. Después vino la controversia sobre la naturaleza de Cristo. Apolinario, obispo de Laodicea (360 d.C.), declaraba que la naturaleza divina tomó la naturaleza humana de Cristo. Además, que Jesús en la tierra no era hombre, sino Dios en forma humana. La mayoría de los obispos y teólogos sostenían que la personalidad de Jesucristo era una unión de Dios y hombre, deidad y humanidad en una naturaleza. La herejía apolinaria se condenó en el Concilio de Constantinopla, 381 d.C., y le siguió el retiro de Apolinario de la iglesia.
La única controversia extensa de este período surgida en la iglesia occidental fue sobre cuestiones relacionadas con el pecado y la salvación.
Empezó con Pelagio, monje venido de Gran Bretaña a Roma como en 410 d.C. Su doctrina se basaba en que no heredamos nuestras tendencias pecaminosas de Adán, sino que cada alma hace su propia elección, ya sea de pecado o de justicia. Que cada voluntad humana es libre y cada alma tiene la responsabilidad de sus decisiones. En contra de esta idea apareció la mayor inteligencia después de San Pablo en la historia del cristianismo, el poderoso Agustín, que sostenía que Adán representaba a toda la especie, que en el pecado de Adán todos los hombres pecaron y todo el género humano se considera culpable. Que el hombre no puede aceptar la salvación por su propia elección, sino solo por la voluntad de Dios, quien es el que escoge los que se han de salvar. El concilio de Cartago en 418 d.C., condenó la idea de Pelagio y la teología de Agustín vino a ser la regla de ortodoxia en la iglesia. No fue sino hasta en los tiempos modernos, bajo Arminio en Holanda (como en 1600) y Juan Wesley en el siglo dieciocho, que hubo un alejamiento serio del sistema agustiniano de doctrina.
Mientras estas grandes controversias rugían, empezó otro gran movimiento que en la Edad Media alcanzó proporciones inmensas. Este fue el nacimiento del espíritu monástico. En la iglesia primitiva no había monjes ni monjas. Los cristianos vivían en familias y aun cuando se cuidaban de no asociarse con idólatras, eran miembros de la sociedad en general. No obstante, en el período que ahora consideramos notamos los principios y primeros progresos de un movimiento hacia la vida monástica. Después que el cristianismo dominó el imperio, la mundanalidad entró en la iglesia y prevaleció.
Muchos que anhelaban una vida más elevada estaban descontentos con lo que les rodeaba y se retiraban del mundo. Ya sea solos o en grupos, habitaban en retiro. Procuraban cultivar la vida espiritual mediante la meditación, la oración y los hábitos ascéticos. Este espíritu monástico empezó en Egipto, donde se fomentó debido al clima cálido y las pocas necesidades de la vida.
En la historia cristiana primitiva se pueden encontrar casos de vida solitaria. Sin embargo, podemos considerar a Antonio como su fundador, alrededor de 320 d.C., pues su vida llamó la atención general e hizo a miles seguir su ejemplo. Durante muchos años, vivió solo en una cueva en Egipto. Todos lo conocían y reverenciaban por la pureza y sencillez de su carácter.
Multitudes siguieron su ejemplo y las cuevas del norte de Egipto se llenaron de sus discípulos. A estos se les llamaba "anacoretas", que viene de una palabra que significa "retiro". A los que formaban comunidades se les llamaban "cenobitas". Desde Egipto este espíritu se esparció por la iglesia oriental, donde un sinnúmero de personas adoptaron la vida monástica.
Una forma peculiar de ascetismo la adoptaron los santos de los pilares, el primero de ellos fue un monje sirio, Simón, apodado "del Pilar". Salió del monasterio en 423 d.C. y construyó varios pilares en sucesión, cada vez los erigía más alto hasta que el último llegó a medir sesenta pies de altura y cuatro de ancho. En estos pilares vivió durante treinta y siete años. Miles siguieron su ejemplo y Siria tuvo muchos santos de los pilares o columnas entre los siglos quinto y duodécimo. Sin embargo, esta forma de vida nunca tuvo seguidores en Europa. El movimiento monástico en Europa se esparció más despacio que en Asia y África. La vida solitaria e individual del asceta pronto trajo como resultado en Europa el establecimiento de monasterios, donde el trabajo estaba unido a la oración. La Ley de Benedicto, que fue la que más se usó para organizar y dirigir los monasterios de Occidente, se promulgó en 529 d.C. El espíritu monástico se desarrolló en la Edad Media y lo veremos de nuevo en la historia.
Hemos visto que Constantinopla desplazó a la ciudad de Roma como la capital del mundo. Ahora veremos a Roma afirmando su derecho de ser la capital de la iglesia. A través de todo este período, la iglesia en Roma ganaba prestigio y poder. El obispo de Roma, ahora llamado papa, reclamaba el trono de autoridad sobre todo el mundo cristiano. Quería que se le reconociera como cabeza de la iglesia en toda Europa al oeste del mar Adriático. Este desarrollo aún no había alcanzado la presuntuosa demanda de poder, sobre el estado y la iglesia, que se manifestó en la Edad Media. Sin embargo, se inclinaba con fuerza hacia esa dirección.
Veamos algunas de las causas que fomentaron este movimiento.
La semejanza de la iglesia con el imperio como una organización fortalecía la tendencia hacia el nombramiento de un jefe. En un estado gobernado no por autoridades elegidas sino por una autocracia, donde un emperador gobernaba con poder absoluto, era natural que la iglesia se gobernara de la misma manera: por un jefe. En todas partes los obispos gobernaban las iglesias, pero la pregunta surgía constantemente: ¿Quién gobernaría a los obispos? ¿Qué obispo debía ejercer en la iglesia la autoridad que el emperador ejercía en el imperio? Los obispos que presidían en ciertas ciudades pronto llegaron a llamarlos "metropolitanos" y después "patriarcas".
Había patriarcas en Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Roma. El obispo de Roma se adjudicó el título de "papá, padre", después se modificó a papa. Entre estos cinco patriarcas había frecuentes disputas por la prioridad y supremacía. Sin embargo, la cuestión al final se limitó a escoger entre el patriarca de Constantinopla y el papa de Roma como cabeza de la iglesia.
Roma reclamaba para sí autoridad apostólica. Era la única iglesia que decía poder mencionar a dos apóstoles como sus fundadores y estos, los mayores de todos los apóstoles, San Pedro y San Pablo. Surgió la tradición de que Pedro fue el primer obispo de Roma. Como obispo, Pedro debería haber sido papa. Se suponía que en el primer siglo el título "obispo" significaba lo mismo que en el siglo cuarto, un gobernante sobre el clero y la iglesia. Por tanto, Pedro, como el principal de los apóstoles, debe haber poseído autoridad sobre toda la iglesia. Se citaban dos textos en los Evangelios como prueba de esta afirmación. Uno de estos puede verse ahora escrito en letras gigantescas en latín alrededor de la cúpula de la Iglesia de San Pedro en Roma: "Tú eres Pedro; y sobre esta piedra edificaré mi iglesia." El otro es: "Apacienta mis ovejas." Se argüía que Pedro fue la primera cabeza de la iglesia, entonces sus sucesores, los papas de Roma, deberían continuar su autoridad.
El carácter de la iglesia romana y sus primeros líderes sostenían fuertemente estas afirmaciones. Los obispos de Roma eran por lo general hombres más fuertes, sabios y que se hacían sentir por toda la iglesia. Mucha de la antigua calidad imperial que había hecho a Roma la señora del mundo moraba aun en la naturaleza romana. En esto había un notable contraste entre Roma y Constantinopla. Al principio, Roma hizo a los emperadores, pero los emperadores hicieron a Constantinopla y la poblaron de súbditos sumisos. La iglesia de Roma siempre fue conservadora en doctrina. Las sectas y herejías ejercieron poca influencia sobre ella y en aquel entonces permanecía como una columna de la enseñanza ortodoxa. Este rasgo incrementaba su influencia por toda la iglesia en general.
Además, la iglesia de Roma desplegaba un cristianismo práctico. Ninguna iglesia la superaba en su cuidado por los pobres, no solo entre sus miembros, sino aun entre los paganos en tiempos de hambre y pestilencia. Dio gran ayuda a las iglesias perseguidas en otras provincias. Cuando un funcionario pagano en Roma demandó los tesoros de la iglesia, el obispo congregó a sus miembros pobres y dijo: "Estos son nuestros tesoros."
El traslado de la capital de Roma a Constantinopla, lejos de aminorar la influencia del obispo o papa romano, la aumentó considerablemente. Hemos visto que en Constantinopla el emperador y su corte dominaban a la iglesia. Por lo general, el patriarca estaba supeditado al palacio imperial. Pero en Roma no había emperador que superara ni intimidara al papa. Se trataba del potentado mayor de toda la región. Europa siempre miró a Roma con respeto. Ahora que la capital estaba lejos, y especialmente como el imperio mismo estaba en decadencia, la lealtad hacia el pontífice romano empezó a ocupar el lugar de aquel hacia el emperador romano.
Así surgió que por todo el Occidente el obispo romano o papa, como cabeza de la iglesia en Roma, comenzara a considerarse como la autoridad principal en la iglesia en general. Por ejemplo, en el Concilio de Calcedonia en Asia Menor (381 d.C.), Roma ocupó el primer lugar y Constantinopla el segundo. Se preparaba el camino para pretensiones aun mayores de Roma y el papa para los siglos venideros.
A través de este período de la Iglesia Imperial, sin embargo, otro movimiento progresaba. Era la más enorme catástrofe de toda la historia: la caída del Imperio Romano occidental. En el reinado de Constantino, al parecer el reino parecía estar muy bien protegido e inexpugnable como lo había estado en el reinado de Marco Aurelio o de Augusto. Sin embargo, estaba debilitado por la decadencia moral y política, y listo para sucumbir bajo los invasores que le rodeaban ansiosos de derrotarlo. A los veinticinco años de la muerte de Constantino, en 337 d.C., cayeron las barreras en la frontera del Imperio Occidental y las hordas de bárbaros (nombre que los romanos aplicaron a los demás pueblos, a griegos y judíos) comenzaron a entrar por todas partes en las indefensas provincias. De esta manera se posesionaron del territorio y establecieron reinos independientes.
En menos de ciento cuarenta años el Imperio Romano occidental, que existió durante mil años, y cuyos súbditos estaban contentos bajo su gobierno, quedó borrado de la existencia. No es difícil encontrar las causas de este gran derrumbe.
Los vecinos bárbaros codiciaban las riquezas del imperio. De un lado de la frontera había ciudades opulentas que vivían en paz, vastos campos con cosechas, personas que poseían todas las cosas que estaban deseando las tribus pobres, no civilizadas, errantes, pero agresivas, que vivían al otro lado la frontera. Por siglos, antes de la invasión de los bárbaros, la ocupación principal de los emperadores romanos había sido la defensa de las fronteras contra las amenazas de ataques de estos enemigos. La única razón de tener varios emperadores que reinaran a la vez era la necesidad de un gobernante investido de autoridad cerca de estos puntos de peligro, a fin de que pudiese actuar sin esperar órdenes de una capital distante.
Aun en los mejores tiempos, los romanos estaban a la par con los bárbaros, hombre por hombre. Además, a través de los siglos de paz, los romanos perdieron la costumbre de combatir. En nuestros tiempos las naciones civilizadas poseen pertrechos de guerra muy superiores a los que tenían las tribus salvajes. Sin embargo, antiguamente, ambos lados peleaban con espadas y lanzas, y la única ventaja de los romanos consistía en la formidable disciplina de sus legiones. Aunque es de notar que esa disciplina decayó mucho en los tiempos de los últimos emperadores y los bárbaros eran más fuertes físicamente, más intrépidos y aptos para la guerra. Lo que empeoraba la situación de los decadentes romanos era que ya no servían en sus ejércitos. Las legiones recibían el adiestramiento precisamente de estos mismos bárbaros, quienes a menudo pelearon en defensa de Roma y en contra de su propio pueblo. La mayoría de estos ejércitos, sus generales y aun muchos de sus emperadores procedían de razas bárbaras. Ningún pueblo que por lo general emplea extranjeros para pelear sus batallas cuando estas son necesarias, puede mantener por mucho tiempo sus libertades.
El imperio, no muy fuerte en sus recursos humanos, estaba también
debilitado por las guerras civiles llevadas a cabo durante generaciones por distintos pretendientes al trono imperial. El senado no
elegía a los emperadores, sino que cuando asesinaban a alguno (como lo fue la mayoría), cada ejército en las diferentes provincias presentaba su candidato y la decisión no se hacía por votos, sino con las armas. En noventa años se proclamaron ochenta jefes como emperadores y cada uno reclamaba el trono. En un tiempo dichos emperadores eran tantos, que se les llamaban "los treinta tiranos". Saqueaban las ciudades y todo el imperio empobreció por la ambición de los hombres al poder. Como resultado, se quitaron las guarniciones de las fronteras y la tierra quedó indefensa ante los invasores bárbaros.
La causa inmediata de muchas invasiones se debía al movimiento de las tribus asiáticas. Cuando los bárbaros en el este de las provincias europeas se lanzaron sobre los romanos, declararon que los echaron de sus hogares una hueste irresistible de extraños guerreros, acompañados por sus familias, que cambiaron su morada del interior de Asia. Por lo general, a este pueblo se le llamaba hunos. Se desconoce por qué abandonaron sus hogares en el Asia central, pero se cree que fue por el cambio de clima pues la escasez de lluvia tornó los campos fértiles en desiertos. Más tarde estos hunos, bajo su fiero rey Atila, establecieron contacto directo con los romanos y se constituyeron en su más terrible enemigo.
Puesto que la nuestra no es una historia del Imperio Romano, sino de la iglesia cristiana, nuestro relato de estas sucesivas tribus invasoras será a grandes rasgos. Las primeras invasiones fueron de razas que estaban entre el Danubio y el mar Báltico. Dirigidos por su capitán Alarico, los visigodos (godos del occidente) se lanzaron sobre Grecia e Italia, capturaron y saquearon a Roma y establecieron un reino en el sur de Francia. Los vándalos, bajo el mando de Genserico, marcharon a través de Francia hasta España y de aquí fueron al norte de África, conquistando estos países.
Los burgundos cruzaron el Rin y establecieron un reino que tenía a
Estrasburgo como centro. Los francos, una tribu germana, capturaron el norte de Galia, a la cual llamaron Francia. Más tarde un rey de los francos, Clovis, se hizo cristiano y su pueblo lo siguió. Los francos ayudaron grandemente en la conversión del norte de Europa a la religión cristiana, sobre todo por la fuerza. Cuando los sajones y anglos de Dinamarca y los países del norte vieron que las legiones romanas abandonaron Gran Bretaña, realizaron invasiones, generación tras generación, y por poco extirpan al cristianismo antiguo. Esto fue así hasta que el mismo reino anglosajón se convirtió por medio de misioneros de Roma.
Alrededor de 450 d.C., los terribles hunos, bajo su despiadado rey Atila, invadieron a Italia y amenazaron no solo con destruir el Imperio Romano, sino también a los reinos establecidos dentro de sus fronteras. Los godos, vándalos y francos, bajo la dirección de Roma, se unieron en contra de los hunos y una gran batalla se llevó a cabo en Chalons al norte de Francia. Los hunos cayeron derrotados en terrible matanza y, con la muerte de Atila poco después, el poder de estos tuvo fin. La batalla de Chalons (451 d.C.) trajo como resultado que a Europa no la gobernarían los asiáticos, sino que se desarrollaría de acuerdo a su propia civilización.
Por estas sucesivas invasiones y divisiones, el otrora vasto Imperio Romano quedó reducido a un pequeño territorio alrededor de la capital. En 476 d.C. una tribu relativamente pequeña de germanos, los hérulos, bajo su rey Odoacro, tomó posesión de la ciudad y destronó al niño emperador, llamado Rómulo Augusto y apodado Augusto el Pequeño. Odoacro asumió el título de "rey de Italia" y desde ese año, 476 d.C., el Imperio Romano occidental desapareció. Desde la fundación de la ciudad y del estado (que se dice fue en 753 a.c.) hasta la caída del imperio, pasaron mil doscientos años. El Imperio Oriental, que tenía a Constantinopla por capital, duró hasta 1453 d.C.
Casi todas estas tribus invasoras fueron paganas en sus respectivos países. Los godos constituyeron una excepción pues ya Arrio los había convertido al cristianismo y tenían la Biblia en su propia lengua. De esta, las porciones aún existentes forman la primitiva literatura teutónica. Casi todas estas tribus conquistadoras llegaron a ser cristianas, en parte por medio de los godos, pero aun más por medio de la gente entre la que se establecieron.
Con el tiempo los arrianos llegaron a ser creyentes ortodoxos. El cristianismo de esa época decadente era aún vital y activo y conquistó a estas razas conquistadoras. Estas a su vez, por su sangre vigorosa, contribuyeron a hacer una nueva raza europea. Ya hemos visto que la decadencia y caída del poder imperial romano solo provocó que aumentara la influencia de la iglesia de Roma y sus papas a través de toda Europa. De modo que aunque el imperio cayó, la iglesia aún conservaba su posición imperial.
Debemos ahora mencionar algunos de los líderes en este período de laIglesia Imperial.
Atanasio (293-373 D.C.) fue el gran defensor de la fe en el principio del período. Hemos visto cómo se levantó a prominencia en la controversia de Arrio. En el Concilio de Nicea, en 325 D.C., fue el líder en la discusión aunque no tenía voto. Poco tiempo después, a los treinta y tres años de edad, fue obispo de Alejandría. Cinco veces lo desterraron, pero siempre luchó por la fe. Por último, llegó al final de su vida en paz y honor.
Ambrosio de Milán (340-397 d.C.), el primero de los padres latinos, fue electo obispo mientras era laico. En esta época aún no era bautizado, sino que estaba recibiendo instrucción para ser miembro. Tanto los arrianos como los ortodoxos se unieron en su elección. Llegó a ser una figura prominente en la iglesia. Por un acto cruel, reprendió al emperador Teodosio y lo obligó a hacer confesión. Después, el emperador lo trató con alta estimación y lo eligieron para predicar durante su funeral. Escribió muchos libros, pero su mayor honor consistió en recibir en la iglesia al poderoso Agustín.
Juan, apodado Crisóstomo, "la boca de oro" debido a su elocuencia sin igual, fue el más grande predicador del período. Nació en Antioquía en 345 d.C.
Llegó a ser obispo o patriarca de Constantinopla en 398 d.C. y predicó
a inmensas congregaciones en la Iglesia de Santa Sofía. Sin embargo, su fidelidad, independencia, celo reformador y valor, desagradaba a la corte. Lo desterraron y murió en el destierro en 407 d.C., pero lo vindicaron después de su muerte. Su cuerpo fue llevado a Constantinopla y enterrado con honores. Fue un poderoso predicador, un estadista y un expositor muy capaz de la Biblia.
Jerónimo (340-420 d.C.) fue el más erudito de los padres latinos. Recibió en Roma una educación en literatura y oratoria, pero renunció a los honores del mundo por una vida religiosa, fuertemente matizada de ascetismo.
Estableció un monasterio en Belén y vivió allí por muchos años. De sus numerosos escritos el que tuvo una influencia más extensa fue su traducción de la Biblia a la lengua latina, una obra conocida como la Vulgata, a saber, la Biblia en lenguaje común, que aún es la Biblia autorizada de la Iglesia Católica Romana.
Agustín es el nombre más eminente de todo este período. Nació en 354 d.C. en el norte de África. Desde muy joven fue un brillante erudito, pero mundano, ambicioso y amante del placer. A los treinta y tres años llegó a ser cristiano por la influencia de su madre Mónica, la enseñanza de Ambrosio de Milán y el estudio de las epístolas de Pablo. En 395 d.C., le nombraron obispo de Hipona, en el norte de África, al empezar las invasiones de los bárbaros. Entre sus muchas obras, "La Ciudad de Dios" fue una magnífica defensa a fin de que el cristianismo ocupase el lugar del decadente imperio. Sus "Confesiones" son una profunda revelación de su propio corazón y vida. Sin embargo, su fama e influencia están en sus escritos sobre teología cristiana, de la cual fue el mejor exponente desde el tiempo de Pablo. Murió en 430 d.C.
En este período de casi mil años, nuestro interés se dirigirá a la iglesia occidental o latina. Su sede de autoridad estaba en Roma, que aún era la ciudad imperial, aunque su poder político ya no existía. Poca atención se le dará a la iglesia griega, gobernada desde Constantinopla, excepto cuando sus asuntos se relacionen a la historia del cristianismo europeo. No referimos los hechos en su orden cronológico, sino que examinamos grandes movimientos, a menudo paralelos
.
El hecho más notable en los diez siglos de la Edad Media es el desarrollo del poder papal. Ya hemos visto cómo el papa de Roma afirmaba ser "obispo universal" y cabeza de la iglesia. Ahora afirma ser gobernador sobre las naciones, los reyes y emperadores. Este desarrollo tuvo tres períodos: crecimiento, culminación y decadencia.
El período de crecimiento del poder papal empezó con el pontificado de Gregorio I, "el Grande", y llegó a su apogeo bajo Gregorio VII, mejor conocido como Hildebrando. Debe notarse que desde los tiempos primitivos cada papa al asumir su oficio cambiaba de nombre y Gregorio VII es el único papa cuyo nombre de familia se destaca en la historia después de su ascensión a la silla papal. Gregorio I fue el eclesiástico del que se cuenta la conocida historia de que al ver algunos cautivos en Roma de cabello claro y de ojos azules, y al preguntar quiénes eran, se le contestó que eran "angli" (ingleses). A esto respondió: "Non angli, sed angeli" ("no anglos, sino ángeles"). Después, cuando llegó a ser papa, envió misioneros a Inglaterra para cristianizar al pueblo. Extendió el reino de su iglesia animado de un interés activo en la conversión de las naciones europeas que aún permanecían paganas y trayendo a la fe ortodoxa a los arrianos visigodos en España. Gregorio resistió con éxito las pretensiones del patriarca de Constantinopla al título de obispo universal. Convirtió a la iglesia en virtual gobernante en la provincia alrededor de Roma. De esta manera preparó el poder temporal o político. También desarrolló ciertas doctrinas de la iglesia romana, sobre todo la adoración de las imágenes, el purgatorio y la transubstanciación, o la creencia de que en la misa o comunión el pan y el vino se transforman milagrosamente en el verdadero cuerpo y la sangre de Cristo. Fue un gran defensor de la vida monástica, habiendo sido monje él mismo. Gregorio I fue uno de los administradores más capaces en la historia de la iglesia romana y bien merecía su título "el Grande". Bajo una serie de papas y durante cientos de años la autoridad del pontificado romano aumentó y se reconoció en sentido general. Se pueden nombrar ciertas causas para este creciente poder del papado.
Una razón de por qué tantos aceptaban el gobierno de la sede romana se debía a que en las primeras épocas de este período, la influencia de los papas estaba sobre todo en su poder para ejercer la justicia. La iglesia estaba colocada entre los príncipes y sus súbditos para reprimir la tiranía e injusticia, para proteger a los débiles y para demandar los derechos del pueblo. En los palacios se persuadió a más de un gobernante a recibir de nuevo una esposa repudiada injustamente y a observar cuando menos la forma exterior de la decencia. Hubo muchas excepciones, pues se sabe de papas que adulaban a príncipes impíos, pero el espíritu general del papado al principio de la Edad Media era en favor del buen gobierno.
Las rivalidades e incertidumbres del gobierno secular estaban en marcado contraste con la firmeza y uniformidad del gobierno de la iglesia. Durante casi todos estos siglos Europa estuvo en condición de-cadente, pues sus gobernantes se levantaban y caían, un castillo luchaba contra otro y no existía autoridad plena y duradera. El antiguo imperio cayó en el siglo quinto y Europa estuvo casi en un caos hasta el siglo noveno, cuando el imperio de Carlomagno se estableció. Casi todos sus sucesores inmediatos fueron hombres débiles, muchos de ellos buscaron la ayuda de Roma y estuvieron dispuestos a hacer concesiones de poder para obtenerla. Una vez que la iglesia obtenía el poder a expensas del estado, lo retenía con firmeza.
Mientras que el gobierno de los estados cambiaba, por otro lado estaba el imperio constante de la iglesia. Durante todos estos siglos de condiciones variables e inestables, la iglesia permanecía fuerte, la única institución firme y oficial. El clero era el que casi invariablemente sostenía las exigencias de dominio de Roma, desde el arzobispo hasta el sacerdote más humilde.
Durante la Edad Media, como veremos más tarde, hubo un enorme crecimiento del monacato y monjes y abades se plegaban a los sacerdotes y obispos en cada disputa relativa al poder. La iglesia tenía sus fuertes aliados por todas partes y nunca fallaban en la promoción de sus intereses.
Aunque el hecho nos parezca extraño, en la Edad Media se presentó un número de "fraudes píos" para sostener la autoridad de Roma.
En una época científica e inteligente los fraudes se hubieran investigado, desaprobado y desacreditado. Sin embargo, la erudición de la Edad Media no era dada a la crítica. Nadie dudaba de la verdad de los documentos.
Circulaban ampliamente, se aceptaban en todas partes y por medio de ellos las afirmaciones de Roma se afianzaban con fuerza. Por varios siglos antes de que se sugiriera que estos documentos se basaban en la falsedad y no en la verdad.
Uno de estos documentos fraudulentos fue la "Donación de Constantino".
Mucho después de la caída del Imperio Romano en Europa se puso en circulación un documento con el propósito de demostrar que Constantino, el primer emperador cristiano, había dado al obispo de Roma, Silvestre I (314-335 d.C.), autoridad suprema sobre todas las provincias europeas del imperio y proclamó al obispo de Roma como gobernante aun sobre los emperadores. El documento explicaba que el traslado de la capital de Roma a Constantinopla se debió a que el emperador no permitiría a ningún potentado permanecer en Roma como rival del papa.
De mucha más influencia fue otro fraude, o serie de fraudes, las "Decretales Seudoisidorianas" que se publicaron alrededor de 830 d.C. Profesaban ser decisiones adoptadas por los obispos primitivos de Roma, desde los apóstoles en escala descendente, presentando las más elevadas reclamaciones, tales como: supremacía absoluta del papa de Roma sobre la iglesia universal; independencia de la iglesia del estado; inviolabilidad del clero en todos sus rangos hasta el punto de que no estaba obligado a darse cuenta al estado, ni siquiera ningún tribunal secular podía juzgar en asuntos del clero o la iglesia.
En las épocas de ignorancia y de falta de crítica estos documentos se aceptaban sin vacilar. Por cientos de años formaron un baluarte para las reclamaciones romanas. Nadie dudó de su autenticidad hasta el siglo doce, cuando la iglesia ya estaba anclada en el poder. Solo en los albores de la Reforma en el siglo dieciséis se examinaron estas reclamaciones y se comprobó que carecían de fundamento. Algunas de las evidencias en su contra fueron las siguientes:
Su lenguaje no era el latín primitivo de los siglos primero y segundo, sino el lenguaje corrupto y mixto de los siglos octavo y noveno.
Los títulos y las condiciones históricas a que se referían no eran los del imperio, sino los de la Edad Media, muy diferentes. Las frecuentes citas de la Escritura eran de la versión Vulgata (Latina), que no se tradujo sino hasta el año 400 d.C. Se ofrecía una carta que se decía haber sido escrita por Víctor, obispo de Roma 220 d.C., a Teófilo, obispo de Alejandría, quien vivió en 400 d.C. ¿Qué pensaríamos en nuestra época acerca de la autenticidad de una carta que se dijera que la envió la reina Elizabeth II a George Washington?
El desarrollo del poder papal aunque siempre ascendente, no era constante. Hubo príncipes fuertes que lo resistieron, así como príncipes débiles que se sometían a él. Algunos de los papas eran débiles y otros eran malvados, sobre todo entre 850 y 1050 d.C. Estos desacreditaban su puesto, aun en el tiempo de su más elevado grado de supremacía.
El período de culminación fue entre 1073 y 1216 d.C., alrededor de ciento cincuenta años, en que el papado tuvo un poder casi absoluto, no solo sobre la iglesia, sino sobre las naciones de Europa.
Esta elevada posición se alcanzó durante el gobierno de Hildebrando, el único papa más conocido por su nombre de familia que por el nombre asumido como papa, Gregorio VII. Durante veinte años, Hildebrando gobernó realmente a la iglesia como el poder tras el trono antes de emplear la triple corona. Asimismo, durante su papado y hasta su muerte acaecida en 1085 d.C.
Hildebrando reformó el clero que se había corrompido Y quebrantó, aunque solo por un tiempo, la simonía o la compra de puestos en la iglesia.
Levantó las normas de moralidad en todo el clero e impuso el celibato del sacerdocio, que aunque se exigía no fue obligatorio hasta su día.
Libertó a la iglesia de la dominación del estado al poner fin al nombramiento de los papas y los obispos por reyes y emperadores. Requirió que todas las acusaciones en contra de los sacerdotes y las relacionadas con la iglesia se juzgasen en cortes eclesiásticas. La costumbre había sido que el obispo recibiese cetro y anillo de su soberano y que este le prometiera fidelidad feudal como su señor secular. Esto equivalía a que el gobernante nombrara a los obispos. Hildebrando prohibió la presentación y la promesa.
Hizo que la iglesia fuese suprema sobre el estado. El emperador, Enrique IV, habiéndose ofendido con el papa Gregorio, convocó un sínodo de obispos alemanes y los indujo a votar por la deposición del papa. Gregorio se vengó con una excomunión, absolviendo a todos los súbditos de Enrique IV de su lealtad hacia este último. Enrique se vio absolutamente impotente bajo la excomunión papal. En enero de 1077, el emperador, "habiendo puesto a un lado todas las posesiones reales, con los pies descalzos y vestido de lana, permaneció por tres días de pie ante la puerta del castillo", (Estas son las palabras del papa Gregorio VII al informar el hecho. De aquí viene la expresión "ir a Canosa", que significa sumisión al papa o a la iglesia) en Canosa al norte de Italia, donde estaba el papa, a fin de someterse y recibir perdón. Debe agregarse, sin embargo, que tan pronto como Enrique recuperó el poder, le hizo guerra al papa y lo sacó de Roma.
Hildebrando murió poco después, dejando este testimonio: "He amado la justicia y aborrecido la iniquidad. Por lo tanto, muero en el exilio." Sin embargo, el registro del triunfo del papa influyó más que el de su derrota más tarde.
Gregorio VII no aspiraba a abolir el gobierno del estado, sino a subordinarlo al gobierno de la iglesia. Deseaba el poder secular para gobernar al pueblo, pero bajo la más elevada jurisdicción del reino espiritual, como él lo consideraba.
Otro papa cuyo reino demostró su alto grado de poder fue Inocencio III (1198-1216). En su discurso de inauguración declaró: "El sucesor de San Pedro ocupa una posición intermedia entre Dios y el hombre. Es inferior a Dios más superior al hombre. Es el juez de todos, mas nadie lo juzga." En una de sus cartas oficiales escribió que al papa "no solo se le encomendó la iglesia, sino todo el mundo", con "el derecho de disponer finalmente de la corona imperial y de todas las demás coronas". Elegido para ocupar el cargo a los treinta y seis años, a través de su reinado sostuvo con éxito estas altas pretensiones.
Eligió para desempeñar las funciones de emperador a Otón IV de Brunswick, quien reconoció en público que tenía la corona "por la gracia de Dios y la sede apostólica". Más tarde, debido a la insubordinación de Otón, lo depuso e hizo que se eligiera a otro emperador. Asumió el gobierno de la ciudad de Roma decretando leyes para sus funcionarios siendo él mismo señor supremo. En realidad estableció de este modo un estado bajo el gobierno directo del papado, gobierno que fue el precursor de los "Estados de la Iglesia". Obligó al licencioso Felipe Augusto, rey de Francia, a que recibiese de nuevo a su esposa de quien se había divorciado injustamente.
Excomulgó al rey Juan sin Tierra (inglés), le obligó a rendir su corona allegado papal y a recibirla de nuevo como súbdito del papa. Inocencio III puede considerarse como el mayor de los papas en poder autocrático. Sin embargo, no hubiera llegado a tal grado de autoridad si Hildebrando no hubiese alcanzado la grandeza antes que él.
Mientras Europa salía del crepúsculo de la Edad Media y la lealtad nacional se levantaba para competir con la eclesiástica, la decadencia del poder papal empezó con Bonifacio VIII en 1303. Tenía pretensiones tan elevadas como cualquiera de sus predecesores, pero se pasaban por alto. Bonifacio prohibió a Eduardo I de Inglaterra que decretase impuestos a la propiedad de la iglesia y a las entradas o tesoros sacerdotales. Sin embargo, se vio obligado a ceder al rey, aunque en forma de arreglo por el cual los sacerdotes y obispos daban parte de sus entradas para las necesidades del reino. Riñó con Felipe el Hermoso de Francia, quien le hizo guerra, se apoderó del papa y le encarceló. Aunque lo liberaron, murió de tristeza poco después. Desde 1305, durante más de setenta años, los papas se eligieron bajo las órdenes de los reyes de Francia y estaban subordinados a su voluntad.
Al período de 1305 a 1378 se le conoce como la Cautividad Babilónica. Por orden del rey francés, la sede del papado se trasladó de Roma a Aviñón, al sur de Francia. Los papas se convirtieron en jefes nominales sin verdadera influencia o poder bajo el gobierno francés. Otros aspirantes al papado surgieron en Roma y por doquier, en diferentes países, papas y antipapas.
Las órdenes papales se desobedecían libremente. Las excomuniones se obviaban. Por ejemplo, Eduardo III de Inglaterra ordenó allegado papal que saliera de su reino.
En 1378 el papa reinante, Gregorio XI, volvió a Roma y en 1414 se celebró el Concilio de Constanza para decidir entre las reclamaciones de cuatro papas. Todos se depusieron y se escogió uno nuevo. Desde 1378, los papas han continuado morando en Roma. Como siempre, alentando pretensiones muy elevadas, pero incapaces de ponerlas en vigor.
El movimiento que enseguida reclama nuestra atención es la religión y el imperio que Mahoma fundó al principio del sexto siglo y que arrebató provincia tras provincia de los emperadores griegos de Constantinopla, hasta su extinción final. Esto trajo a la iglesia oriental a una sujeción que rayaba en la esclavitud. Incluso, amenazaba con la conquista de Europa.
Después de trece siglos la fe mahometana aún domina a más de doscientos millones de personas y en el continente de África sigue creciendo.
Su fundador fue Mahoma, nacido en La Meca, Arabia, en 570 d.C. A los cuarenta años de edad, en 610, empezó su carrera como profeta y reformador. Al principio ganó discípulos lentamente, pero su causa creció lo suficiente para encontrar persecución. Huyó de La Meca en 622 d.C. y su fuga, la hégira, proporciona la fecha por la que se rige el calendario mahometano. Tuvo éxito en poner bajo su religión y autoridad a las tribus árabes esparcidas y regresó a La Meca como conquistador. Al morir, en 632 d.C., era el profeta y gobernante aceptado por toda Arabia.
A su religión se le denomina islamismo, "sumisión", esto es, obediencia a la voluntad de Dios. A sus seguidores se les llaman musulmanes, pues nunca usan el nombre "mahometano". Los artículos de fe, como los exponen, son: Hay un solo Dios, al que llaman Alá (siendo la palabra de origen común con la similar hebrea "Elohim"). Todos los hechos buenos o malos Dios los ha preestablecido, por lo tanto, en cada acto se lleva a cabo la voluntad de Dios. Hay multitudes de ángeles invisibles, buenos y malos, que se relacionan constantemente con los hombres. Dios entregó su revelación en el Corán, una serie de mensajes comunicados a Mahoma por medio del ángel Gabriel, aunque no se compilaron sino hasta después de la muerte del profeta. Dios envió profetas inspirados a los hombres, de ellos los más grandes fueron Adán, Moisés, Jesús y, sobre todos los demás, Mahoma. Los profetas bíblicos, apóstoles cristianos y santos que vivieron antes de Mahoma se reconocen y adoptan como suyos. En el más allá habrá una resurrección final, el juicio y el cielo o el infierno para cada hombre.
Al principio, Mahoma dependía de las influencias morales al predicar su evangelio.
Pero pronto cambió sus métodos y se hizo guerrero, conduciendo a sus unidos y feroces árabes a la conquista de los in-crédulos.
Presentó a todo país o tribu la alternativa entre el islamismo, el tributo o la muerte para los que resistían sus armas. En poco tiempo, conquistaron Palestina y Siria y los lugares santos del cristianismo cayeron bajo el poder del islamismo.
Conquistaron una provincia tras otra del Imperio Grecorromano. Pronto todo lo que quedó fue la ciudad de Constantinopla, de modo que los países del cristianismo primitivo se convirtieron en súbditos. Donde los cristianos se sometían, su adoración se les permitía bajo algunas restricciones. Hacia el Oriente, el imperio de los califas se extendió más allá de Persia hasta la India. Su capital estaba en Bagdad, en las márgenes del Tigris. Hacia el Occidente, sus conquistas incluían Egipto, todo el norte de África y la mayor parte de España. Casi todo este vasto imperio se conquistó durante los cien años después de la muerte de Mahoma. Sin embargo, en Europa occidental Carlos Martel contuvo su progreso al sur de Francia. Este unió a las tribus discordantes bajo la dirección de los francos y obtuvo una victoria decisiva en Tours, en 732 d.C. A no haber sido por la batalla de Tours, es probable que toda Europa se hubiera convertido en un continente mahometano y la media luna hubiera ocupado el lugar de la cruz.
He aquí una pregunta interesante: ¿Por qué triunfaron la religión y las armas mahometanas sobre el mundo oriental? Daremos algunas de las causas.
Los creyentes primitivos en Mahoma eran los fieros guerreros árabes, jamás conquistados por ningún enemigo extranjero y que seguían a su profeta con una sincera e intensa fe que todo lo conquistaba. Creían ejecutar la voluntad de Dios y que su destino era triunfar. Todo aquel que caía en la batalla con los incrédulos estaba destinado a entrar de inmediato a un cielo o deleite sensual.
Contrario a este espíritu invencible, viril y conquistador, estaba la naturaleza sumisa y débil de los griegos asiáticos.
Desde siglos remotos estas tierras se sometieron mansamente a los conquistadores. Su gente perdió el vigor, preferían rendirse que tomar la espada y pagar tributo en lugar de defender su libertad. Gran parte de la población del Imperio Griego eran monjes y eclesiásticos, listos para orar pero no para pelear.
El islamismo fue muy superior al paganismo al cual desplazó en Arabia y en tierras al este de esa península. Además, debe admitirse que era más fuerte que el tipo de cristianismo que encontró y venció. Desde mucho antes, la iglesia oriental, no así la occidental, había cesa-do en sus esfuerzos misioneros, había perdido su energía y se inclinaba a la especulación en vez de al esfuerzo moral o espiritual.
En su grado más elevado, en la religión de Mahoma se encontraban, y aún se encuentran, algunos aspectos favorables, elementos de valor para el mundo. Uno era su sencillez de doctrina. Creía en un Dios al que cada hombre debía obedecer incondicionalmente. No tenía un sistema de teología intrincado y misterioso que diera lugar a controversias interminables e inútiles. No hacía falta erudición para entender los artículos de la fe mahometana. Otro rasgo del islamismo era su oposición a la adoración de las imágenes. Por todo el mundo cristiano las estatuas de los dioses antiguos de Grecia simplemente habían dado el lugar a las imágenes y cuadros de la virgen María y de los santos, adorados en todos los templos. Los musulmanes los lanzaron fuera y destruyeron y denunciaron como idolatría toda adoración de imágenes, ya fuesen esculpidas o pintadas. Los mahometanos también rechazaban la mediación sacerdotal y de los santos. La iglesia hacía que la salvación dependiese, no de la fe sencilla en Cristo y la obediencia a él como Señor, sino en ritos sacerdotales e intercesión de los santos que habían partido. Los mahometanos quitaron todo eso y en su doctrina procuraban llevar a toda alma directamente a Dios.
En todo el mundo musulmán se encuentra la regla de abstinencia de bebidas embriagantes. La primera "sociedad de temperancia" en la historia del mundo fue la de los nazareos de Israel. Y sus sucesores en mayor escala, los de la religión de Mahoma, que prohibía a sus fieles tomar vino o licor embriagante. Esto todavía se tiene como un principio, pero no se pone en práctica universalmente cuando los mahometanos viven en contacto con los europeos.
En el período primitivo, bajo califas, tanto la literatura como la ciencia adelantaron. Los árabes nos dieron la numeración arábiga (1, 2, 3,4, etc.) que fue un gran adelanto con respecto al sistema romano de numeración mediante letras (I, V, X, etc.). En el campo de la astronomía dieron a conocer una de las primeras clasificaciones de las estrellas. Las cortes de los califas de Bagdad eran un centro literario. La España mahometana estaba más adelantada en cultura y civilización que los reinos cristianos de ese período en la península. Pero todo el progreso intelectual cesó cuando los turcos bárbaros sucedieron a los ilustres sarracenos como jefes en el movimiento islámico.
Para no hacer nuestro cuadro del islamismo más favorable de lo que la verdad pueda apoyar, debemos fijamos por otra parte en aquello en que el islamismo ha fallado, sus errores y sus males. Su primer mal a la humanidad, su método de esfuerzo misionero mediante la espada, promoviendo entre los hombres el odio en lugar del amor. Dondequiera que una ciudad resistía su conquista, morían sus hombres, llevaban las mujeres a los harenes de los victoriosos y educaban los niños en la fe islámica. Durante muchos siglos los turcos tuvieron la costumbre de tomar miles de niños cristianos, arrebatarlos de sus padres y criarlos en provincias distantes como musulmanes fanáticos.
En el antiguo concepto islámico el estado y la iglesia eran absolutamente uno. Se esperaba que el gobierno emplease su poder hasta donde fuera posible para el adelanto de la verdadera religión y supresión de la falsa.
Antes de la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, el sultán de Turquía era también el califa ("sucesor de Mahoma"). Cuando Turquía se convirtió en república, destronaron al sultán y abolieron el califato.
Con la modernización de Turquía, se efectuaron otros cambios. Un hecho significativo fue la traducción del Corán al idioma vernáculo. En Estambul, en 1932, el Corán se leyó en la mezquita de Santa Sofía por primera vez en el idioma turco.
El concepto mahometano de Dios se basa más bien en el Antiguo Testamento que en el Nuevo Testamento. Para la mentalidad árabe, Dios es un déspota oriental, implacable y terrible, sin amor para la humanidad fuera de los seguidores del Profeta.
El islamismo prácticamente deja a Cristo fuera de su sistema. En el concepto mahometano no es el Señor del reino celestial, ni el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. Lo reducen al rango de un profeta judío, inferior en todo respecto a Mahoma.
Su concepto del cielo, la morada de los bienaventurados en la vida venidera, está falto por completo de espiritualidad y es del todo sensual.
Una de las características más indigna de la religión mahometana era la degradación de la mujer. Las mujeres se consideraban como simples esclavas o juguetes del hombre. La Turquía moderna ha remediado esta condición y en 1930 se les dio el derecho al voto y a nominarse en las elecciones municipales. Pero fuera de Turquía el mundo mahometano tiene a la mujer en poca estima.
En el terreno de la historia y la política, quizás el más marcado fracaso del estado mahometano ha sido en el aspecto de la administración nacional.
En sus conquistas, los mahometanos eran maravillosos, casi milagrosos.
Barrían en irresistible torrente a través de continentes, desde China hasta España. Sin embargo, no demostraron fuerza para establecer un gobierno sabio y justo en los imperios que fundaban. Los países islámicos eran los que peor se gobernaban en el mundo. Pongamos en contraste la historia de los turcos en este sentido con la de los antiguos romanos, que demostraron que no solo podían conquistar un gran imperio, sino también gobernarlo con sabiduría, trayendo prosperidad a cada país que conquistaban.
Desde el siglo noveno hasta el decimonoveno existió en Europa una entidad política singular que demostró poseer distintas características en diferentes generaciones. El nombre oficial era el Santo Imperio Romano, aunque en forma común pero incorrecta se le de-nominaba el Imperio Germano. Hasta su aparición, la Europa situada al oeste del mar Adriático estaba en desorden, gobernada por tribus guerreras en lugar de que la gobernaran estados. Sin embargo, en medio de toda la confusión, el antiguo concepto romano de unidad y orden permaneció. La aspiración de un imperio a ocupar el lugar de aquel que, aunque caído, aún se tenía en veneración tradicional.
A finales del siglo octavo se levantó uno de los hombres más grandes de todos los tiempos: Carlos I el Grande (742-814 d.C.). Los germanos lo aclamaron como Carlos el Grande y los franceses como Carlomagno. Era nieto de Carlos Martel, el vencedor en Tours (732 d.C.), y rey de los francos, que era una tribu germana que dominaba una gran parte de Francia.
Carlos se constituyó a sí mismo en amo de casi todos los países en la Europa occidental, el norte de España, Francia, Alemania, los Países Bajos, Austria e Italia; un imperio en verdad.
Al visitar a Roma en la Navidad de 800 d.C., el papa León III lo coronó como Carlos Augusto, emperador de Roma.
Constantino y los antiguos emperadores romanos lo consideraron sucesor de Augusto. Reinó en su vasto dominio con poder y sabiduría. Fue un conquistador, reformador, legislador, protector de la educación y de la iglesia.
En teoría, su imperio duró mil años, pero solo por un corto tiempo su autoridad sobre Europa fue real. La debilidad e incapacidad de los descendientes de Carlomagno, el desarrollo variado de los diferentes estados e idiomas y los conflictos de intereses nacionales hicieron que la autoridad del Santo Imperio Romano o Germano se limitase principalmente al oeste del Rin. Aun en Alemania los estados menores llegaron a ser prácticamente independientes, guerreaban entre sí y la mayor parte del tiempo estaba solo nominalmente bajo el dominio del emperador. A este se le reconocía como jefe titular del cristianismo europeo y en Francia, Inglaterra y los estados escandinavos se le honraban, pero no lo obedecían.
Debido a que su autoridad, tal como era, se limitaba a Alemania y en pequeña escala a Italia, su reino se le ha llamado casi siempre el "Imperio Germano".
Después que los decadentes sucesores de Carlomagno perdieron el trono, al emperador lo elegía un electorado compuesto por siete príncipes. De los cincuenta y cuatro emperadores solo podemos mencionar unos cuantos de los más grandes después del tiempo de Carlomagno. Enrique I (el Pajarero), 919-936, empezó la restauración del imperio que había decaído.
Sin embargo, a su hijo Otón I (el Grande), aun cuando no lo coronaron emperador hasta 951, se le considera como el verdadero fundador del Imperio Germano, distinto al romano. El reinado de Otón I se extendió hasta 978.
Federico "Barbarroja" fue uno de los más poderosos en la sucesión de emperadores. Participó en la tercera cruzada, pero se ahogó en Asia Menor y su muerte condujo al fracaso la expedición. A Federico II, nieto de Barbarroja, se le ha llamado "la maravilla y enigma de la historia, ilustre y progresista, el hombre más liberal de su época", debido a sus ideas de gobierno y religión. El papa lo excomulgó dos veces, pero en la quinta cruzada se autoproclamó rey de Jerusalén. Rodolfo I de Habsburgo, fundador de la Casa de Austria, recibió la corona imperial en 1273, cuando no significaba mucho más que un título sin valor. Sin embargo, obligó a los príncipes y barones a someterse a su autoridad. Desde su época, Austria fue el estado más poderoso en la confederación germana y casi todos los emperadores descendían de él, los archiduques de ese país. Carlos V, emperador al principio de la Reforma (1519-1556), gobernó también por herencia Austria, España y los Países Bajos. Hizo lo mejor que pudo, pero sin éxito, para sostener los países que estaban bajo su dominio en la religión antigua. En 1556 abdicó voluntariamente y pasó los últimos dos años de su vida en retiro.
Por muchos siglos, al principio de la historia del imperio, hubo fuerte rivalidad y algunas veces guerra entre los emperadores y los papas. Los emperadores lucharon por gobernar la iglesia, los papas lucharon por dominar el imperio.
Hemos visto cómo el papa Gregorio VII (Hildebrando) en una época exigió la sumisión del emperador, y cómo Inocente m ponía y quitaba emperadores y reyes. Sin embargo, la lucha fue menos intensa y cesó después de la Reforma cuando las líneas divisorias entre la iglesia y el estado al fin se fijaron.
Cuando el reino de Austria se hizo más importante, los emperadores se ocuparon mucho más de sus dominios hereditarios. Los muchos estados del imperio llegaron a ser prácticamente independientes, hasta que el título de emperador era poco más que un honor sin significado. En el siglo dieciocho, el ingenioso Voltaire dijo que "el Santo Imperio Romano no era ni santo, ni romano y menos un imperio". La sucesión de emperadores terminó en 1806, cuando Napoleón estaba en la cumbre de su poder. En ese año obligaron a Francisco II a renunciar al título de "emperador del Santo Imperio Romano", y en su lugar asumió el de "emperador de Austria"
La separación de las iglesias latina y griega se hizo formalmente en el siglo
once, aunque en la práctica se efectuó mucho antes. Durante cien años, la
relación normal entre papas y patriarcas se caracterizó por la lucha.
Al final, en 1054 d.C., el mensajero del papa puso sobre el altar de Santa Sofía, en Constantinopla, el decreto de excomunión. En base a esto, el patriarca en turno expidió su decreto de excomunión a Roma y a las iglesias que se sometían al papa. Desde ese tiempo las iglesias latina y griega se mantuvieron separadas, no reconociendo ninguna la existencia eclesiástica de la otra.
La mayoría de las cuestiones de discusión que formaron las causas conducentes a la separación parecen casi triviales en nuestros días. Sin embargo, durante siglos fueron temas de violenta controversia y a veces de cruel persecución.
Doctrinalmente, la principal diferencia estaba en la doctrina conocida como "la procedencia del Espíritu Santo". Los latinos repetían: "El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo" (filioque en latín). Los griegos decían que procedía "del Padre", dejando fuera la palabra filioque. Sobre esa sola palabra se realizaron muchos debates, se escribieron innumerables libros y aun se derramó sangre en amarga lucha.
En las ceremonias de la iglesia, diferentes usos llegaron a ser costumbre en Oriente y Occidente, y estas costumbres se formularon en leyes. En la iglesia occidental se prohibió el matrimonio de los sacerdotes, pero se sancionó en la oriental. Actualmente, en toda la iglesia griega, cada sacerdote de pueblo (que lleva el título de "papa", equivalente a "padre" entre los católico romanos) debe ser casado. En las iglesias occidentales la adoración de imágenes se ha puesto en práctica durante mil años, mientras que en las iglesias griegas uno no ve estatuas, sino solo cuadros. Sin embargo, los cuadros están en relieve, como imágenes en bajo relieve, y se les estima con la reverencia más profunda. En el servicio de la misa, las iglesias romanas usan el pan sin levadura (la hostia), mientras que en la comunión griega se distribuye pan común.
Como protesta contra la observancia judía del séptimo día, surgió la práctica de ayuno en sábado en Occidente, pero nunca se observó en Oriente. Más tarde, el día de ayuno católico romano se cambió al viernes, el día de crucifixión de nuestro Señor.
Más profunda que estas diferencias de ceremonias para causar la separación de las iglesias latina y griega fue la causa política de la independencia de Europa del trono de Constantinopla, en el establecimiento del Santo Imperio Romano (800 d.C.). Aun después de la caída del antiguo Imperio de Roma en 476 d.C., la idea imperial todavía tenía fuerza. Los nuevos reinos bárbaros: godos, francos y otras razas, de una manera vaga se consideraban teóricamente como bajo el emperador de Constantinopla. Sin embargo, cuando Carlomagno estableció el Santo Imperio Romano, ocupó el lugar del antiguo imperio en forma separada e independiente de los emperadores de Constantinopla.
Un estado independiente necesitaba una iglesia independiente.
Sin embargo, el factor más poderoso que condujo a la separación fueron las continuas reclamaciones de Roma de ser la iglesia dominante y su papa de ser el "obispo universal". En Roma, la iglesia dominó poco a poco al estado.
En Constantinopla, la iglesia estaba sumisa al estado. De manera que era inevitable el cisma entre ambas secciones con conceptos opuestos. La separación final de las dos grandes divisiones de la iglesia vino, como ya vimos, en 1054 d.C.
Otro gran movimiento en la Edad Media, bajo la inspiración y bajo el mando de la iglesia, fueron las cruzadas. Estas comenzaron a finales del siglo once y continuaron durante casi trescientos años. Desde el siglo cuarto en adelante, incluso hasta el tiempo actual, multitudes realizaron peregrinaciones hasta Tierra Santa. Alrededor del año 1000 d.C., el número de peregrinos aumentó de forma considerable cuando se esperaba casi universalmente el fin del mundo y la venida de Cristo. Incluso después, cuando esos acontecimientos no ocurrieron, las peregrinaciones continuaron. Al principio, los gobernantes musulmanes de Palestina favorecieron las cruzadas. Sin embargo, más tarde los peregrinos sufrieron opresión, robo y algunas veces hasta la muerte. Al mismo tiempo, los musulmanes estaban amenazando al debilitado Imperio Oriental y el emperador Alejo le pidió al papa Urbano II que enviase a los guerreros de Europa en su ayuda.
Por todas partes, en Europa se despertó el espíritu de libertar Tierra Santa del dominio musulmán y de este impulso resultaron las cruzadas.
Las cruzadas principales fueron ocho, además de muchas otras expediciones de menor importancia a las que también se les dio este nombre. La primera cruzada la proclamó el papa Urbano 11 en 1095 d.C., en el Concilio de Clermont, donde una multitud de caballeros tomaron la cruz como insignia y se alistaron en contra de los sarracenos.
Antes de que la expedición principal se organizara del todo, un monje llamado Pedro el Ermitaño convocó a una multitud indisciplinada, que se dice fue de cuarenta mil personas, y la condujo al Oriente esperando ayuda milagrosa.
Su desprovisto y desorganizado populacho fracasó. A muchos de sus miembros los hicieron esclavos y a otros mataron.' Pero la primera cruzada verdadera la emprendieron doscientos setenta y cinco mil de los mejores guerreros de todo país de Europa, conducida por Godofredo de Bouillon y otros jefes. Después de muchos contratiempos, sobre todo por falta de disciplina y disensión entre los líderes, tuvieron finalmente éxito en tomar la ciudad de Jerusalén y casi toda Palestina en 1099. Establecieron un reino sobre principios feudales y como Godofredo rechazó el nombre de rey, lo nombraron "barón y protector del Santo Sepulcro". Al morir Godofredo, su hermano Balduino asumió el título de rey. El reino de Jerusalén duró hasta 1187 d.C., aunque siempre en una condición precaria por estar rodeado, excepto por el mar, del Imperio Sarraceno y por estar muy distante de sus aliados naturales en Europa.
La segunda cruzada se convocó por las noticias de que los sarracenos estaban conquistando las provincias situadas a poca distancia del reino de Jerusalén, amenazando la ciudad misma. Bajo la predicación de San Bernardo de Claraval, Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania condujeron un gran ejército para socorrer los lugares santos. Sufrieron muchas derrotas, pero finalmente llegaron a la ciudad. No pudieron recuperar el territorio perdido, pero sí postergaron por una generación la caída final del reino.
En 1187 d.C., los sarracenos reconquistaron Jerusalén bajo Saladino y el reino de Jerusalén llegó a su fin. Aunque el simple título "rey de Jerusalén" se siguió usando por mucho tiempo después.
La caída de la ciudad despertó a Europa a la tercera cruzada (1189-1191) que condujeron tres soberanos prominentes: Federico Barbarroja de Alemania, Felipe Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra. Pero, Federico, el mejor general y estadista, se ahogó y los dos reyes restantes se disgustaron. Felipe Augusto se fue a su patria y todo el valor de Ricardo no fue suficiente para llevar su ejército hasta Jerusalén. No obstante, concertó un tratado con Saladino, por medio del cual los peregrinos cristianos obtuvieron el derecho de visitar el Santo Sepulcro sin ser molestados.
La cuarta cruzada (1201-1204 d.C.) fue peor que un fracaso porque al final perjudicó mucho a la iglesia cristiana. Los cruzados desistieron de su propósito de ganar Tierra Santa e hicieron guerra a Constantinopla, la capturaron, saquearon y establecieron su propio gobierno sobre el Imperio Griego que duró cincuenta años. A ese imperio lo dejaron tan indefenso, que simplemente era un insignificante baluarte en contra del creciente poder de los turcos. Raza guerrera, no civilizada, que siguió a los sarracenos como el poder dominante musulmán después de la terminación del período de las cruzadas.
La quinta cruzada (1217-1222 d.C.) la realizaron Juan de Brienne, rey de Jerusalén, y Andrés 11, rey de Hungría. Los citados monarcas atacaron sin resultado a los sarracenos en Egipto y Siria.
En la sexta cruzada (1228-1229 d.C.) el emperador Federico II, aunque excomulgado por el papa, condujo un ejército a Palestina y obtuvo un tratado por el cual cedieron Jerusalén, Jafa, Belén y Nazaret a los cristianos.
Puesto que ningún eclesiástico romano lo coronaría estando bajo la expulsión papal, Federico se coronó a sí mismo rey de Jerusalén. Debido a esto, el título "rey de Jerusalén" lo usaron todos los emperadores germanos y después los de Austria hasta 1835 d.C. Sin embargo, por el disgusto entre el papa y el emperador, se perdieron los resultados de la cruzada. En 1244 d.C., los musulmanes tomaron de nuevo Jerusalén y desde entonces permaneció bajo su dominio.
La séptima cruzada (1248-1254 d.C.) se realizó al mando de Luis IX de Francia, conocido como San Luis. Invadió por el camino de Egipto y aunque al principio tuvo éxito, los musulmanes lo derrotaron y apresaron. Lo rescataron por un gran precio y fue a Palestina, permaneciendo allá hasta 1252 cuando la muerte de su madre, a quien había dejado como regenta, le obligó a regresar a Francia.
La octava cruzada (1270-1272) estuvo también bajo la dirección de Luis IX, junto con el príncipe Eduardo Plantagenet de Inglaterra, después rey Eduardo 1. La ruta escogida fue de nuevo por África. Pero Luis murió en Túnez, su hijo hizo la paz y Eduardo regresó a Inglaterra a ocupar el trono. De modo que, por lo general, esta se considera como la última cruzada y fracasó completamente.
Hubo cruzadas de menor importancia, pero ninguna merece mención especial. En efecto, desde 1270 en adelante, a cualquier guerra emprendida en favor de la iglesia se le denominó cruzada, aun en contra de los "herejes" en países cristianos.
Las cruzadas fracasaron en libertar Tierra Santa del dominio de los musulmanes. Si miramos en retrospectiva ese período, pronto podremos ver las causas de su fracaso. Se notará un hecho en la historia de cada cruzada: los reyes y príncipes que conducían el movimiento estaban siempre en discordia. A cada jefe le preocupaba más sus propios intereses que la causa común. Todos se envidiaban entre sí y temían que el éxito pudiese promover la influencia o fama de su rival. En contra del esfuerzo dividido y a medias de las cruzadas estaba un pueblo unido, valiente. Una raza siempre intrépida en la guerra y bajo el dominio absoluto de un comandante, ya fuese califa o sultán.
Una causa más grave del fracaso fue la falta de un estadista entre estos jefes. No poseían una visión amplia y trascendente. Todo lo que buscaban eran resultados inmediatos. No comprendían que para fundar y mantener un reino en Palestina, a mil millas de sus propios países, se requería una comunicación constante con la Europa Occidental, una fuerte base de provisión y refuerzo continuo. La conquista de la tierra era una intrusión, no una liberación. La gente de Palestina estaba prácticamente esclavizada por los cruzados. Como esclavos, se les obligaban a construir castillos, fortalezas y palacios para sus odiados amos. Por tanto, aceptaban el regreso de sus primeros gobernantes musulmanes porque, aunque su yugo fue pesado, era más ligero que el de los reyes cristianos de Jerusalén.
Sin embargo, a pesar del fracaso de mantener un reino cristiano en Palestina, Europa obtuvo ciertos buenos resultados de las cruzadas.
Después de las cruzadas, el gobierno turco protegía a los peregrinos y la persecución cesó. En efecto, la tierra prosperó más y las ciudades de Belén, Nazaret y Jerusalén aumentaron en población y en riqueza debido a la oleada de peregrinos que llegaban a Palestina bajo garantías de seguridad de los gobernantes turcos.
Después de las cruzadas, las agresiones musulmanas en Europa se reprimieron. La experiencia de esos siglos despertó a Europa al peligro del islamismo. Los españoles se atrevieron a hacer guerra contra los moros que tenían la mitad de la península. En 1492, bajo Fernando e Isabel, los españoles subyugaron el reino moro y expulsaron a los musulmanes del país.
En la frontera este de Europa, Polonia y Austria estaban alerta y en 1683 hicieron retroceder la marea de invasión turca en una gran batalla ganada cerca de la ciudad de Viena. Esta victoria marcó el principio de la decadencia del poder del Imperio Turco.
Otro resultado de las cruzadas fue un conocimiento mejor de las naciones entre sí. No solo los gobernantes y jefes, sino los caballeros inferiores y aun los soldados de los diferentes países empezaron a conocerse entre sí y a reconocer los intereses comunes. Entre las naciones surgió un mutuo respeto y se concertaron alianzas. Las cruzadas contribuyeron grandemente al desarrollo de la Europa moderna.
También las cruzadas dieron un gran impulso al comercio. La demanda de mercancía de toda clase (armas, provisiones y naves) aumentó la industria y el comercio. Los cruzados llevaron a Europa un conocimiento de las riquezas de Oriente, sus alfombras, sedas, joyas y el comer o se desarrolló por toda la Europa occidental. Los mercaderes se enriquecieron. Surgió una clase media entre los señores y los vasallos. Las ciudades progresaron y acrecentaron su poder y los castillos comenzaron a perder ascendencia que tenían sobre ellas. En los siglos siguientes, las ciudades llegaron a ser centros de libertad y reforma, y se liberaron del minio arbitrario de príncipes y prelados.
Al principio, el poder eclesiástico fue aumentado grandemente por las cruzadas. La iglesia convocaba las guerras y de esta manera mostraba su dominio sobre príncipes y naciones. Además, la iglesia compraba tierras adelantaba dinero a los cruzados, quienes tenían que ofrecer sus tierras en garantía. Fue así que la iglesia aumentaba considerablemente sus posesiones en toda Europa. Y en la ausencia de gobernantes temporales, los obispos y los papas ganaban dominio. Pero al final, la vasta riqueza, la arrogante ambición de los clérigos y el uso sin escrúpulo que hacían del poder despertaron el descontento y ayudó a preparar el camino para el cercano levantamiento contra la iglesia católico romana en la Reforma.
Durante el siglo cuarto, como vimos anteriormente, se originó la vida monástica en las cavernas del norte de Egipto. Al principio, el movimiento se desarrolló lentamente en Europa, pero en la Edad Media hubo un gran desarrollo del espíritu monástico, tanto entre los hombres como las mujeres.
El número de monjes y monjas aumentó de una manera considerable, con resultados buenos y malos.
En Oriente los primeros ascetas vivían aparte, cada uno en su propia caverna o cabaña, o sobre su pilar, pero en la Europa occidental formaban comunidades y vivían juntos. Al crecer estas comunidades, fue necesaria alguna forma de organización y gobierno, y en el transcurso del tiempo surgieron cuatro grandes órdenes.
La primera de estas órdenes fue la de los benedictinos, fundada por San Benedicto en 529 d.C., en Monte Casino, a mitad de camino entre Roma y Nápoles. Esta orden llegó a ser la mayor de las comunidades monásticas de Europa y en su primer período promovió la cristianización y civilización del Norte. Sus reglas requerían obediencia al superior del monasterio, la no posesión de bienes y la castidad personal. Esta orden era muy industriosa. Talaba bosques, secaba y saneaba pantanos, labraba campos y enseñaba al pueblo muchas artes útiles. Muchas de las órdenes fundadas más tarde fueron ramificaciones de la orden de los benedictinos o surgieron como consecuencia de ella.
La orden de Cister surgió en 1098, procurando fortalecer la disciplina benedictina que se estaba corrompiendo. Su nombre viene de Citeaux, en Francia, donde San Roberto la fundó. Pero, en 1112, San Bernardo de Claraval la fortaleció y reorganizó. Los cistercienses prestaron gran atención al arte, la arquitectura y, en especial, a la literatura copiando libros antiguos y escribiendo muchos nuevos.
La orden de los franciscanos la fundó San Francisco de Asís en 1209. Este fue uno de los hombres más santo, devoto y digno de afecto. De Italia se esparció rápidamente por toda Europa y llegó a ser la más numerosa de todas las órdenes. Se dice que en la peste negra, la plaga que se esparció por toda Europa en el siglo catorce, más de ciento veinticuatro mil monjes franciscanos perecieron mientras prestaban ayuda a moribundos y enfermos. Por el color de su hábito llegaron a conocerse como los "frailes grises".
Los dominicos eran una orden española que Santo Domingo fundó en 1215 y se extendió por todos los países de Europa. Estos se diferenciaban de las otras órdenes en que eran predicadores que iban por dondequiera a fortalecer la fe de los creyentes y se oponían a las tendencias "herejes", siendo más tarde los más feroces perseguidores de los "herejes". Por su hábito, se les conocía como los "frailes negros". A estos, junto con los franciscanos, también se les llamaba "frailes mendicantes" porque dependían para su sostén de las limosnas que recogían de puerta en puerta. Además de estas, había órdenes parecidas para las mujeres. Todas estas órdenes de ascetas empezaron con los propósitos más nobles y las fundaron hombres y mujeres que se sacrificaban a sí mismos. Su influencia era en parte para bien y en parte para mal. Al principio, durante el primer período de cada orden monástica, era un beneficio a la sociedad. Reconozcamos algunos de los buenos resultados del monacato. Durante los siglos de guerra, casi de anarquía, había centros de paz y de quietud en los monasterios, donde muchos que estaban en dificultad encontraban refugio. Los monasterios daban hospitalidad a los viajeros, a los enfermos y a los pobres. Tanto el moderno hotel como el hospital se desarrollaron del hospicio o monasterio. A menudo el monasterio o el convento eran el refugio y la protección de los indefensos, en especial de las mujeres y los niños. Los primeros monasterios, tanto en Gran Bretaña como en el continente, promovieron la agricultura. Los monjes se dedicaron al saneamiento y secado de pantanos, la canalización del agua, la construcción de caminos y el cultivo inteligente de la tierra. En las bibliotecas de los monasterios se preservaron muchas de las obras antiguas de la literatura, tanto clásica como cristiana. Los monjes copiaban libros y escribían la vida de hombres distinguidos, crónicas de su propio tiempo e historias del pasado. Los monasterios han dado al mundo muchas de las obras religiosas más preciosas, tales como los cánticos de San Bernardo y la Imitación de Cristo, por Kempis. Sin sus escritos históricos, la Edad Media hubiera sido en verdad un vacío. Los monjes eran los principales maestros de la juventud, casi los únicos maestros. La mayoría de las universidades y escuelas de la Edad Media surgieron en las abadías y monasterios. En la expansión del evangelio los monjes fueron los primeros misioneros. Encontraban al bárbaro que venían y los convertían a su religión. De estos, San Agustín (no 1 gran teólogo) que fue de Roma a Inglaterra (597 d.C.) y San Patricio, que empezó la evangelización de Irlanda en 440 d.C., fueron ejemplos entre muchos misioneros monásticos. Pero si estos buenos resultados emanaron del sistema monástico, también hubo malos resultados. Algunos de estos males se manifestaron aun cuando la institución estaba en su mejor época, pero se hicieron más evidentes en los últimos períodos, cuando el monacato degeneró y perdió su fervor primitivo, sus ideales elevados y su estricta disciplina. Entre estos mal estaban los siguientes:
El monacato presentaba la vida célibe como la más elevada, lo cual es falso y contrario a las Escrituras. Obligaba a la adopción de la vida monástica a incontables millares de hombres y mujeres más nobles de su época. Los hogares y las familias no los formaban los mejores hombres y las mejores mujeres, sino por los de ideales inferiores. Recluía multitudes para que no solo participaran de la familia, sino también de la vida social, cívica y nacional. Tanto en la guerra como en la paz, los hombres capacitados que se necesitaban en el estado, estaban ociosos en los monasterios. Se ha asegurado que Constantinopla y el Imperio Oriental pudieron haberse defendido de los turcos si los monjes y eclesiásticos hubieran tomado las armas y peleado por su País. El aumento de riqueza de los monasterios condujo a la indisciplina, al lujo, a la ociosidad y a la franca inmoralidad.
Muchos conventos se convirtieron en lugares de iniquidad. Cada nueva orden buscaba reformación, pero a la larga sus miembros degeneraban a los más bajos niveles de conducta. En un principio, los monasterios se sostenían por la labor de sus ocupantes. Sin embargo, en los siglos subsiguientes su labor casi cesó por completo y monjes y monjas se mantenían de las rentas de sus propiedades que aumentaban sin cesar y por las contribuciones que se imponían a la fuerza a las familias ricas y pobres. Todas las propiedades de bienes raíces de las casas monásticas estaban exentas de contribución. De este modo, una carga que siempre aumentaba y que al final se hizo insoportable, se colocaba sobre la sociedad fuera de los conventos. Su rapacidad los condujo a la extinción. En el principio de la Reforma, en el siglo dieciséis, los monasterios en todo el norte de Europa estaban tan degradados en el concepto del pueblo, que los suprimieron universalmente. Incluso, obligaron a trabajar para su sostén a quienes vivían dentro de sus paredes.
A este período se acostumbraba llamar "La edad oscura". Sin embargo, esos siglos dieron al mundo algunos grandes beneficios bajo la influencia directa de la iglesia.
Durante la Edad Media surgieron casi todas las grandes universidades. En su mayoría, establecidas por eclesiásticos, que se desarrollaron de escuelas primitivas vinculadas con catedrales y monasterios. Entre estas puede mencionarse la Universidad de París, que en el siglo once bajo Abelardo, tenía treinta mil estudiantes. Las universidades de Oxford, Cambridge y Bolonia, a las que asistían estudiantes de todos los países de Europa. Las grandes catedrales de Europa, esas maravillas de arquitectura gótica que el mundo moderno contempla, sin poder superar ni siquiera igualar, se trazaron y construyeron durante el período medieval. El despertar de la literatura empezó en Italia con La divina comedia, de Dante, que se inició alrededor de 1303. A esta le siguieron los escritos de Petrarca (1340) y Bocacio (1360).
En el mismo país y aproximadamente en la misma fecha empezó el despertamiento del arte con Giotto, en 1298, seguido por una serie de grandes pintores, escultores y arquitectos. Debe recordarse que casi sin excepción los primeros pintores usaron su arte para el servicio de la iglesia.
Sus obras, aun cuando ahora están en galerías y exhibiciones, se hallaban
al principio en iglesias y monasterios.
Durante este período, y sobre todo en su ocaso, hubo destellos de luz religiosa presagios de la Reforma venidera. Cinco grandes movimientos de reforma surgieron en la iglesia, pero el mundo no estaba listo para ellos y se reprimieron con sangrienta persecución.
Los albigenses o citaros, "puritanos", alcanzaron prominencia en el sur de
Francia alrededor de 1170. Repudiaban la autoridad de la tradición, circulaban el
Nuevo Testamento y se oponían a las doctrinas romanas del purgatorio, a la
adoración de imágenes y a las pretensiones sacerdotales, aunque tenían algunas
ideas extrañas asociadas con los antiguos maniqueos y rechazaban el
Antiguo Testamento. En 1208, el papa Inocencio III convocó una "cruzada" en su
contra y la secta se extirpó mediante el asesinato de casi toda la población de la
región, tanto católica como hereje.
Los valdenses surgieron más o menos en el mismo tiempo, 1170, con Pedro Valdo, un comerciante de Lyon que leía, explicaba, predicaba y circulaba la Escritura, a la que apelaba en contra de las costumbres y las doctrinas de los católicos romanos. Estableció una orden de evangelistas, los "Pobres de Lyon", que anduvieron por el centro y sur de Francia ganando adeptos. Los persiguieron con crueldad, pero al salir de Francia encontraron albergue en los valles del norte de Italia. A pesar de los siglos de hostigamiento, han permanecido y constituyen una parte del grupo relativamente pequeño de protestantes en Italia.
Juan Wyclif empezó el movimiento en Inglaterra en favor de la libertad del poder romano y de la reforma en la iglesia. Nació en 1324 y se educó en la Universidad de Oxford, donde llegó a ser doctor de teología y líder en los consejos que se llevaban a cabo en dicha institución. Atacaba a los frailes mendicantes y al sistema del monacato. Re-chazaba y se oponía a la autoridad papal en Inglaterra. Escribió en contra de la doctrina de la transubstanciación, considerando al pan y al vino como símbolos e instaba a que el servicio de la iglesia se simplificase más, según el modelo del Nuevo Testamento. En otros países hubiera sufrido martirio, pero en Inglaterra lo protegía el más poderoso de los nobles. Aun cuando la universidad condenó algunas de sus doctrinas, le permitieron retirarse a su parroquia en Lutterworth y permanecer como sacerdote sin que lo molestasen. Su mayor obra fue la traducción del Nuevo Testamento al inglés, terminado en 1380.
El Antiguo Testamento, en el que le ayudaron algunos amigos, apareció en 1384, el año de la muerte de Wyclif. A sus seguidores se les llamó "lolardos", en un tiempo numerosos, pero los persiguieron bajo los reyes Enrique IV y Enrique V y al final los eliminaron. La predicación de Wyclif y su traducción prepararon el camino para la Reforma.
Juan Hus, en Bohemia (nacido en 1369 y martirizado en 1415), fue un lector de los escritos de Wyclif y predicó sus doctrinas. En especial, proclamó la liberación de la autoridad papal. Lo nombraron rector de la Universidad de Praga y por un tiempo tuvo una influencia dominante por toda Bohemia. El papa lo excomulgó y puso la ciudad de Praga bajo censura eclesiástica mientras él permaneciera allí. Hus se retiró, pero desde su lugar de escondite enviaba cartas reafirmando sus ideas. Después de dos años consintió en ir ante el concilio de la Iglesia Católica Romana en Constanza, Baden, en la frontera de Suiza, habiendo recibido un salvo conducto del emperador Segismundo. Sin embargo, violaron el pacto sobre la base de que "la fe no se guardaría con herejes". En 1415, condenaron y quemaron en la hoguera a Hus, pero su suerte despertó el elemento de reforma en su tierra natal e in-fluyó en Bohemia por todos los siglos desde su día.
Jerónimo Savonarola (nacido en 1452) fue un monje de la orden de los dominicos en Florencia, Italia, y prior del monasterio San Marcos. Predicaba como uno de los profetas antiguos, contra los males sociales, eclesiásticos y políticos de su tiempo. Llenaba la gran catedral hasta rebosar con multitudes ansiosas, no tan solo de escuchar, sino de obedecer sus enseñanzas. Por un tiempo fue el dictador práctico de Florencia y efectuó una manifiesta reforma. Sin embargo, el papa lo excomulgó. Lo apresaron, condenaron, colgaron y quemaron su cuerpo en la gran plaza de Florencia. Su martirio fue en 1498, solo diecinueve años antes que Lutero clavara sus tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg.
Los historiadores fijan la caída de Constantinopla, en 1453, como el puntode la división entre los tiempos medievales y modernos. El Imperio Griego nunca se recobró de la conquista de los cruzados en 1204. Sin embargo, las fuertes defensas naturales y artificiales protegieron por mucho tiempo a la ciudad en contra de los turcos que sucedieron a los árabes como poder dominante musulmán. Tomaron una provincia tras otra del gran imperio, hasta que solo quedó la ciudad de Constantinopla. En 1453, los turcos finalmente la tomaron, bajo Mohamed II. En solo día el templo de Santa Sofía se transformó en una mezquita y Constantinopla fue hasta 1920 la ciudad de los sultanes y la capital Imperio Turco. En 1923, declararon Ankara capital de Turquía. La Iglesia Griega continúa con su patriarca, despojado de todo menos de su autoridad eclesiástica, con residencia en Constantinopla (Estambul). Con la caída de Constantinopla en 1453, termina el período de la iglesia medieval.
Mencionemos ahora muy brevemente algunos de los eruditos y líderes del pensamiento en el período estudiado. Durante los mil años de la iglesia medieval, se levantaron muchos grandes hombres, pero solo citaremos cuatro como los líderes intelectuales de su época.
Anselmo nació en 1033, en Piamonte, Italia. Al principio, como tantos otros, era un erudito que vagaba por muchos países. Se hizo monje en el monasterio de Bec, Normandía y lo nombraron abad en 1078. En 1093, Guillermo Rufus lo nombra arzobispo de Canterbury y primado de la Iglesia de Inglaterra. Sin embargo, luchó contra Guillermo y su sucesor Enrique I por la libertad y autoridad de la iglesia y por un tiempo sufrió destierro. Escribió muchas obras teológicas y filosóficas, y le han llamado "un segundo Agustín". Murió en 1109.
Pedro Abelardo (1079-1142), como filósofo y teólogo, fue el pensador más valeroso de la Edad Media. Puede considerarse el fundador de la Universidad de París, madre de las universidades europeas. Su fama como profesor atrajo a estudiantes por millares de todas partes de Europa. Influyó en muchos de los grandes hombres de la generación que le siguió. Sus intrépidas especulaciones y opiniones independientes le pusieron más de una vez bajo la expulsión de la iglesia. Aun más famosa que sus enseñanzas y escritos fue la romántica historia de su asunto amoroso con la hermosa Eloísa, por quien dejó los votos monásticos. Se casaron, pero después lo obligaron a separarse. Ambos entraron en conventos. Abelardo murió siendo abad y Eloísa abadesa.
Bernardo de Claraval (1091-1153) era de una noble familia francesa. Lo educaron para la corte, pero renunció a ella por el convento. En 1115 estableció en Claraval un monasterio de la orden cisterciense y fue su primer abad. Esta orden echó raíces en muchos países y a sus miembros se les conocía comúnmente como bernardinos. Bernardo era una unión admirable del pensador místico y práctico. Predicó y promovió la Segunda Cruzada en 1147. Hombre de mente amplia y corazón bondadoso, se oponía y escribía en contra de la persecución de los judíos. Algunos de sus himnos, como "Cristo, si gozo al pecho da" y "Cabeza ensangrentada", se cantan en todas las iglesias. Solo veinte años después de su muerte lo canonizaron como San Bernardo. Lutero dijo: "Si hubo en el mundo un monje santo y temeroso de Dios, fue San Bernardo de Claraval."
La mentalidad más grande de la Edad Media fue la de:
Tomás de Aquino (1226-1274) Se le llamó el “Doctor universal” “Doctor Angélico" y "Príncipe de la Escolástica". Nació en Aquino en el reino de Nápoles. En contra de la voluntad de su familia, los condes de Aquino, entró a la orden de monjes dominicos. Cuando era un joven estudiante era tan callado que le apodaron "el buey mudo". Sin embargo, su maestro, Alberto Magno, decía: "Un día este buey llenará al mundo con sus mugidos." Llegó a ser la autoridad más celebrada y elevada de todo el período medieval en filosofía y teología. Sus obras aún las citan, sobre todo por los eruditos catolicorromanos. Murió en 1274 y lo canonizaron como santo en 1323.
QUINTO PERIODO GENERAL: LA IGLESIA REFORMADA (DESDE LA CAÍDA DE CONSTANTINOPLA HASTA LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS (1453 – 1648))
En este período de doscientos años, el gran acontecimiento que despertó la atención fue la Reforma. Empezó en Alemania y se esparció por todo el norte de Europa y trajo como resultado el establecimiento de iglesias nacionales que no debían fidelidad a Roma. Notemos algunas de las fuerzas rectoras que antecedieron a la Reforma y ayudaron grandemente a su progreso.
Una de estas fuerzas fue el notable movimiento conocido como el Renacimiento o el despertar de Europa a
un nuevo interés en la literatura,el arte y la ciencia; el cambio de los métodos y propósitos medievales a los modernos. En la Edad Media, el
interés de los estudiantes recayó en la verdad religiosa, con la filosofía relacionada a la religión. Como vimos, los principales pensadores
y escritores fueron hombres de la iglesia. Pero en este despertamiento surgió un nuevo interés en
la literatura clásica, el griego y el latín, en el arte, separándose pronto de la religión. Con ese
interés vinieron los primeros destellos de la ciencia moderna. Por lo general,los líderes del movimiento no eran sacerdotes ni monjes, sino laicos, sobre todo en Italia.
Aquí comenzó el Renacimiento, no como un movimiento religioso, sino literario. Sin embargo, no era abiertamente antirreligioso, sino más bien escéptico e
investigador. La mayoría de los estudiantes italianos
del período fueron hombres faltos de vida religiosa. Aun los papas de ese tiempo se distinguían más bien por su cultura que por su fe. Al norte de los Alpes, en Alemania, Inglaterra y
Francia, el movimiento era más religioso.
Despertó un nuevo interés en las Escrituras, en el griego y hebreo, y una
investigación de los verdaderos fundamentos de la fe, aparte de los dogmas de Roma. Por todas
partes, tanto al sur como al norte, el Renacimiento debilitaba a la Iglesia Católica Romana.
La invención de la imprenta vino a ser un heraldo y un aliado de la reforma venidera. El descubrimiento lo hizo Gutenberg en Maguncia, el Rhín, en 1455.
Este consistía en que los libros podían imprimirse con tipos movibles y distribuirse con facilidad por millares. Antes de esta
invención, se copiaban a mano. Una Biblia en la Edad Media costaba el salario anual de un obrero.
Es significativo que el primer libro que Gutenberg imprimió fue la Biblia, demostrando así el deseo de esa época. La imprenta puso a las Escrituras en uso común y condujo a su traducción y circulación en todos los idiomas europeos. La gente que leía el Nuevo Testamento pronto comprendía que la iglesia papal estaba muy lejos del ideal del Nuevo Testamento. Y
en cuanto se escribían las nuevas enseñanzas de los reformadores, se publicaban en libros y
folletos que circulaban por millones por toda Europa.
También surgió en Europa el espíritu nacionalista. Este difería de las luchas medievales entre emperadores y papas
en que era más bien un movimiento popular antes que uno relacionado con reyes. El patriotismo de los pueblos comenzó a
manifestarse en la inconformidad en cuanto a la autoridad extranjera sobre sus propias iglesias nacionales; en resistirse a los nombramientos de obispos, abades y dignatarios de la
iglesia que hacía un papa en un país distante; en un deseo de no contribuir del "óbolo de Pedro" para el sostén del papa y la construcción de majestuosos templos en Roma; y una
determinación de reducir el poder de los concilios eclesiásticos, poniendo al clero bajo las mismas leyes y cortes con los laicos. Este espíritu
nacionalista fue un gran apoyo al movimiento de reforma.
Mientras el espíritu de reforma e independencia despertaba por Europa, la llama estalló en Alemania, en el electorado de Sajonia, bajo la dirección de Martín Lutero, un monje y profesor en la Universidad de Wittenberg. Notemos algunos de sus primeros períodos.
El papa reinante, León X, en virtud de que necesitaba grandes sumas de dinero para terminar la Basílica de San
Pedro en Roma, permitió a un agente llamado Juan Tetzel, que fuese por
Alemania vendiendo certificados, firmados por el papa. Su objetivo era perdonar todo pecado,
no solo de los poseedores del certificado, sino también de los amigos vivos o muertos en cuyo favor se comprasen, sin la confesión, el arrepentimiento, la pena o la absolución por un sacerdote.
Tetzel decía a la gente: "Tan pronto como su moneda suene en el cofre, el alma de sus amigos ascenderá del purgatorio al cielo." Lutero predicaba en
contra de Tetzel y su venta de indulgencias, denunciando abiertamente su enseñanza.
La fecha exacta que los historiadores fijan como el principio de la gran Reforma es 31 de octubre de 1517. En la mañana de ese día, Martín Lutero clavó en la puerta de roble de la Catedral de Wittenberg un pergamino que contenía las noventa y cinco tesis o declaraciones, casi todas relacionadas con la venta de indulgencias, pero en su aplicación atacaba la autoridad papal y sacerdotal. Los gobernantes de la iglesia en vano procuraron restringir y lisonjear a Lutero. Permaneció firme y la tempestad solo le hizo más resuelto en su oposición a las doctrinas y prácticas no apoyadas por las Sagradas Escrituras.
Después de muchas controversias y la publicación y distribución de folletos con las opiniones de Lutero por
toda Alemania, sus enseñanzas se condenaron formalmente. De ahí que en junio de 1520 una bula" del papa León X lo excomulgara. Se le ordenó a Federico el Sabio, Elector de
Sajonia, que le entregase a Lutero para juzgarlo y castigarlo. Sin embargo, en vez de esto, le dio amplia protección pues simpatizaba con sus
ideas. Lutero recibió la excomunión con desafío llamándola "la bula execrable del anticristo", y ello de
diciembre la quemó públicamente a las puertas de Wittenberg ante una asamblea de profesores de la
universidad, de estudiantes y el pueblo. Con la bula del papa también quemó copias de los cánones o leyes establecidas por las autoridades
romanas. Este acto constituyó la renuncia final de Lutero a la Iglesia Católica Romana.
En 1521, Lutero fue citado ante la Dieta o Concilio Supremo de los gobernantes alemanes,
reuniéndose en Worms, en el Rhin. El nuevo emperador, Carlos V, le prometió un salvo conducto
y Lutero fue a la asamblea. Aunque sus amigos lo amonestaron, pues podría encontrar la misma suerte
de Juan Hus en circunstancias parecidas en el Concilio de Constanza, en 1415. Lutero dijo: "Iré a Worms aunque me acechen tantos
demonios como tejas hay en los tejados." El 17 de abril de 1521 Lutero estaba ante la Dieta,
presidida por el emperador. En respuesta a la pregunta de si quería retractarse de las declaraciones de sus libros, después de considerarlo respondió que
no podía retractarse de nada excepto de lo que desaprobara la Escritura o la razón, terminando con las palabras: Aquí estoy. No puedo hacer otra cosa.
Que Dios me ayude. Amén." Al emperador Carlos V lo instan para que prendiese a Lutero, ofreciendo
como razón que la fe no podía guardarse con los herejes, pero le permitió salir de Worms en paz.
Mientras Lutero viajaba de regreso a su hogar, de pronto los soldados de Federico el Elector lo apresaron y llevaron para su seguridad al castillo de Wartburg
en Turingia. Permaneció allí disfrazado cerca de un año, mientras que tempestades de guerra y revuelta rugían en el imperio. Pero no estuvo ocioso pues durante su retiro tradujo el Nuevo
Testamento al alemán, obra que por sí sola lo hubiera inmortalizado porque su versión se considera el fundamento del idioma alemán escrito.
Esto fue en 1521. Varios años después se terminó el Antiguo Testamento. Al regresar del Wartburg a
Wittenberg, reasumió la dirección del movimiento en favor de una Iglesia Reformada, exactamente a tiempo para
salvarle de sus excesos extravagantes.
La división de los estados alemanes en las ramas reformadas y romanas fue entre el norte y el sur. Los príncipes meridionales dirigidos por Austria, se adhirieron a Roma, mientras que los del norte eran en su mayoría seguidores de Lutero. En 1529, se celebró una Dieta en Espira con la vana esperanza de reconciliar las dos partes. En esta dieta los gobernantes católicos eran mayoría y condenaron las doctrinas de Lutero. Los príncipes prohibieron toda enseñanza del luteranismo en los estados donde no había llegado a dominar. En los estados que ya eran luteranos se requirió que a los católicos se les permitiese ejercer libremente su religión. A esta desequilibrada ley los príncipes luteranos hicieron una protesta formal y desde ese tiempo se les conoció como protestantes y sus doctrinas como la religión protestante.
Mientras la Reforma estaba en sus épocas primitivas en Alemania, el mismo espíritu brotó en muchos países de Europa. En el sur, como Italia y España, abatieron despiadadamente la Reforma. En Francia y los Países Bajos la causa de la Reforma pendía en la balanza de la duda. Sin embargo, en medio de las naciones del norte la nueva religión era victoriosa sobre toda oposición y dominaba los países.
La Reforma en Suiza se levantó independiente de la de Alemania, aunque simultánea con ella, bajo la dirección de Ulrico Zwinglio que en 1517 atacó "la remisión de pecados" mediante peregrinaciones a un altar de la Virgen de Einsieldn y en 1522 rompió de manera definitiva con Roma. La Reforma se organizó formalmente en Zurich y pronto llegó a ser más radical que en Alemania. Sin embargo, una guerra civil entre cantores católico romanos y protestantes, en la cual murió Zwinglio (1531), estorbó su progreso.
Sin embargo, la Reforma siguió adelante y más tarde su líder llegó a ser Juan Calvino, el teólogo más grande de la iglesia después de Agustín. Las Instituciones de la religión cristiana, publicadas en 1536 cuando Calvino solo tenía veintisiete años, se convirtieron en las normas de la doctrina protestante.
El reino escandinavo que comprendía en ese tiempo a Dinamarca, Suecia y Noruega bajo un mismo gobierno, recibió pronto las enseñanzas de Lutero favorecidas por el rey Cristián II. Por un tiempo, la lucha política y la guerra civil estorbaron el progreso de la Reforma, pero al final los tres países aceptaron las ideas luteranas.
En Francia, la Iglesia Católica Romana poseía más libertad que en el resto de Europa. De ahí que hubiera menos demanda de independencia eclesiástica de Roma. Sin embargo, un movimiento religioso se levantó entre el pueblo francés, aun antes que en Alemania, porque en 1512 Jacobo Lefevre escribió y predicó la doctrina de la "justificación por la fe". De la corte y del pueblo surgieron dos partidos. Los reyes que ascendieron, aunque católico romanos nominales, se ponían indistintamente de parte de uno y otro partido. No obstante, el protestantismo recibió casi un golpe mortal en la terrible matanza del Día de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572, cuando asesinaron vilmente a casi todos sus líderes e incontables millares de sus adeptos. La fe reformada vivió frente a una terrible persecución y una minoría del pueblo francés ha sido protestante. Aunque pequeño en número, el protestantismo francés ha ejercido gran influencia.
Los Países Bajos, comprendiendo lo que ahora son los reinos de Holanda y Bélgica, estuvieron al principio del período de la Reforma bajo el dominio de España. Pronto recibieron las enseñanzas reformadas, pero los regentes españoles los persiguieron con severidad. En los Países Bajos la reforma era una demanda de libertad política y religiosa, y la tiranía de España condujo al pueblo a sublevarse. Después de una larga guerra y un increíble sufrimiento, los Países Bajos, bajo la dirección de Guillermo el Taciturno, al fin obtuvieron su independencia de España, aunque no se reconoció hasta 1609, veinticinco años después de la muerte de Guillermo. Al norte, Holanda llegó a ser protestante, pero Bélgica mantuvo su mayoría católica romana.
El movimiento de Reforma en Inglaterra pasó por varias épocas de progreso y retroceso, por sus relaciones políticas, por las diferentes actitudes de los soberanos que se sucedían y por el espíritu conservador de la naturaleza inglesa. Empezó en el reino de Enrique VIII con un grupo de jóvenes estudiantes de la literatura clásica y la Biblia. Algunos de ellos, como Sir Tomás Moro, se detuvieron en su progreso y permanecieron católicos, mientras que otros prosiguieron con valor la fe protestante. Uno de los líderes de la Reforma inglesa fue Guillermo Tyndale, quien tradujo el Nuevo Testamento a la lengua madre, la primera versión en inglés después de la invención de la imprenta. Esta, más que cualquiera otra, ha modelado todas las traducciones desde entonces. En 1536, Tyndale sufrió el martirio en Amberes. Otro líder fue Tomás Cranmer, arzobispo de Canterbury. Después
de ayudar a hacer protestante a Inglaterra, se retractó bajo la romanista reina María Tudor, con la esperanza de salvar su vida. Sin embargo, cuando lo condenaron a morir quemado, revocó su retractación. De Enrique VIII, la Reforma recibió ayuda y también estorbo. Este se separó de Roma porque el papa no quería aprobar su divorcio de la reina Catalina de Aragón, hermana del emperador Carlos V. Estableció una Iglesia Anglicana, con él mismo como jefe, y mató tanto a romanistas como a protestantes que diferían de sus ideas.
Bajo Eduardo VI, solo un joven que reinó poco tiempo, la causa de la Reforma progresó mucho. Dirigida por Cranmer y otros, se estableció la Iglesia de Inglaterra, y el Libro de Oración Común compiló su rica y rítmica forma de lenguaje. La reina María Tudor, quien sucedió a Eduardo VI, era una fanática romanista y emprendió la tarea de llevar otra vez a sus súbditos a la iglesia antigua mediante la persecución. Reinó solamente cinco años, pero en ese tiempo más de trescientos protestantes sufrieron martirio. Con el ascenso de Isabel I, la más apta de todos los soberanos de Inglaterra, las prisiones se abrieron, los exilios se revocaron, la Biblia se honró de nuevo en el púlpito y en el hogar, y durante su largo reinado, que se le ha dado el nombre de "la época de Isabel", la época más gloriosa de la historia inglesa, la Iglesia de Inglaterra se estableció de nuevo y tomó la forma en que ha continuado hasta hoy.
Al principio la Reforma tuvo un progreso muy lento en Escocia, donde la iglesia y el estado los gobernaban la férrea mano del cardenal Beaton y la reina regenta, María de Guise, madre de la reina María de Escocia. Al cardenal lo asesinaron, la reina regenta murió y pronto Juan Knox, en 1559, asumió la dirección del movimiento reformador. Mediante sus ideas radicales e inflexibles, su firme determinación e irresistible energía, aun en
contra del ingenio y la atracción de su romanista soberana, reina María de los escoceses, pudo barrer todo vestigio de la antigua religión y llevar la Reforma mucho más adelante que la de Inglaterra. La Iglesia Presbiteriana, según planeó Juan Knox, llegó a ser la iglesia oficial de Escocia.
A principios del siglo dieciséis, la única iglesia en Europa occidental era la Iglesia Católica Romana, evidentemente segura de la lealtad de todo reino. Antes de finalizar ese siglo, cada país del norte de Europa al oeste de Rusia se había separado de Roma y había establecido su propia iglesia nacional.
Aunque en los países del norte de Europa había diferencias en doctrinas y organización debido a la Reforma, sin embargo, no es difícil encontrar la plataforma común de todas las iglesias protestantes. Los principios de la Reforma pueden considerarse cinco. El primer gran principio es que la verdadera religión se funda en las Escrituras. Los católico romanos habían sustituido la autoridad de la Biblia con la autoridad de la iglesia. Enseñaban que la iglesia era infalible y que la autoridad de la Biblia se debía a que la iglesia la autorizaba. Prohibían las Escrituras a los laicos y se oponían decididamente a toda traducción que se hiciera en el lenguaje usado por el pueblo común. Los reformadores declaraban que la Biblia contenía las reglas de la fe y práctica, y que no debía aceptarse ninguna doctrina a menos que la Biblia la enseñase. La Reforma trajo de nuevo la Biblia perdida al pueblo y colocó sus enseñanzas sobre el trono de la autoridad. Es por medio de los reformadores, y sobre todo en los países protestantes, que la Biblia ahora circula por millones de copias todos los años.
Otro principio establecido por la Reforma fue que la religión debía ser racional e inteligente. El romanismo había introducido doctrinas irracionales en el credo de la iglesia, como la transubstanciación; pretensiones absurdas como las indulgencias papales en su disciplina; costumbres supersticiosas como la adoración de imágenes en su ritual. Los reformadores, aunque subordinando debidamente la razón a la revelación, reconocían la primera como un don divino y demandaron un credo, una disciplina y una adoración que no violase la naturaleza racional del hombre.
Una tercera gran verdad a la que se le dio énfasis en la Reforma fue la de la religión personal. Bajo el sistema romano existía una puerta cerrada entre el adorador y Dios, y para esa puerta el sacerdote tenía la única llave. El pecador arrepentido no confesaba sus pecados a Dios, sino al sacerdote. No obtenía perdón de Dios, sino del sacerdote, quien únicamente podía pronunciar la absolución. El adorador no oraba a Dios el Padre por medio de Cristo el Hijo, sino por medio de un santo patrón que se suponía intercedía por él ante un Dios demasiado elevado para que un hombre se allegase a él en esta vida terrena. En efecto, se consideraba a Dios como un ser poco amigable que debía aplacarse y apaciguarse mediante la vida ascética de mujeres y hombres santos, cuyas oraciones eran las únicas que podían salvar a los hombres de la ira de Dios. Los de mentes piadosas no podían ir a la Biblia en busca de dirección, sino tenían que recibir sus enseñanzas indirectamente según las interpretaban los concilios y cánones de la iglesia. Los reformadores acabaron con todas esas barreras. Dirigían al adorador hacia Dios como el objeto directo de oración, el dador inmediato del perdón y gracia. Llevaban a cada alma a la presencia de Dios y a la comunión con Cristo.
Los reformadores también insistían en una religión espiritual, diferente a una religión formalista. Los católico romanos habían sobrecargado la sencillez del evangelio con múltiples formas y ceremonias que oscurecían por completo su vida y espíritu. La religión consistía en servicios externos rendidos bajo la dirección sacerdotal y no en la actitud del corazón hacia Dios. Sin duda, hubo muchas personas sinceras y espirituales en la Iglesia Católica Romana, hombres como Bernardo de Claraval, Francisco de Asís y Tomás de Kempis que vivían en íntima comunión con Dios. Pero en la iglesia en general, la religión era de letra y no de espíritu. Los reformadores enfatizaban más las características internas de la religión, que las externas.
Pusieron de manifiesto la antigua doctrina como una experiencia vital, "la salvación por la fe en Cristo y únicamente por la fe". Proclamaron que la justificación no es por formas y observancias externas, sino por la vida interna, "la vida de Dios en el alma de los hombres". El último de estos principios en la obra práctica de la Reforma fue el de una iglesia nacional, diferente a una mundial. El propósito del papado y del sacerdocio fue subordinar el estado a la iglesia, y hacer que el papa ejerciera autoridad suprema sobre todas las naciones. Dondequiera que el protestantismo triunfaba surgía una iglesia nacional, gobernada por sí misma e independiente de Roma. Estas iglesias nacionales asumían diferentes formas: episcopal en Inglaterra, presbiteriana en Escocia, algo mixtas en los países del norte.
No mucho después que empezó la Reforma, la Iglesia Católica Romana realizó un poderoso esfuerzo a fin de recuperar el terreno perdido en Europa, destruir la fe protestante y promover las misiones católico romanas en países extranjeros. A este movimiento se le llama la Contrarreforma.
La reforma dentro de la iglesia se intentó hacer mediante el Concilio de Trento, convocado en 1545 por el papa Pablo III. Su principal objetivo fue investigar y poner fin a los abusos que propiciaron el surgimiento de la Reforma. El Concilio se reunió en diferentes tiempos y en más de un lugar, aunque por lo general se reunía en Trento, Austria, a ciento veintidós kilómetros al noroeste de Venecia. Se componía de todos los obispos y abades de Venecia. Duró casi veinte años, a través de los reinados de cuatro papas, de 1545 a 1563. Se tenía la esperanza que la separación entre católicos y protestantes se pudiera arreglar y la iglesia volviera a unirse, pero esto no pudo efectuarse. A la larga, se hicieron muchas reformas y se establecieron definitivamente las doctrinas de la iglesia.
Incluso los protestantes admiten que los papas después del Concilio de Trento fueron mejores que muchos de los que gobernaron antes. El resultado del concilio puede considerarse como una reforma conservadora dentro de la Iglesia Católica Romana.
Una influencia muy poderosa en la Contrarreforma fue la Orden de los Jesuitas, que en 1534 estableció un español, Ignacio de Loyola. Esta era una orden monástica caracterizada por la combinación de la más estricta disciplina, intensa lealtad a la iglesia y a la orden, profunda devoción religiosa y un marcado esfuerzo para hacer prosélitos. Su propósito principal era combatir el movimiento protestante con métodos públicos y secretos. Llegó a ser tan poderosa, que se acarreó la oposición más severa aun en los países católico romanos. Se suprimió en casi todos los
estados de Europa y, por decreto del papa Clemente XIV (1773), se prohibió en toda la iglesia. Sin embargo, por un tiempo continuó en secreto, después abiertamente y al final los papas la reconocieron de nuevo. Ahora es una de las fuerzas más potentes en esparcir y fortalecer la Iglesia Católica Romana por todo el mundo.
La persecución activa fue otra arma empleada para apagar el creciente espíritu de reforma. Es cierto que los protestantes también persiguieron, incluso hasta muerte, pero generalmente su motivo era más político que religioso. En Inglaterra, la mayoría de los que murieron fueron católicos que conspiraron contra la reina Isabel. Mientras que en el continente cada gobierno católico romano procuraba extirpar la fe protestante mediante la espada. En España, se estableció la Inquisición y se torturaron y quemaron un sinnúmero de personas. En los Países Bajos, los gobernantes españoles se propusieron dar muerte a todos los sospechosos de herejías. En Francia (en 1572), el espíritu de persecución llegó a su apogeo con la matanza del Día de San Bartolomé, que se prolongó por varias semanas después. Según cálculos, se cree que perecieron de veinte mil a cien mil personas. Estas persecuciones en los países en que el protestantismo no dominaba en el gobierno, no solo retardaron la marcha de la Reforma, sino que en algunos de ellos, sobre todo en Bohemia y España, la aplastaron.
Los esfuerzos misioneros de la Iglesia Católica Romana deben reconocerse como una de las fuerzas de la Contrarreforma. En su mayor parte, estos esfuerzos los dirigían los jesuitas. Trajo como resultado la conversión de todas las razas nativas de América del Sur, México y gran parte del Canadá.
Asimismo, en el establecimiento de grandes misiones en la India y los países circunvecinos por San Francisco Javier, uno de los fundadores de la orden jesuita. Las misiones católico romanas en los países paganos empezaron siglos antes que las misiones protestantes y han aumentado grandemente el número y poder de dicha iglesia.
En 1618, un siglo después de iniciada la Reforma y como resultado inevitable de intereses y propósitos opuestos de los estados reformados y católicos de Alemania, comenzó una guerra que a la larga enroló a casi todas las naciones europeas. En la historia se le conoce como la Guerra de los Treinta Años. Rivalidades políticas y religiosas se vieron involucradas y estados de la misma fe a veces estaban en bandos contrarios. La lucha siguió por casi una generación y toda Alemania sufrió en forma inconcebible. Al final, en 1648, la gran guerra terminó con la paz de Westfalia, que fijó los linderos de los estados católico romanos y protestantes de la manera que han continuado hasta hoy. De modo que puede considerarse que el final del período de la Reforma ocurrió en este momento.
En una época tan importante, comprendiendo tantos países y repleta de tan grandes resultados, necesariamente hubo muchos líderes, tanto del lado reformado como del católico romano. Solo podemos citar unos cuantos en nuestro breve relato del movimiento.
Desiderio Erasmo nació en Rotterdam, Holanda, en 1466. Fue uno de los eruditos más grandes del período del Renacimiento y de la Reforma. Lo educaron y ordenaron en un monasterio, pero en 1492 abandonó el sacerdocio y se dedicó a la literatura. En diferentes épocas vivió en París, Inglaterra, Suiza e Italia, pero por lo general su hogar estuvo en Basilea, Suiza. Ya antes de comenzar la Reforma era un crítico inflexible de la Iglesia Católica Romana. Esto se ve en muchas de sus obras, de ellas la que más circuló fue Elogio de la Locura. Su mayor y más valiosa obra fue su edición del Nuevo Testamento en griego en una traducción latina. A pesar de que Erasmo hizo tanto como cualquier hombre de su época en la preparación para la Reforma, nunca se unió al movimiento. Por fuera, siguió siendo católico y criticó a los reformadores con tanta agudeza como lo hizo con la iglesia antigua. Murió en 1536.
Es indiscutible que la figura principal del período fue Martín Lutero, "el fundador de la civilización protestante". Nació en Eisleben, en 1483, hijo de un minero, quien con gran esfuerzo le envió a la Universidad de Erfurt. Lutero aspiraba ser abogado, pero de repente escuchó el llamamiento para la carrera de monje y entró al monasterio agustino. Lo ordenaron al sacerdocio y pronto llamó la atención por su habilidad. En 1511, lo enviaron a Roma y regresó desencantado por lo que allí vio de mundanalidad y maldad en la iglesia. En ese mismo año, empezó su carrera de reformador atacando la venta de "indulgencias", o de perdón de pecados, y como ya vimos, clavó sus tesis en la puerta de Wittenberg. Cuando lo excomulgaron, citaron a Roma y el papa León X lo condenó en su ausencia, quemó la bula o decreto papal en 1520. El 18 de abril de 1521 dio su célebre respuesta en la Dieta de Worms. Cuando iba de regreso a su hogar y debido a que corría el peligro de que sus enemigos lo asesinaran, sus amigos lo capturaron y escondieron en el castillo de Wartburg por casi un año. Aquí se dio a la tarea de traducir el Nuevo Testamento al alemán. Al regresar a Wittenberg, volvió a asumir la dirección de la Reforma. En 1529 se hizo un esfuerzo para unir a los seguidores de Lutero y de Zwinglio, pero sin éxito alguno debido al espíritu firme e inflexible de Lutero. Fue autor de muchos escritos que circularon en toda Alemania, pero el más influyente de todos fue su incomparable traducción de la Biblia. Murió mientras visitaba el lugar de su nacimiento, Eisleben, el 18 de febrero de 1546, a los sesenta y tres años de edad.
Juan Calvino, el teólogo más grande del cristianismo desde San
Agustín, obispo de Hipona, nació en Noyon, Francia, el 10 de julio de 1509 y murió en Ginebra, Suiza, el 27 de mayo de 1564. Estudió en París, Orleans y Bourges. En 1528 abrazó las enseñanzas de la Reforma y lo desterraron a París. En 1536 publicó en Basilea sus Instituciones de la religión cristiana, que llegaron a ser la base de la doctrina de las iglesias protestantes, excepto la luterana.
En 1536 huyó a Ginebra, donde vivió, con la interrupción de unos cuantos años de destierro, hasta su muerte. Su academia protestante, que fundó con Teodoro Beza y otros reformadores, llegó a ser uno de los principales centros del protestantismo en Europa. Las teologías calvinista y luterana poseen características racionales y radicales que han inspirado a los movimientos liberales de los tiempos modernos, tanto en el estado como en la iglesia, y han contribuido poderosamente al progreso de la democracia en todo el mundo.
Tomás Cranmer puede considerarse el líder de la Reforma inglesa por su posición como el primer protestante a la cabeza de la iglesia.
Cuando era joven, le agradó al rey Enrique VIII porque sugirió que se apelara a las universidades de Europa sobre la cuestión del divorcio del rey británico. Prestó servicios a Enrique VIII en varias embajadas y lo nombraron arzobispo de Canterbury. Aunque progresista en sus ideas, era también tímido y flexible, ejerciendo su influencia para medidas moderadas de reforma en la iglesia, en vez de radicales. Durante la menoría del rey Eduardo VI fue uno de los regentes y pudo adelantar la causa del protestantismo. El servicio mayor de Cranmer fue haber sido uno de los compositores del Libro de Oración Común y escritor de casi todos los artículos de religión. Con el ascenso de la reina María, lo depusieron de su arzobispado y lo encarcelaron. Bajo el peso del sufrimiento se retractó de sus opiniones protestantes con la esperanza de salvar su vida, pero lo condenaron a morir en la hoguera. Antes de su martirio, en 1556, renunció a su retractación y murió valientemente, extendiendo en el fuego su mano derecha con la cual había firmado su retractación, para que fuese la primera en arder.
Juan Knox fue el fundador de la Iglesia Escocesa y bien se le ha llamado "el padre de Escocia". Nació en 1505 o cerca de ese año en la Baja Escocia. Recibió su educación y ordenación para el sacerdocio en la Universidad de San Andrés, pero en lugar de entrar al pastorado ejerció como maestro. No fue sino hasta que tenía cuarenta y dos años de edad, alrededor de 1547, cuando abrazó la causa de la Reforma. Los aliados franceses de la reina regente lo apresaron junto a otros reformadores y lo enviaron a Francia, donde sirvió en las galeras. Sin embargo, le dieron la libertad y pasó algunos años desterrados en Inglaterra bajo el rey Eduardo VI y, después del ascenso de la reina María, en Europa continental. En Ginebra conoció a Juan Calvino y adoptó sus ideas, tanto en doctrina como en gobierno de la iglesia. En 1559 volvió a Escocia e de inmediato se convirtió en el líder, casi el gobernante absoluto, de la Reforma en su país. Logró que la fe y orden presbiterianas alcanzaran importancia suprema en Escocia y dirigió una reforma más radical que en ningún otro país de Europa. Murió en 1572. Mientras su cuerpo descendía a la tumba, Morton, el regente de Escocia, lo señaló diciendo: "¡Aquí yace un hombre que nunca tuvo temor!"
Entre los grandes hombres de este período, al menos deben citarse dos de los más eminentes en el lado católico romano. Uno de ellos fue Ignacio de Loyola, español, quien nació en 1491 ó 1495 de una familia noble, en el Castillo de Loyola, de donde tomó su nombre. Hasta los veintiséis años de edad fue un soldado valiente, aunque disoluto; pero después de una grave herida y de una larga enfermedad, se dedicó al servicio de la iglesia. En 1534 fundó la Sociedad de Jesús, más conocida como los Jesuitas, la institución más poderosa de los tiempos modernos para la promoción de la Iglesia Católica Romana. Sus obras fueron muy pocas. Entre ellas está la Constitución de la Orden, que prácticamente no se ha alterado hasta la actualidad, y sus cartas y Ejercicios espirituales, una obra que a pesar de ser pequeña ha ejercido gran influencia no solo entre los jesuitas, sino también en todas las órdenes religiosas católicas. Ignacio de Loyola debe reconocerse como una de las personalidades más notables e influyentes del siglo dieciséis. Murió en Roma el 31 de julio de 1556 y lo canonizaron en 1622.
San Francisco Javier nació en 1506 en la sección española de Navarra, en ese tiempo un reino independiente en ambos lados de los Pirineos. Fue uno de los primeros miembros de la Sociedad de Jesús, y tomó como su obra el departamento de misiones extranjeras, de lo cual llegó a ser el fundador moderno. Estableció la fe católico romana en la India, en la isla de Ceilán, Japón y otros países del Lejano Oriente. Comenzaba su trabajo en la China cuando murió de repente de una fiebre, en 1552, a los cuarenta y seis años de edad. Durante su corta vida efectuó la conversión de millares de paganos; y siguió después de su muerte. Como resultado de sus planes y labores los católico romanos en el Oriente ahora constituyen muchos millones. En toda su vida Javier demostró un espíritu manso, tolerante y generoso, que ha hecho su memoria querida tanto para protestantes como para católicos.
En nuestro estudio del período moderno, los últimos dos siglos y medio, nuestra atención se dirigirá especialmente a las iglesias que surgieron de la Reforma. La Iglesia Católica Romana ha seguido su propio camino, aparte por completo del mundo protestante y está fuera de nuestro horizonte. Nuestro propósito será trazar de forma breve ciertos movimientos importantes que, desde la Reforma, influyeron sobre todo en países protestantes como Inglaterra, Alemania septentrional y Estados Unidos. Poco después de la Reforma tres diferentes grupos aparecieron en la Iglesia Inglesa: el elemento romanista, que buscaba amistad y nueva unión con Roma; el anglicano, que estaba satisfecho con las reformas moderadas llevadas a cabo bajo el rey Enrique VIII y la reina Isabel; y el grupo radical protestante que anhelaba una iglesia igual a las establecidas en Ginebra y Escocia. Este último grupo llegó a conocerse como "puritanos" (alrededor de 1654). Se oponían con tanta fuerza al sistema anglicano bajo la reina Isabel, que muchos de sus líderes fueron al destierro. Los puritanos también tenían una división interna de dos elementos: los que favorecían la forma presbiteriana y los que buscaban la independencia de cada sociedad local, conocidos como "independientes" o "congregacionalistas", que eran el elemento más radical. Sin embargo, hasta entonces, todos estos grupos permanecían como miembros de la Iglesia Inglesa.
En la lucha entre Carlos I y el Parlamento, los puritanos fueron los campeones de los derechos populares. Al principio el grupo presbiteriano llegó a dominar. Por orden del Parlamento, una asamblea de ministros puritanos celebrada en Westminster, en 1643, preparó la Confesión de Westminster y los dos catecismos, considerados por tanto tiempo como los ideales presbiterianos y congregacionalistas. Durante el gobierno de Oliver Cromwell (1653-1658) triunfó el elemento independiente o congregacionalista. Con Carlos II (1659-1685) los anglicanos asumieron otra vez el poder y se persiguieron a los puritanos por no conformistas. Después de la Revolución de 1688, se reconocieron como disidentes de la Iglesia de Inglaterra y obtuvieron derechos como organizaciones separadas, fuera por completo de la iglesia establecida. Del movimiento puritano surgieron tres iglesias: presbiteriana, congregacionalista y bautista.
En la primera mitad del siglo dieciocho, las iglesias de Inglaterra, la oficial y la disidente, cayeron en un estado de decadencia. Los servicios religiosos eran formalistas y fríos, con una creencia intelectual y una falta de poder moral sobre el pueblo. Un grupo de predicadores sinceros, dirigidos por los hermanos Juan, Carlos Wesley y Jorge Whitefield, despertaron a Inglaterra de ese estado. De estos, Whitefield era el más poderoso predicador. Conmovía el corazón de miles de personas, tanto en Inglaterra como en Estados Unidos. Carlos Wesley era el poeta sagrado, cuyos himnos han enriquecido toda colección desde su día, pero Juan Wesley fue sin duda alguna el indiscutible líder y estadista del movimiento. A los treinta y cinco años de edad, mientras desempeñaba las funciones de clérigo anglicano, Juan Wesley halló la realidad de una religión espiritual entre los moravos, un cuerpo de disidentes de la Iglesia Luterana. En 1739 empezó a predicar "el testimonio del Espíritu" como un conocimiento interno personal y formó sociedades con los que aceptaban sus enseñanzas.
Al principio estas sociedades las dirigían líderes de clases, pero más tarde Wesley convocó un cuerpo de predicadores laicos para que llevaran sus doctrinas y relataran su experiencia en todo lugar en la Gran Bretaña y en las colonias estadounidenses. A sus seguidores muy pronto se les llamó "metodistas" y Wesley aceptó el nombre. En Inglaterra se les conoció corno "metodistas wesleyanos" y antes de su muerte constituían muchos millares.
Aunque por muchos años sufrió violenta oposición en la Iglesia de Inglaterra y no se le permitía predicar en sus púlpitos, Wesley afirmó ser miembro fiel, considerando su sociedad no corno una denominación separada, sino una organización dentro de la Iglesia Inglesa. Sin embargo, después de la revolución estadounidense en 1784, organizó a los metodistas en Estados Unidos, que en ese tiempo eran catorce mil, en una iglesia separada según el plan episcopal y les puso "superintendentes", título que prefería al de "obispo". Sin embargo, pronto en Estados Unidos se prefirió el nombre de obispo y se generalizó. El movimiento wesleyano despertó a un nuevo poder la vida cristiana entre clérigos y disidentes. También condujo a la creación de iglesias metodistas bajo formas variadas de organización en muchos países. En el continente americano, al principio del siglo veinte, los miembros en lista de los metodistas ascendían a más de seis millones. Ningún líder en la iglesia cristiana ha obtenido tantos seguidores personales corno Juan Wesley.
La Reforma estableció el derecho del juicio privado en cuanto a la religión y la Biblia, aparte de la autoridad sacerdotal o de la iglesia. Un resultado inevitable se obtuvo. Mientras algunos pensadores aceptaron las ideas antiguas de la Biblia corno un libro sobrenatural, otros empezaron a considerar la razón corno la autoridad suprema y a demandar una interpretación racional y no sobrenatural de la Escritura. A los estudiantes que seguían la razón en detrimento de lo sobrenatural se les llamó "racionalistas". Los gérmenes del racionalismo existían en Inglaterra y Alemania desde principios del siglo dieciocho, pero su actividad corno un movimiento distinto en la iglesia empezó con Johann Semler (1725-1791), quien reclamaba que sin pruebas no debía aceptarse ninguna cosa recibida de la tradición, que la Biblia debía juzgarse por la misma crítica que se le aplicaba a los escritos antiguos, que todo registro de milagros debía desacreditarse y que Jesús era únicamente un hombre y no un ser divino.
El espíritu racionalista creció hasta que a casi todas las universidades de Alemania las dominó el racionalismo. Esto llegó a su apogeo con la publicación de La vida de Jesús, por Friedrich Strauss en 1835, procurando demostrar que el relato de los Evangelios eran "mitos" o leyendas. Esta obra la tradujo George Eliot (Mary Ann Evans) en 1846 y obtuvo amplia circulación en Inglaterra y en Estados Unidos. Los tres grandes líderes que en el siglo diecinueve tomaron la corriente del pensamiento de lo racional a lo ortodoxo fueron Schleiermacher (1768-1834), a quien con justicia se le ha llamado "el más grande teólogo del siglo diecinueve"; Neander (1789-1850); y Tboluck (1790-1877). La erudición racionalista despertó un nuevo espíritu de investigación, llamando a muchos teólogos e intérpretes bíblicos a salir en defensa de la verdad. De esta manera permitió que el contenido de la Biblia y las doctrinas del cristianismo se estudiasen ampliamente y se entendieran con más inteligencia. Por ejemplo, la vida de Cristo nunca se había escrito con erudición hast a la publicación del libro de Strauss en 1835.
Ahora las grandes obras profundas sobre el tema pueden contarse por miles. El racionalismo, que amenazó con derribar al cristianismo, le provocó que aumentara su fuerza.
Alrededor de 1875 surgió una tendencia en la Iglesia de Inglaterra que levantó fuerte controversia y, en sus variados aspectos, recibió diferentes nombres. Por su propósito, le llamaron "movimiento anglo católico"; debido a la universidad donde surgió le llamaron "Movimiento de Oxford"; por su crecimiento, mediante la publicación de noventa tratados numerados por diferentes escritores que expusieron sus ideas, recibió el nombre de tractarianismo"; y por uno de sus principales exponentes le llamaban, sobre todo sus oponentes, "movimiento puseyista" o "puseyismo".
Se trataba de un esfuerzo por separar a la Iglesia de Inglaterra del protestantismo y restaurada a las doctrinas y prácticas de los primeros siglos cuando la iglesia cristiana era una y no necesitaba reforma. Los líderes del movimiento fecharon su principio con la publicación en 1827 del Año cristiano, de Juan Keble, una serie de poemas que despertaron un nuevo interés en la iglesia. El verdadero principio, sin embargo, fue un sermón que Keble predicó en julio de 1833, en Santa María, Oxford, sobre “apostasía nacional”. Enseguida empezó a aparecer una serie de interesantes "Tratados de actualidad" sobre la forma de gobierno, doctrinas y adoración de la iglesia inglesa, Y continuaron desde 1833 hasta 1841. Aunque Keble inspiró el movimiento y simpatizaba por completo con el mismo, su líder fue Juan Enrique Newman, quien escribió muchos de los "Tratados de actualidad", y cuyos sermones desde el púlpito de Santa María eran la presentación popular de la causa. Otro de sus defensores fue el muy capaz erudito y profundamente religioso canónigo Eduardo B. Pusey. Millares de prominentes clérigos y laicos de la Iglesia de Inglaterra apoyaron activamente el movimiento. A sus líderes se les acusó de romanistas en espíritu y propósito, pero el propósito general era fortalecer el poder de la iglesia y elevar sus ideales. Debido a que el espíritu del movimiento era desacreditar la Reforma y animar el anglocatolicismo, tenía una tendencia inevitable hacia Roma; y en 1845, su gran líder, Newman, siguió la lógica de sus convicciones e ingresó en la Iglesia Católica Romana. Su separación causó gran conmoción, pero no detuvo la corriente anglo católica.
Durante mil años, desde los días de los apóstoles, el cristianismo fue una institución activa en la obra misionera. En los primeros cuatro siglos de su historia la iglesia convirtió el Imperio Romano al cristianismo. Después sus misioneros se encontraron con las huestes de los bárbaros que avanzaban y los conquistaron antes de que ellos conquistaran al Imperio Occidental.
Pasado el siglo décimo, la iglesia y el estado, el papa y el emperador, estaban en lucha por el dominio supremo y el espíritu misionero decayó, aunque nunca se perdió por completo. A la Reforma le interesaba más trabajar en la purificación y organización de la iglesia, antes que en su extensión. Hemos visto que en la última época de la Reforma se dio el primer paso para cristianizar al mundo pagano, no por los protestantes, sino por los católico romanos, bajo Francisco Javier.
A principios de 1732, los moravos empezaron a establecer misiones extranjeras enviando a Hans Egede a Groenlandia y de inmediato la misma iglesia comenzó a trabajar entre los indios de Estados Unidos, entre los negros de las Indias Occidentales y en los países orientales. En proporción a su pequeño número de miembros en su país, ninguna otra denominación ha sostenido tantas misiones como la Iglesia Morava a través de toda su historia. El fundador de las misiones modernas de Inglaterra fue Guillermo Carey. Trabajó como zapatero, fue autodidacto y llegó a ser ministro bautista en 1789. Frente a una fuerte oposición empezó a insistir en el envío de misioneros al mundo pagano. Un sermón que predicó en 1792, bajo dos títulos: (1) "Emprended grandes cosas para Dios" y (2) "Esperad grandes cosas de Dios", condujo a la organización de la Sociedad Misionera Bautista y al envío de Carey a la India. La Compañía (inglesa) de las Indias Orientales, que entonces gobernaba la India, no le permitió desembarcar, pero halló cabida en Serampore, una colonia danesa cerca de Calcuta. A pesar de que no recibiera educación en su juventud, llegó a ser uno de los principales eruditos del mundo en el sánscrito y otras lenguas orientales. Sus gramáticas y diccionarios aún se usan. Desde 1800 a 1830 fue profesor de literatura oriental en la universidad de Fort William, Calcuta. Murió en 1834 reverenciado por todo el mundo como padre de un gran movimiento misionero.
La empresa misionera en Estados Unidos recibió su primera inspiración de la famosa "reunión de oración" llevada a cabo en la universidad Williams, Massachusetts, en 1811. Un grupo de estudiantes se reunió en un campo para orar sobre el tema de misiones. Se desató una tempestad y se refugiaron bajo una parva de heno en el campo, y allí consagraron sus vidas a la obra de Cristo en el mundo pagano. De esta reunión surgió la Junta Americana de Comisionados para Misiones Extranjeras, que al principio era interdenominacional, pero como otras iglesias formaron sus sociedades propias, pronto llegó a ser la empresa de las iglesias congregacionalistas. La Junta Americana envió cuatro misioneros, dos de ellos, Newell y Hale, fueron a la India. Los otros, Hudson y Rice, en su viaje al Lejano Oriente, cambiaron de ideas acerca del bautismo y renunciaron a la Junta Americana. Su acción resultó en la formación de la Sociedad Misionera Bautista Americana, y Hudson y Rice comenzaron la obra en Birmania. Este ejemplo de congregacionalistas y bautistas lo siguieron otras denominaciones, y antes que pasasen muchos años, cada iglesia tenía su propia junta y sus propios misioneros.
En la época actual, desde principios del siglo veinte, casi ningún país de la tierra está sin el evangelio. Escuelas cristianas, universidades, hospitales, orfanatorios y otras instituciones filantrópicas se encuentran por todo el mundo pagano, y las entradas anuales de las diferentes juntas ascienden a muchos millones. La característica más prominente en la iglesia de hoy, en la Gran Bretaña y Estados Unidos, es su profundo y amplio interés en las misiones extranjeras.
De los muchos grandes hombres que se han levantado en los últimos tres siglos, es difícil mencionar los principales en pensamiento y actividad cristiana. Los siguientes pueden señalarse como hombres representativos en los movimientos de sus tiempos.
Ricardo Hooker (1553-1600) escribió la obra más famosa y de mayor influencia en la constitución de la Iglesia de Inglaterra. Nació de padres pobres, obtuvo ayuda en su educación en la Universidad de Oxford, donde obtuvo gran conocimiento en diferentes aspectos y lo nombraron en sucesión, tutor, socio y conferenciante. Lo ordenaron en 1582 y por un tiempo fue pastor asociado en Londres con un elocuente puritano, siendo Hooker de ideas anglicanas. Sus controversias en el púlpito finalmente condujeron a Hooker a buscar una parroquia rural donde pudiese tener tiempo para estudiar. Su gran obra fue Las leyes del gobierno eclesiástico, en ocho tomos. Se trata de la presentación más hábil del sistema episcopal publicado y de la cual la mayoría de los escritores desde su día han tomado sus argumentos. Sin embargo, es liberal en su actitud hacia las iglesias no episcopales y en particular libre de un espíritu implacable de controversia. Hooker solo contaba con cuarenta y seis años cuando murió.
Tomás Cartwright (1535-1603) puede considerarse el fundador del puritanismo, aunque no el más grande de sus partidarios. Ese honor pertenece a Oliver Cromwell, cuya gesta, sin embargo, está en la historia del estado y no en la iglesia. Cartwright llegó a ser profesor de teología en la Universidad de Cambridge en 1569, pero perdió su posición al siguiente año debido a que sus opiniones publicadas desagradaron a la reina Isabel y a los principales obispos. Abogaba en favor de la idea de que las Escrituras no solo contienen la regla de fe y doctrina, sino también del gobierno de la iglesia; que la iglesia debía ser presbiteriana en su sistema; que no solamente debía ser independiente del estado, sino prácticamente suprema sobre el estado. Era tan intolerante como los altos eclesiásticos en demandar uniformidad en la religión, a fin de que lo pusiese en vigor la autoridad civil, con tal que la iglesia fuese presbiteriana y su doctrina la de Juan Calvino. Por unos cuarenta años Cartwright fue pastor en las islas de Guernsey y Jersey, donde estableció iglesias de su propia creencia. Sin embargo, desde 1573 a 1592 estuvo la mayor parte del tiempo en prisión o en el exilio en Europa. Parece que los últimos nueve años de su vida los pasó en retiro. Más tarde, sus ideas llegaron a imperar en la Cámara de los Comunes, mientras que el prelado dominaba en la Cámara de los Lores, y la lucha entre los partidos al fin culminó en la guerra civil y el gobierno de Cromwell.
A Jonathán Edwards (1703-1758) se le considera el primero de los estadounidenses en metafísica y teología, y el más grande teólogo del siglo dieciocho en ambos lados del Atlántico. En él se combinaban la lógica más aguda, el ardor más intenso en la investigación teológica y un piadoso fervor espiritual. Desde su tierna juventud fue precoz. Se graduó de la universidad de Yale a los dieciocho años de edad, habiendo leído extensamente la literatura filosófica de épocas pasadas y de su propio tiempo. En 1727 llegó a ser pastor asociado con su abuelo en la Iglesia Congregacional en Northampton y pronto se distinguió como un ardiente defensor de una sincera vida espiritual. Desde su púlpito salió el Gran Despertamiento, un avivamiento que se esparció por las Trece Colonias. Su oposición al "Convenio a Medias" que entonces era aceptado casi universalmente en Nueva Inglaterra (por el cual la gente se admitía como miembro de la iglesia sin un carácter religioso definido) levantó un sentimiento de malestar en su contra y condujo a su expulsión de la iglesia en 1750. Durante ocho años fue misionero a los indios. En este período de retiro escribió su monumental obra sobre El libre albedrío, que desde su tiempo ha sido el libro de texto del calvinismo en Nueva Inglaterra. En 1758 lo nombraron presidente de la universidad de Princeton, pero después de unas semanas de servicio murió a los cincuenta y cinco años de edad.
Juan Wesley nació en Epworth, al norte de Inglaterra, en el mismo año que Jonatán Edwards nació en América, 1703, pero le sobrevivió un tercio de siglo hasta 1791. Su padre fue durante cuarenta años párroco de la Iglesia de Inglaterra en Epworth. Sin embargo, Juan Wesley debió más a su madre, Susanna Wesley, descendiente de ministros puritanos o no conformistas. Susanna no fue solo madre, sino también maestra de dieciocho hijos. En 1724, Wesley se graduó de la universidad de Oxford, lo ordenaron en la Iglesia de Inglaterra y fue por unos años miembro de la Facultad de Lincoln. Durante este tiempo se asoció con un grupo de estudiantes de Oxford que aspiraban a una vida santa al que se les llamaba burlonamente "Club Santo" y más tarde "metodistas" por su manera de vivir. Este último, fue un nombre que años más tarde se hizo permanente para los seguidores de Wesley. En 1735 Wesley y su hermano menor, Carlos, fueron como misioneros a la nueva colonia de Georgia. Sus labores no tuvieron mucho éxito y regresaron a Inglaterra después de dos años. Sin embargo, en ambos este período fue poderoso en sus resultados, pues en ese tiempo conocieron un grupo de moravos, seguidores del conde Zinzendorf, y de ellos obtuvieron el conocimiento experimental de una vida espiritual. Hasta esta época el ministerio de Juan Wesley había sido un fracaso, pero desde entonces en adelante ningún ministro en Inglaterra, excepto Jorge Whitefield, despertaba en todas partes un interés tan grande. Wesley viajaba a caballo por toda Inglaterra e Irlanda predicando, organizando sociedades y dirigiéndolas a través de su larga vida, que duró casi hasta el fin del siglo dieciocho. De sus labores no solo surgió el cuerpo wesleyano en la Gran Bretaña bajo varias formas de organización, sino también las iglesias metodistas de Estados Unidos y de todo el mundo, contando entre sus miembros muchos millones. Murió en 1791 a los ochenta y ocho años de edad
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Juan Enrique Newman (1801-1890) por la habilidad y el brillante estilo de sus escritos, la claridad de sus ideas, el fervor de su predicación y, sobre todo por un raro atractivo personal, fue el üder del movimiento anglo católico del siglo diecinueve. En 1820, recibió su título de la universidad Trinity, Oxford. En 1824, lo nombraron miembro de la Facultad de Oriel con los honores más altos. La Iglesia Inglesa lo ordenó y en 1828 lo nombraron vicario de la iglesia universitaria de Santa María, donde sus sermones le permitieron tener una influencia dominante sobre los hombres de Oxford por toda una generación. Aunque el movimiento de Oxford lo inició Keble, su verdadero líder fue Newman. Escribió veintinueve de sus noventa tratados e inspiró la mayoría de los restantes. En 1843, renunció a Santa María y se retiró a una iglesia en Littlemore. En parte, esto se debió a que el movimiento no tenía el apoyo de las autoridades en la universidad ni de los principales obispos de la iglesia, aunque en realidad fue porque sus propias ideas sufrieron un cambio. Vivió en retiro durante tres años hasta 1845, cuando lo recibieron en la Iglesia Católica Romana. Después de este cambio de relaciones eclesiásticas vivió cuarenta y cinco años, la mayor parte del tiempo en Birmingham, con menos prominencia que antes, pero aún querido por sus antiguos amigos. Sus escritos fueron muchos, pero los que más circularon fueron sus tratados y varios volúmenes de sermones. En 1864 publicó un libro titulado Apología pro Vita Sua, relato de su propia vida religiosa y su cambio de opiniones con el que demostró su completa sinceridad y aumentó el respeto que ya muchos sentían por él, excepto algunos mordaces opositores. En 1879 lo nombran cardenal y muere en Birmingham en 1890. Ningún clérigo ni ninguna denominación en este siglo superó a Newman en su influencia.
La iglesia de este siglo enfrentó graves problemas tanto en el campo social como eclesial. La guerra, en las dos mayores así como en conflictos menores, confrontó a la iglesia con la actitud que debía tener hacia ella. En la Primera Guerra Mundial la tendencia de la iglesia fue considerar el conflicto como una guerra santa para Dios y la nación, y fue más allá de una misión de misericordia para santificar la guerra al reclutar, vender bonos de guerra y garantizarles el cielo a los muertos en batalla. En la Segunda Guerra Mundial la iglesia se opuso a cualquier insultante llamado, secundó las objeciones de conciencia, oró por los cristianos hermanos en ambos lados del frente y llena de misericordia se comprometió y ayudó en la reconstrucción de la posguerra.
Las relaciones raciales constituyeron otro problema apremiante en países como Sudáfrica con su sistema Apartheid de comunidades de segregación racial y Estados Unidos con su problema del negro. Este asunto surgió por primera vez durante la Guerra Civil que terminó con la esclavitud, pero que no le dio al negro un lugar en la sociedad equivalente al del hombre blanco. Con la emigración en masa de negros del sur a ciudades del norte, esto se convirtió en un problema nacional. Gran parte del progreso se encaminó hacia la meta de integración en las fuerzas armadas, la educación y las oportunidades económicas, pero los grandes desafíos los enfrenta la nación y la iglesia en las zonas urbanas deprimidas. Buena educación, oportunidades para mejores casas y empleos tienen que hacerse realidad. En todo esto la iglesia puede también tomar conciencia de la nación sin convertirse en parte del orden social. Asimismo, este problema está íntimamente vinculado en el extranjero con la cuestión de la justicia económica a medida que el viejo imperialismo desaparece y surgen nuevas naciones por los resultados. Aquí de nuevo la iglesia puede ayudar a declarar principios con los que guiará la conciencia de los líderes. El sistema alternativo de comunismo, que llegó a dominar un tercio de las personas del mundo, ofrecía un falso programa de justicia económica impuesta a gran costo en vidas y libertad. En su lugar, Occidente puede ayudar a esas nuevas naciones a progresar sin el costo de la vida y la libertad. Serán necesarias estudiar las normas de la iglesia, la Biblia, la oración, las palabras desde el púlpito y la práctica cristiana personal como ciudadanos.
La disolución de un simple liberalismo teológico con sus enseñanzas de un Cristo humano como un ejemplo para el comportamiento ético de los hombres que no son pecadores y que podrían encontrar un orden perfecto se aceleró con el problema de la depresión y las dos guerras mundiales. En su lugar surgieron un pujante evangelismo y la neoortodoxia.
Al principio el fundamentalismo fue negativo en su reacción contra un liberalismo que defendió la evolución y la crítica bíblica. Esto se puso en evidencia en el enjuiciamiento de Scopes en 1925 y juicios heréticos en varias denominaciones. A partir de la Segunda Guerra Mundial emergió un evangelismo que es más positivo en su concepto de la verdad. Institutos bíblicos, como Moody, universidades, tales como Wheaton, y seminarios cristianos, tales como Fuller y Dalias, los fundaron líderes cristianos preparados y comprometidos con la doctrina y práctica evangélica en Todas las esferas de la vida. El orden social bíblico, así como la proclamación del evangelio, captaron la atención de la revista Christianity Today, el evangelista Billy Graham y la Asociación Nacional de Evangélicos.
La guerra y la depresión hicieron escarmentar a muchos liberales que abrazaron la neoortodoxia según la proclamaban Karl Barth Y sus sucesores. Aunque retenían las ideas de la crítica bíblica, admitían la universalidad del pecado y la necesidad del hombre de enfrentar y responder a un Dios santo que lo puede limpiar. A diferencia de los antiguos liberales que opinaban que la Biblia contenía la Palabra de Dios y los evangélicos que dicen que es la Palabra de Dios, esta gente dice que se convierte en la Palabra de Dios por la acción del Espíritu Santo. La neoortodoxia, excepto por hombres como Reinhold Niebuhr, no se enfrenta a los problemas actuales.
Los vientos de cambio soplaron incluso sobre el monolítico mono-polio de salvación colectiva que proclamaba la Iglesia Católica Romana. Durante los pontificados de Pío XI y XII hasta 1958, la iglesia adoptó una firme postura contra el comunismo, al que veía como una amenaza de su seguridad, que trató de usar a Occidente, incluso esta-dos totalitarios como Alemania e Italia, como baluarte contra el comunismo. La estrategia bajo Juan XXIII y Pablo VI se inclinó a moderar las declaraciones anticomunistas y a una limitada coexistencia y cooperación, tal como en Polonia. También hay una actitud de mayor cooperación hacia las iglesias protestante y ortodoxa. En el Concilio Vaticano II (1963), Juan XXIII enfatizó el aggiornamento o la puesta al día de la iglesia. Debe observarse, sin embargo, que esto no afectó ningún dogma ni método esencial de la iglesia, sino que solo puso la misa en lengua vernácula, permitió la lectura de la Biblia y el diálogo entre las iglesias a través de las vías ecuménicas. Los resultados de este concilio ecuménico aún están por verse.
La tendencia a la unión trajo como resultado la cooperación interdenominacional en grupos tales como la Sociedad Bíblica Americana, Sociedad de Esfuerzo Cristiano, Juventud para Cristo Internacional y otros.
La reunión orgdnica de grupos similares trajo como resultado, por ejemplo, la iglesia metodista que se formó en 1939 de la unión de metodistas del norte y del sur y de grupos distintos de algunos presbiterianos, metodistas y congregacionalistas para formar la Iglesia Unida del Canadá en 1925. El mayor empuje, sin embargo, fue de las confederaciones de grupos similares en organismos tales como la Conferencia de Lambeth de los anglicanos, desde 1867, y de diferentes denominaciones en el Concilio Nacional de Iglesias en 1948, en Amsterdam. Los homólogos evangélicos han tenido la Asociación Nacional de Evangélicos en 1943 y el Compañerismo Evangélico Mundial en 1951. Uno espera que todos estos no quieran ser una simple organización, sino que la pureza de doctrina, el compañerismo cristiano en el Señor y el servicio amoroso sea lo más importante.
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